Vía En Rosa

Vía en rosa

Voy del chillón encendido a los más delicados matices. De la placita al mall.

Esta mañana, en una calle de Miami alguien quebrantó el ritmo de las cosas. Nada que ver con la reapertura de la gruta de San Pedro ni con la caída del precio del oro en la tarde londinense de este miércoles de abril.
Oigo que en la radio, van del embarazo de la Spears a los treinta puntos de Ginóbille para asegurarle el título de la División a los Spurs; de Sumatra, en estampida por las violentas sacudidas del monte Talang, cruzan por las convulsas calles de Bagdad y, sin detenerse en baches ni humaredas, nos invitan a sumarle más que arena a los millones recaudados por Sahara, de Breck Eisner. Yo, mientras conduzco hacia el trabajo, pienso en las noticias de la tele que, desde hace algunos días, sin salir del frío mármol de Carrara y el nogal, me llevan y me traen entre Condoleezza Rice y el obelisco de Axum.
Miro al chico rudo del Nissan 350Z gris metálico que frena y se afeita. Se afeita y frena. La chica de la blusa fucsia ajusta el retrovisor de su Jetta azul celeste. Busca en el bolso, mira en cinco direcciones. Luce contrariada. Tira la mano hacia atrás. Reluciente.
En algún lugar del universo del asiento trasero descansaba el remolón tubito que, con malicia (él) se revuelca en los hasta ahora inexistentes labios de la atenta conductora que,  por un momento se distrae con el nene gorra al lado (al otro lado, en una especie de arma de destrucción masiva, de colores y formas indefinidas), zumbando a pata suelta el nuevo hit de Tego Calderón.   Al fin. La salva melodiosa, la voz pulida de Paquita la del barrio que, entre estallido y estallido del tubo de escape de la recién pintada Astrovan del HandyMan de Aguascalientes, un poco más atrás, suelta flores y verdades contra las engañosas promesas de los hombres.
Pienso que, aunque libres del matrimonio obligatorio, las sauditas tendrán que despintarse el velo que proscribe su sonrisa a plena luz del día. Voy del chillón encendido a los más delicados matices; de JCpenney a Cole Hann.
De la placita al mall. El moreno del Mustang convertible con ribetes plata y oro, ajeno a mis preocupaciones, mira sin ver al pelirrojo del amarillo irresistible y aparatoso Hummer, que se interpone entre nosotros y la asiática que, mientras finge que nos mira, frota las mil cien caritas de la piedra o prisma que se balancea en el poste del retrovisor de su coqueta Mini Mil clarito, con dos casi imperceptibles ralladuras en la puerta izquierda.
Tan empeñado en los consejos del experto, que en la radio pontifica sobre los colores de la primavera, casi no advierto a la mujer de a pie que, de un lado a otro cruza la avenida, me sonríe y me prende una rosa en el ojal.