Torpes Trazos

Torpes trazos

El amanecer del trópico se abruma en el estío de la tarde londinense sin Cabrera Infante

Una sonrisa se ha perdido en los espejos del lago esta mañana, y una mujer cruza la tarde de Madrid con un poema entre los dedos. Tres garzas sin complejos (dos blancas y una negra) ni se enteran que, a golpe de alas, cruzan las palomas por debajo de los techos de los edificios que bailan y se bañan invertidos; abriendo, aguas adentro, nuevas rutas. Una detrás de otra, las palomas bromean con la espuma, el diccionario y la Academia de la Lengua; se tutean con los ángeles, escriben y describen la gloria y la ignominia de las horas. Yo, distraído, camino.
Una muchacha se ha perdido en las agujas del reloj, oigo que dicen lo que dijo el noticiero, que en La Habana, en alguna cuartería, una mulata oía «fumar es un placer». Oigo de oídas, y casi nunca tomo notas. Escribo sobre el hielo, con un calvo pincel de nimiedades que me ayuda a espantar la adulación, la desvergüenza. Se escribe con la pluma fuente de las palabrotas, con el casero arriando a troche y moche puertas y ventanas, con las pupilas dilatadas. Y eso sí. Con mucho swing. Una detrás de otra, las palabras, diseñan la estructura, la escalera para cruzar a nado el infinito. Y algún infante oficia de difunto. Cuenta el lector. Asume. Suma o resta tensión, astucia, intensidad y gozo. Se ha perdido un reloj de fina orfebrería esta mañana en la piscina, y en la Plaza Bolívar ya no dejan entrar sin boina a las muchachas. Es un lugar perdido entre el solar y la rechifla vocinglera del vendutero de la esquina, ancho y lejano como Jauja o Cutupú. Como la Troya de Homero, mientras más tristes cada uno de los tigres (dos blancos y uno negro, quizás), más alegre y zumbona es la ciudad que vibra y latirá por siempre en cada uno de nosotros. Póngale nombre a un mono e invite al retirado general a ver tiradas por el suelo las estrellas, así en la paz como en la guerra. Todo es posible en los espejos del lago.
– Para escribir sólo hace falta poner una palabra detrás de la otra.
Dice el periodista que le dijo el único escritor inglés que, a pesar de la infamia y las miserias, escribe a pulso sobre los cueros de un bongó. Cabrera, infame y guillerma es la ironía: el amanecer del trópico se abruma en el estío de la tarde londinense sin Cabrera Infante. Camino distraído, la rubia mítica se perdió en el lago con sonrisa y todo. Una detrás de otra, las palomas bromean con las palabras y el lenguaje, ¿será la lengua «la paloma que no supo ser ángel»?

Sabado 26 de febrero del 2005 actualizado el viernes 25 de febrero del 2005 El Caribe