Memorias Del 59

Memorias del ’59

La brisa de la tarde del 14 de junio juguetea en la melena de los pinares, una muchacha quizás corta flores, y algún niño empuja un carrito de ruedas de javilla. A simple vista, nada perturba la paz que respira el Constanza de entonces, a no ser por los tres o cuatro rafagazos de la cincuenta que se le trancó al sorprendido y asustado guardia de servicio en La Aviación. No había escuela esa tarde. Yo era un muchacho apenas, llevaba corto el pantalón, peinaba bucles. Tan convencido estaba que Dios y Trujillo eran la misma divina persona, que coleccionaba igual postalitas del hijo mimado del Jefe que del Santo Niño de Atocha.
Éramos, en realidad, una aldea vegetal, una hortaliza, camino hacia la cima de un casi mundo de cartón. Íbamos a la escuela con el mismo uniforme de los guardianes que custodiaban los altares, y secuestraban capítulos enteros de los manuales de historia. Rodeados de montañas auditivas, en una casi isla de tristes habitantes.
Entonces un domingo, llegaron por el aire los niños con fusiles que ya no soportaban la liturgia del vómito. Treparon las colinas -sobre los mil doscientos metros sobre el nivel del mar-, pintaron como un grito en las paredes de los montes los silenciados nombres de los sin nombre.
Como pólvora, la consigna bajó a los llanos, pobló las cárceles, las oficinas y los ecuestres monumentos, hecha trueno o canción. Vi la tarde asustada, queriendo socorrer a las gallinas en desbandada, y oí el metrallazo tardío y despistado. Cómo iba a saber, entonces, que se gestaba un río para salir de madre, y de qué madre.
Es una historia conocida. Nadie me la contó. Ni la borraron los aviones bombarderos ni los demás. Todavía me asombro desde la ventana de la tarde cuando los P-51 y los Vampiros depositan su óbolo mortífero sobre el monte firme. Todavía escucho a los jenízaros del régimen, en el radio, babeando a toda suela.
Era tan niño, entonces, para bregar con tantos giros idiomáticos, con tanta sed queriendo vaciarse en vasos limpios del cristal de un nuevo día. Los muchachos del catorce siguen siendo niños, aún. Trujillo -ya lo advirtió Neruda- enfermó de un balazo en la sien. Yo, como dijo el poeta, quizá siga apacentando mi ganado de esperanza.

Sabado 12 de junio del 2004 El Caribe