Me Basta Con Mirar

Me basta con mirar

Un libro que nos arropa y nos invita a transitar un mundo que, aunque distante, uno siente cercano

Vivo en una choza en la montaña, retirada del ruido de los autos, desde donde nunca se alcanza a ver el mar. Trozas de pino y cedro conforman las paredes que me cuentan con lujo de detalles sobre el trinar y el tronar del viento afuera. No tengo cuadros ni relojes, barómetros o escafandras. No mido la distancia ni el tiempo. Oigo la música que rubrican los seres y las cosas. Nunca he visto la nieve, y canto. Leo, eso sí, los mensajes cifrados que traen las nubes, las estaciones y el clarear o el oscurecer de las tardes. O cuando alguien pasa y deja un libro que unta las tardes con zumos de pasión y goce, lanzándonos hacia la exploración de pardas y arriesgadas zonas del amor y sus melenas.
«Me basta con mirar», (El taller del poeta, 2002), es uno de esos libros que nos arropa y nos invita a transitar un mundo que, aunque esté distante, uno siente cercano, tan propio y propio del objeto amado. En él nada se oculta o se matiza con vocablos de viejo acuñado, las palabras sólo son excusas para sugerirnos los múltiples sentidos de la lumbre o el fuego, de la arena o la piel, de la ausencia o la sed. Habla del viento con su gran poder del verbo y alude a los misterios de la carne y los deseos con la pericia del más diestro de los leñadores del bosque, como el más desgarbado y sabio de los pastores o los pescadores del río. Habla del mar, que no conozco y temo; me invita a andar sus carnes y en sus ansias, como si fuera el territorio agreste de la mujer amada.  Luci Garcés, la autora, danza o nada sobre las baldosas del fuego sin quemarse. Enhiesta como palma frente al mar que sueño o me hace ver, no consulta el mar para mirar. Mira a través de él. Desnuda el tiempo y el espacio con el cuchillo de su voz, traviesa ráfaga de imaginación capaz de asir el nombre de las cosas por el mismo filo, poética vigorosa que a menudo se desgrana como gajo de luz, espuma, trozo de ala, falta de aire y jadeos: la pulpa del poema.
No soy poeta ni vidente ni alfarero ni entomólogo ni dios. Vivo tan sólo en la montaña. Nadaba cuando niño. Oigo cantar el viento y he aprendido a manejar con torpes aleaciones, puntadas y vadeos, los sonidos y el tiempo. Invito a quien le plazca a bañarse conmigo en las aguas que bailan cerca del remolino. Tal vez allí, en las aristas del vértigo, nadando en claves de agua, algas, piedras, arena, sal y sed que, a veces cortan de duras, pasten a sus anchas las más tiernas olas de la luz..
Nunca digo nada sobre nada ni nadie. Nombro las cosas por su nombre.

Sabado 7 de agosto del 2004 El Caribe