Mambo Del Esquizo

Mambo del Esquizo

El palacio de la esquizofrenia es una catedral primada donde Colón aún sueña con los bucles de la beltraneja

En el Palacio de la esquizofrenia no hay rockolas como las de antes. Ni hace falta, la tisana de la tarde hierve un mambo que bate y cuela toda la tersura y el mirar de «mediolao» del más conspicuo de los miembros de número del club de la humildad fingida. Caliente o frío, el cafecito le da el toque justo a las miradas que te eluden al decir «qué bueno verte, cuánto tiempo». Afuera hay más que adentro, lo confirma el floreteo de guías y buhoneros que son capaces de venderte una vez más los tesoros y los mapas del pirata Francis Drake. La Catedral, solemne y saboteada, no los deja mentir.

En el palacio de la esquizofrenia, florecen los geranios con racimos de poetos, y las mandarinas, las sandías y los melones resbalan por los pastizales de la tarde que se vuelca en la plaza llena de palomas (las palomas aquellas, que decoran pelos e indumentarias). y las poetas, sí, las jugosas y las pasas, -si es que pasan-, endulzan el café o encienden amapolas y azucenas.

Desde el Palacio de la esquizofrenia se domina en segundos la conciencia colectiva y el imaginario ¿nacional? Eso, antes de que llegue Carlos Goico con su acuarela sorda y tres o cuatro pinceladas de cordura perdidas en su pelo o de sus ojos que hace tiempo hicieron ruta en La Vía Láctea, y te pinte a tembloroso pulso, lúdica la tarde y la llovizna. Cestero posa distraído con el púrpura mordaz que se le chorreó por sobre la blanca túnica del señor Mon. Hay duendes y otros peces, rielando en la pecera, la mayoría fumando entre las turbias aguas y el hastío.

El palacio de la esquizofrenia es una catedral primada donde Colón aún sueña con los bucles de la beltraneja; y, los adoquinados de los alrededores, te hacen sentir que si no estás, nunca te irás de la cafetería donde Abréu, además de servirte unas tostadas, sabe más del poema que el premio nacional de cada año. Si no me lo crees, puedes preguntar por Lassosé o por el tipo aquél que secuestró a la secretaria de educación de Balaguer y, según dicen -no me crean-, se intoxicó con la peluca que ese día llevaba la encopetada funcionaria, y todavía anda pidiéndole indemnización a Canadá.

Lo sé Ramón, de vez en cuando elido lo que aludo cuando eludo lo evidente o su trasfondo. Soy de los tigres del Licey y nunca adulo, colecciono uno por uno los graffitis de Crucita Yin, ¿debemos esperar que lleguen otros contertulios a aguarnos el café? Un merengue es un merengue, apambichao, o pa bailar de empalizá, la diáspora no es mas que un mambo guabinoso y tenue que «probablemente es virgen, todavía».

Sabado 14 de mayo del 2005 El Caribe