Las Diez Reglas Del Juego En Todos Los Juegos El Juego

Decía alguien –o lo digo yo ahora- que la vida es juego y los juegos, juegos son. Y se puede estar de acuerdo o no con los juegos, pero es imposible cambiarlos, subvertirlos, violar sus reglas internas. Porque entonces ya no son los juegos que jugamos. Es otro el juego. Jugar es el oficio más serio que hay. El juego es esa fracción de vida en la que al hombre le consumen la tajada más grande de su mundo, como es a modo de juego que se dicen las verdades más ciertas. Se puede estar de acuerdo o no con el juego y eso no implica que el juego va y deja de existir. Se puede poner un mar de amor entre unos y otros que entran en el juego, y por encima del amor o el desamor, el juego sigue siendo el juego. Dentro de ese clima se puede jugar limpia o tramposamente y el juego lo sigue siendo si se sigue haciendo, aunque no así sucede con el jugador. Y aquí debo explicar: porque claro, el juego se hace y es a partir de sus propias reglas, en tanto que juego y reglas hacen a su vez al jugador. Pero, como el río y Heráclito, el juego va haciendo al jugador en la medida en que el jugador va haciendo el juego. Aunque al final del juego, tanto vale Heráclito como el río, y. Bueno, al final del juego Heráclito y río es un junte de palabras que hace un juego al final de este río que hace afluente a un juego que hace una historia que hace un decir, una frase, una metáfora. Eso explica lo que no explico de El lazarillo de Tormes:

Él jugaba su juego tal y como exactamente debió jugarlo y así lo hizo siempre y siempre era el perdedor, pero no siempre era el perdedor. Era. Los juegos son, están para jugarse y se juegan. Y el juego como los libros, ni pierden ni ganan. Ganan o pierden los jugadores. Los lectores. Y ahí está el libro Todos los juegos el juego. Ahí en el libro está el juego, la lectura ganada o perdida. Depende de usted, lector. Vaya que si depende de usted.

Y es que Todos los juegos el juego presenta la alternativa de una narración suprarracional que supere el lenguaje como un objetivo y que más bien sea un medio que se asocia a otros para en ese hacer colectivo, en ese junte, crear una nueva frontera en el territorio de la percepción.

Esto, claro, obliga al lector a una evaluación de la lectura que se ofrece, y de cuanto el, particularmente, pueda adentrarse en dicha lectura. A guerra avisada de que si no es capaz de crear relaciones en el orden, no de la lectura tradicional, sino en el orden intelectivo de la lectura propuesta y asociada a lo puramente gráfico, se perderá irremisiblemente de esa sensación de vacío que produce en el ser humano y que queda clasificado en palabras como goce estético. O, busque usted un diccionario de sinónimos y adjudíquese en el símil que prefiera.

Pero aun así, con Todos los juegos el juego hay algo, y es que llega un momento en que su lectura, no importa que se haga la advertencia:

Para uso externo solamente. Descontinúe la lectura si le produce Irritación. No evite rodar los ojos por gráficos y la literatura al mismo tiempo, mas bien haga ambas cosas a la vez.

Manténgase este libro fuera del alcance de los lectores niños.

Puede tener –su lectura- pésimos resultados como efecto secundario, como efecto colateral. ¿Por qué? Porque esos lectores en su desconcierto se aventurarán a no comprender nada, y de manera infeliz –y yo diría que hasta miserablemente- terminan pegándole una patada a la puerta porque les ha magullado un dedo.

Y es que este lector al final de mi juego –y un poco fastidiado, casi burlado en su buena fe- se pregunta: ¿Cuál es el juego? ¿Dónde diablos están las diez reglas con que titula el autor este paquete de palabras?

Ah, lector, lector. ¿Cuál es el juego –dices- en este camino donde a la primavera se le hace casi imposible su última consagración, donde al final de cuentas los ciegos pierden su canto y este recurso no tiene más método, más prosa ni observatorio alguno, y vaya que ni pasos, zonas, modelos, libros para armar, mundos, round, territorios. Ahí, ahí, amigo lector, está el juego. Sí, ¿pero dónde? Y entiendo que ya nada me es propio, todo me está negado desde tus ausencias.

Ah, pequeña vía, pequeño hato, pequeño oasis que es nuestra existencia, donde , si se es poeta, se ganan todos los sueños. Y si se es hombre, se pierden todos los juegos.

Por algo Todos los juegos el juego no es sólo una narración que ostenta presencia más allá del texto para ser exclusivamente un extraordinario homenaje a Julio Cortázar. No se queda ahí, más allá del homenaje, René Rodríguez Soriano retoma y sobreexplota, desde su hasta ahora trayectoria como narrador, el recurso cortazariano de la narración y lo domestica, lo hace que sea a su manera y a la manera de la manera de lo que cuenta. Y vaya si Rodríguez Soriano sabe cómo conducirse por esos niveles en que lo hacia en vida el tío Cortazar. A más de ambientar los textos con esa técnica gráfica mixta, colectiva –al menos en los créditos-, pero tan pegajosamente atractiva, recurrente, sugestiva e irrenunciable en todo el trayecto de la lectura. Aquí –valga decirlo- en estos haceres, en estos juegos, hay una reorganización continua para llegar a una lectura sin límites, donde no sólo la escritura es la única soberanía que tiene vigencia en este constante alcance de lectura, desencuentros y hallazgos de juegos y lectores. Presencia indivisible que, como la moneda, tiene dos caras igualitariamente necesarias para avalar su insustituible valor intrínseco. Porque ¿Cuándo se ha pagado con un sólo lado de la moneda? Esto exclusivamente es atribución del azar que acepta y legitima ante la apuesta con una de sus dos caras.

Todos los juegos el juego es una lectura que tiene su juego. Todo juego tiene sus reglas –ya lo dije, ya sé que lo dije-, es cuestión de saber, no que existen, sino de aplicarlas. Entonces, ahí está la lectura. ¿Y las reglas? Insiste el lector porque ve que se acaba este paquete, que todo va en abismo y que sólo unos pasos más y ya es el último peldaño.

Gracias por el juego 004, Rene.

RAFAEL GARCÍA ROMERO, Premio nacional de cuento. (Crítica, Isla Abierta, Hoy, 28 de marzo de 1987. Santo Domingo, RD)