Su Nombre, Julia

La literatura es un territorio de coincidencias, ideas, pensamientos, proyectos, palabras, discursos, alegrías, dolores y antagonismos.

No tiene una dirección y es muy difícil establecer en el presente las probabilidades de aceptación que tendrán tanto autores como obras en el futuro inmediato, es decir, en las primeras décadas del próximo milenio.

Ya no es plantearse hacer un texto fácil, con el ABC de la gramática y los recursos que ofrece una literatura tradicional y bonita. ¿Cómo seguirse preguntando qué historia contar, si la realidad es una historia continua, constante, ininterrumpida las veinticuatro horas del día?

La realidad esta ahí, es un monstruo de múltiples cabezas de tiempos y circunstancias encaballadas, paralelas, colaterales. Sólo hace falta buscar en uno de esos niveles y hallar el conflicto y explotarlo.

La narrativa dominicana ha venido evadiendo obstáculos pequeños, que ya hoy son grandes. Empezó por no enfrentársele como un oficio y ahora nadie puede desencajarlo porque ha echado profundas raíces, sencillamente muchos de nuestros narradores, que llegan a escribir uno o dos cuentos, se dejan atrapar por el brillo de ese sol momentáneo y desarrollan instintivamente la maravillosa facultad de moverse en círculos en torno a este sol de apenas varias horas de vida.

No obstante, la última década cuenta con una camada de cuentistas y novelistas que se han superpuesto a sus niveles de conflictos, se ubicaron en la realidad y con cierto arrojo están escribiendo y publicando.

Rene Rodríguez Soriano, Ángela Hernández, Ramón Tejada Holguín y José Carvajal son fenómenos dentro del oficio ya que tuvieron que transmigrar del océano poético a las turbulentas líneas de la prosa. Aquí tendríamos que tomar en cuenta, ya en el contexto de la narrativa pura, a Pedro Uribe, Otto Milanese, Rafael García Romero y Juan Manuel Prida Busto. Sobre este último, destacamos que obtuvo el Premio Nacional de Cuentos en 1990.

Veamos el caso de René Rodríguez Soriano (Constanza, 1950), quien nació ahogado por la avalancha de textos poéticos de la Generación del 70, y que apenas produjo contados libros de cuentos. El mar de la poesía le sirvió como punto de partida. De ahí pasó muy tímidamente a la narrativa y escribió cuentos que tenían como trasfundo un capítulo inédito de su territorio provinciano, pero con la riqueza de un enjambre de personajes llevados por primera vez al territorio tan limitado de un cuento. De ahí nació Julia, noviembre y estos papeles. Claro, reeditaba en aquellos personajes la atmósfera de la dictadura trujillista, perímetro de movimiento y el recelo personal que esta imponía.

No les guardo rencor, papá (1989), también es fruto de esa jornada. El camino andado y el ejercicio cotidiano lleva a las superaciones, no el vuelo en círculos. Hoy, el autor esta trabajando una narrativa diversa, que lo coloca dentro de los narradores que buscan en realidad lo que interesa, no lo que la realidad vende cotidianamente. De ahí nacieron cuentos como Y así llegaste tú, Aurora, con el cual obtuvo el tercer lugar en la convocatoria de Casa de teatro para 1991.

Y por coincidencia, el mil novecientos noventa y uno lo trajo definitivamente al escenario de la narrativa. Dos obras, publicadas en la década pasada: Todos los juegos el juego (1986) y No les guardo rencor, papá (1989), prefiguraban el espacio al que venía ascendiendo. En el campo de la poesía tiene publicadas Raíces con dos comienzos y un final (1977), Canciones rosa para una niña gris metal (1983) y Muestra gratis (1986).

El fenómeno de su ascenso como narrador se concretizó a través del libro de relatos Su nombre, Julia (Alfa y Omega, Santo Domingo, 1991), donde la realidad no ha dejado de ser nunca un ámbito de circunstancias que se oponen y antagonizan. Jamás habrá para el escritor un espacio sin contradicciones en medio de esa realidad.

Es un libro que no constituye un puerto de llegada para el autor. Es una colección de trece relatos donde sigue buscando ese inalterable sentido de la vida, Julia es un personaje obsesivo, múltiple y único y, finalmente la ciudad: un ámbito de soledades y miedos dispersos que su literatura aborda, interioriza, atrapa y da voz, pero que todavía no logra seducir como ese escenario de conciencia, ecos y enmascaramientos.

En este volumen, armado con trece relatos, René Rodríguez Soriano ha sembrado el nombre de Julia en cada uno de los textos, quizá con el sólo propósito de materializar de forma escrita uno de los aspectos más elocuentes que hacen el carácter de este personaje femenino: la intimidad. Sí, y al mismo tiempo –sin establecer distancias– la complicidad. Porque Julia es un personaje íntimo, pero a la vez cómplice.

Es decir, un personaje a través del cual se da un tipo de inquietud humana, una reacción personal; o, de sentimiento inteligente, femenino, cierto; toda una atmósfera que se va desencadenando en cada momento, en cada cuadro, en toda situación donde es necesaria la presencia o la ausencia de Julia. Y, claro, esto se manifiesta, se siente, es posible apreciarlo en una franca relación con los otros personajes que se conjugan, que se mueven y están ahí, por todos los rincones del libro, en una búsqueda obsesiva, personal, formando parte en un todo de preocupación justa que confirman la sagacidad de René Rodríguez Soriano como narrador en este nuevo libro de relatos, donde, sin lugar a dudas, quedan claramente establecidas las bases para el desarrollo de un sólido modelo narrativo.

RAFAEL GARCÍA ROMERO, Premio Nacional de Cuento. (Libros de El Siglo, 12 de octubre de 1991. Santo Domingo, RD)