Su Nombre, Julia: Para Encontrarla Una Tarde Debajo Del Almendro

¿Cómo definir a la Julia que René Rodríguez Soriano coloca en el pedestal de sus relatos de publicación mas reciente? El autor no la define, la describe. Suelta y hala los aguijones de sus fantasías para merodear por sus atributos sin destacarlos. Para sumergirse en sus devaneos sin profundizarlos, para vivir y sufrir sus encantos sin plenamente disfrutarlos. Es una estrategia narrativa que induce y seduce, porque acaba siendo un nombre diluido bajo la sombra, el prólogo y el epílogo de un sueño, que el narrador dejará petrificado en la vivencia íntima, en la sospechosa urdimbre con que se teje y desteje el hilo conductor de todas las tramas donde Julia es, y será, canal vigoroso hacia el delirio.

Julia es un trauma, un juego de la psiquis, una vitalidad compartida, un sueño quebrado; tal vez un suplicio, un primer encuentro que se reencauza siempre hacia el reencuentro, un detalle de vida que franquea el espíritu para que éste se codee, inútilmente, con la realidad.

El narrador no teme dar la clave para la definición del personaje en los primeros abordajes: “Julia, esa mujer tan familiarmente desconocida que me hizo vivir la tarde mas ensoñadora e inolvidable de mis días, que así como apareció, se fue de mi vida, todo en una sola tarde y para siempre” (p.16)

Es la única vez, en el conjunto cuentístico, que el autor la explica. Después, sólo la describirá como sujeto dentro de sus tramas, inmaterializándola, elevándola, poetizándola, hasta hacer que llegue a constituir un signo incorpóreo, una irradiación subversiva, un corolario de sueños y pesadillas, de recuerdos y memorias.

Julia siempre llega

Todos los esquemas son válidos para justificar a Julia. El autor hace y deshace un registro psicológico que acentúa la presencia de una protagonista furtiva que, sin embargo, se adueña de todo el contexto con la magia de una presencia que se comparte: “…con Julia entré por los caminos que sólo les están dados a los niños y a los poetas, perdimos los relojes y la noción del clima, y el espacio se espantó con la llovizna interminable de los sueños. (p.46)

Cartas, monólogos, rutinas cortadas por tradiciones en medio de las cuales se tejen historias sobre una ciudad montañosa de vacacionistas y pasquines, contabilizan los sucesos donde Julia es tal vez sólo ausencia conmovida. De pronto, el suspense reabre el relato amortiguante de “Una llamada en la tarde”, para caer en otro relato donde el libro de Rodríguez Soriano asciende hacia una vivificadora y fortificante presencia dentro de toda la cuentística dominicana. En algún otro lugar he dicho lo siguiente sobre este relato: Mediante la interpolación de notas periodísticas, avisos meteorológicos y anuncios clasificados, el autor redondea y enlaza el discurso de la cotidianeidad, reseñando una situación angustiante de desubicación, premura y desvaríos existencial. La vida corriente, la de cada día, y su entorno de impurezas y de bamboleos sociales, secuenciadas a través de hechos que se aúnan en la desesperanza vital de cada mañana. (“Alguien mueve los hilos del azar en esta mañana de verano”. P.55)

Yo leo ahora nuevamente este cuento de Rodríguez Soriano, y acabo enlazándolo con toda la producción que se inserta en este libro, en donde Julia llega siempre después de los desvaríos y antes de las sorpresas.

Julia: Mohín y hoyuelos

En “Julia, noviembre y estos papeles” el cuentista asume nuevos riesgos. El lenguaje –memorioso, onirista, poético– cambia su derrotero. El texto plantea una nueva inquietud de expresión en el que se encierra una realidad más tronante, evidenciada y transparentada en el discurrir tormentoso y ácido de una juventud maltrecha y disonante.

El cuentista se abre, con propiedad visible, a esa realidad, y el lenguaje arquea los modismos barbarizantes de una modernidad antroponarco que es argot mutilante de conductas, y señuelo para el desplome humano en tanto rejuego de la maldad y de la herida definitiva (trovels, curitel, bichan, espidd, jevvy, caltri, maravas, feiss, pipol y etcéteras).

Rodríguez Soriano forja su propia ruptura con la tradición cuentística, ya de por sí fosilizada ante el empuje de las nuevas corrientes. Ruptura que se establece en la titulación de los relatos, en el uso de los signos de puntuación, en el enfoque lingüístico, en el estilo narrativo y en la propia sustanciación del discurso.

El libro engrapa sucesos y personajes, entrelaza ternuras (como en “Tú, tan siempre caballero, abuelo”) con delirios de publicista (como en “Campaña contra las pulgas”), revoca leyes de estructuras y confirma nuevos alientos narrativos para el presente y, por qué no decirlo, el futuro de la cuentística dominicana.

En el centro, desde luego, estará Julia –mohín y hoyuelos incluidos– y al final, el cuento que da título a la obra, un trabajo formidable que sumerge al lector en el delirio, en la idiotización, en la honda inmovilidad de un nombre, aliento, sustancia, vapor, dínamo o ensueño de mujer casi metafísica con la que se ha construido este conjunto de relatos donde se inició y concluyó un encuentro que, tal vez, más allá del libro, induzca al lector a buscar a Julia –muchacha delgada, con una sonrisa entre mordaz y triste– a ver si la encuentra de nuevo, como aspira el relator, debajo del almendro.

JOSÉ RAFAEL LANTIGUA, Premio Nacional de Ensayo. (Biblioteca, Última Hora, 19 de octubre de 1991. Santo Domingo, RD)