Su Nombre, Julia Me Trae La Música De René Por Estas Calles

WOODLAWN, NY.- Las palomas se aparean. La fidelidad existe fuera de ellas. Pero ellas hacen tambalear el término: compañía, aprecio, espacio para dos. Las palomas se aparean, pero no abandonan su oficio de mensajeras a tiempo completo. Animal que más allá del maniqueísmo de algunos que la anuncian como símbolo de paz, comedoras de granos en contraposición al águila que come animales del monte.

Las palomas me recuerdan el momento exacto en que salí de la isla, y seguí su rastro hasta el elevado del tren # 1 en Riverdale, al oeste de la bella ciudad del Bronx, donde por diez años ellas, las palomas, dejaron caer en mí o en los otros, «su rara cosecha de inciensos». Y es que siempre «Alguien vuelve a llenar las tardes de palomas».

¡Sonaron los cañonazos! Los payasos y las nubes volvieron en asechanza alevosa a juntarme con las palomas suyas. Ahora son las palomas suyas, las palomas mías, todas mis palomas del Bronx y las de René en Su nombre, Julia. Las cartas para Nita, o desde Nita, con las menudencias de René en sus tardes del parque. A cuestas, Nita me escribe cartas que son de René y son de ella, mías sin piedad sus líneas, frente al computador rechoncho de files, de los artículos y los poemas de vida. Las cartas para Nita, llamada Julia, mi mosquita muerta nuyorquina atrapando los René de un solo ining en panoramas y generaciones diferentes.

Ay, esta Nita-Julia, mosquita muerta y picarona. Yo, vestida de amarillo, y sin montarme en el tranvía. ¡No me creen! Es más pasemos la otra página, que no es noviembre, es agosto, y estos papeles con su nombre, deshojando margaritas. Encontrarlo, a René: un acento. Un adagio en cara o cruz. Mi amigo el periodista ordenó “Pene a la putanezca”. ¡Y ole! Ofrézcame llegan los palos, un olor a Casa nueva, y el Plan de fuga con René salvó mis tardes de un samurai pirata con parche negro.

El Alto Manhattan adoptó el poema con tacones y «straples». El poema nos dejó a medio talle. No hay Bally Gyms con descuentos para escritores pasados de peso. No lo sé, pero vuelo al tiempo del arlequín en pleno Conde con café. Vuelo, y el talante y la talanta urden otra historia y “Ahora es cuando me doy cuenta”. Nos damos cuenta. Los idos, somos presentes, los que nos miran, refunfuñan y escupen los sesenta y las sesenta rayas de algún tíguere. Están aquí, pero se han ido, su regreso es trasiego. Su mundo es suyo, ¡ay de quien lo intente! Para mí, para este Nueva York de los poetas, para este largo cementerio de elefantes, y a la vez museo tercermundista y rococó de un tipo de «firefly», que sólo alumbra sordosía… y aunque no quieras tú ni quiera yo: Queda la música de René Rodríguez Soriano.

MIRIAM VENTURA, ESCRITORA. Setiembre, 2003.