Presentación

A Maritza Álvarez siempre la recuerdo de perfil, mirando como Penélope hacia un punto improbable en el horizonte, quizás donde se deshace una imagen mental de uno de sus lienzos. La recuerdo así, con una enorme argolla. Un círculo, que es un aro, colgando de su oreja izquierda: la máxima realización de las figuras conocidas por el hombre.

La recuerdo así, recuerdo su rostro, recuerdo los últimos estertores del crepúsculo jugando en su rostro, un rostro apacible, cumpliendo un ciclo. Ella, volviendo mentalmente a viejas ideas, llenando una muy particular forma de vida. Ah, y con el pelo increíblemente corto, con el cuello limpio, libre de collares y colgajos de figuras enigmáticas y trasmallos. Es un recuerdo, breve, minúsculo.

Jamás imaginé que se podría interesar por otra mujer, esa enigmática mujer nacida de la ficción.

Su nombre, Julia.

Este fue el fin, o el principio del fin.

Yo sé quien es Julia.

Yo sé qué hace Maritza.

Pintar para ella, es una forma muy personal de felicidad.

Una actitud frente a la vida.

Una forma de existencia.

Una existencia que sería gratuita, insustancial, pueril y pobre, si no tuviera la garantía de saber que puede contar con algunas personas a su lado, muchas, cada día más. Una multitud dispersa que la ama con calor de multitud.

Julia vive la vida como una fiesta, por ejemplo. Ella es una fiesta.

Nació sola, despacio, a través de los años.

Nació en medio de múltiples trámites burocráticos, citas pospuestas, excusas y reescrituras.

Es la única mujer con dos nacimientos conocidos.

La creó, vacía y tentadora, René Rodríguez Soriano.

Nació como un borrador y hoy es literatura.

La hizo múltiple y misteriosa Maritza Álvarez.

Nació como un boceto y ya es un personaje de colores y trazos.

En julia hay mucho de literatura, intuición, mucho mundo transparentado en cada uno de los textos que componen el libro, los relatos, las frase que remiten a ámbitos y vivencias.

Martiza intentó, a través de los cuadros, darle otra presencia a Julia. Esa presencia casi táctil que se le exige a una mujer.

En algunos cuadros Julia es ella misma.

Es un derecho, la pintura también permite las manifestaciones subjetivas, autobiográficas.

Son cuadros cargados de un raro encanto, de ese aliento húmedo y frío de presencias humanas, matinales, de los crepúsculos silenciosos o de noches cerradas.

Reflejan la espiritualidad de la existencia, de la observación volcada a la fantasía, de la vida asumida y plasmada en la indefinición del hombre.

Otras veces, los cuadros de Maritza Álvarez constituyen un oasis de la fantasía: hábitat en los que no hay vida humana, aun observándose una presencia humana, la presencia totalizadora de Julia. El aliento humano como elemento vital no está en ellos, aunque sí el espacio, una forma de espacio estético, que demandan o habitan las intenciones de una mujer, o de la artista.

RAFAEL GARCÍA ROMERO, Premio Nacional de Cuento (Catálogo Su nombre, Julia, setiembre 1991)