Contra la soledad. (A propósito de Salvo el insomnio)

El individuo del siglo 21 ha entrado a su época con una grave carencia; quiero decir, con un profundo vacío, todavía mayor que el experimentado por el hombre del siglo 20.

Muy a pesar de la descarga irónica, a veces sardónica de los pregoneros de la posmodernidad, el hombre de hoy, en realidad, ha perdido radicalmente el sentido de lo lúdico, el placer por el juego, haciéndose cada vez más presa del temor a la vida y de la angustia existencial.

Este epocal suceso del espíritu se hace acompañar de un acendramiento de algo que se forjó durante el siglo pasado, y si todo estuviera claro en términos de cronología, diría que en el último milenio. Se trata del imperialismo absoluto de la soledad, de un resurgimiento cáustico del individualismo sobre el cual se especuló bastante a finales del siglo 21.

Las artes, como es de suponer, han sido perneadas por esta suerte de náusea nueva. Sin embargo, y para suerte del ser humano, más aún por mor de la empresa gástrica de Antonio Tabucchi, quien salva al poeta y al escritor de la tristeza cósmica en que, como intelectuales mondos y lirondos, los hundía Humberto Eco, sin embargo, insisto, es una verdadera dicha encontrar artistas, escritores y por qué no, también intelectuales, que abren una brecha significativa al juego (lo lúdico) la comunión (antídoto contra el virus de la soledad).

Salvo el insomnio, de la autoría, a dos manos, o tal vez a cuatro, de René Rodríguez Soriano y Plinio Chahín es un ligero manojo de textos en los que la insondable soledad del escritor y la abúlica falta de ludismo, rasgos propios del oficio en los albores del tercer milenio, han quedado afortunadamente superados.

Se huele en esta pequeña obra facturada a dúo un homenaje implícito, una celebración de la acertada expresión de Roland Barthes, que atribuye al texto creativo un placer muy particular. Texto placentero, por demás, en su acepción de génesis escritural y en la de instrumento de lectura o de reinvención de lo imaginario. El disfrute de la brevedad nos libera del tedio causado por la disolución espiritual de los parámetros fideistas del absoluto redentor. Aquí no se vislumbra ni un gran destino, ni una suprahistoria, ni un más allá mesiánico, mucho menos un grave compromiso con el tiempo, el hombre o la sociedad, ya por parte del creador, ya por parte de lo que crea… Nada. Impera en este pequeño libro, con rampante soberanía, solamente el placer de escribir, a dos o cuatro manos, y de leer a cabeza henchida de imaginación y libertad estética. Escribir en comunión es un desafío al estatuto solitario del escritor occidental. Tenemos conocimiento de la tradición japonesa de escritura abierta o a varias manos, que ellos denominan renga. O bien, el cadáver exquisito de ascendencia surrealista. Pero hacerlo hoy, luego del derrumbe de los modelos básicos de la colectividad y la gasificación, y de un consecuente reascenso del individualismo y el salvesequienpueda, es todavía una empresa más osada.

En una de sus elucubraciones maravillosas sobre las “presencias reales” y la búsqueda del referente divino en la obra de arte, el genial humanista George Steiner se pregunta si acaso hay, después del “Pentateuco”, el libro de los cinco estuches de rollos de papiro o de escritura en piel (que constituye, de hecho, la Tora Judía), algún otro libro digno de consideración que haya sido escrito por un “comité”, es decir, por mas de un autor. Steiner se hace la pregunta a propósito de la trivialidad de las formulaciones colectivas propias de las disciplinas de pensamiento de las humanidades contemporáneas frente al exitoso rigor de las disciplinas científicas con modelos naturales. Se presume, en igual tesitura, que los textos homéricos, “La Ilíada” y “La Odisea”, son escrituras colectivas. De ahí que sea difícil asumir que toda la extensión del corpus “Pentateuco”, que abarca en la tradición grecolatina los libros “Génesis”, “Éxodo”, “Levítico”, “Números y Deuteronomio” sea producto del pensamiento y escritora de un solo hombre, Moisés.

Lejos, sin embargo, del referente bíblico, Salvo el insomnio es un texto híbrido que evoca experimentales automatismos verbales y étnicos en el linaje de “Nadja”, de André Bretón, y Vlìa, de Freddy Gatón Arce. La identidad posible de René y Plinio en la relación sujeto-escritura descansa, en esta obra, en la intransferibilidad ontológico-estilística de la sintaxis y la fijación de algunos núcleos léxicos, en al menos uno de ambos autores. Pero este rasgo no es trascendente, para mí. Lo que sí me parece interesante, en cambio, es que esta obrita, en el buen sentido de la palabra, que a veces experimenta un rubendarino vértigo modernista, cuando no un carpentierismo neobarroco caribeño, desafía una prosa de ficción dominicana actual, ahogada en la languidez, producto de un asma imaginativa, que aun en algunos jóvenes sigue ceñida a un insufrible localismo costumbrista rayano en la intrascendencia o en la autobiografía narcisística, sin conseguir que el escaso publico lector se interese por ello, ni por las técnicas narrativas y una raquítica tradición novelística se enriquezcan un ápice.

Rene Rodríguez Soriano tenía ya vivencias de creación textual a dúo, cuando junto a Ramón Tejada Holguín publicó los volúmenes titulados Probablemente es virgen, todavía (1993), Y así llegaste tú…(1994) y Blasfemia angelical (1995). Se incia en la literatura, a fines de los años 70, como poeta. Con el transcurso de los años se fue convirtiendo en uno de nuestros prosistas y autores de ficción mas ingeniosos, con un excepcional dominio de la técnica del cuento, muy cercana, por qué no decirlo, al universo narrativo cortazariano, pero, con innegable voz propia.

Plinio Chahín, por su parte publicó por primera vez un cuento breve, muy breve, como los que mas tarde ha ido publicando, con sobrado acierto, Pedro Antonio Valdez. Ese clientecillo edípico de Chahín vio la luz en el boletín del taller Literario “César Vallejo”, a inicios de los años 80. yo lo recuerdo con meridiana claridad. Más tarde, este autor se caracterizará por una escritura poética y ensayística que ha sentado sus reales en la literatura generacional de los años ochenta y será parte de la posteridad literaria criolla.

Se trata, pues, de dos escritores experimentados y maduros que decidieron brindarnos unos textos de ficción, escritos, reitero, a dos o cuatro manos, como un solemne tributo a la libertad creadora.

Como si se tratara, acaso, de un escapismo inconsciente, Salvo el insomnio no refiere para nada los misterios de la noche. Tal vez una suerte de parricidio borgeano. Los relatos se dan, puesto que no estoy seguro de que ocurran o discurran siquiera en la intimidad misma de la significación textual, se dan, digo, al atardecer. Toneladas de páginas se habrán escrito sobre el sueño, desde los orígenes de la escritura hasta hoy. Pero, muy poco se ha inventado con la magia del insomnio. Era justo.

JOSÉ MÁRMOL, Premio Nacional de Poesía. (Pasiones, suplemento de El Caribe, 13 de octubre de 2002. Santo Domingo, RD)