Ambos A Dos: Las Vigilias Lúdicas de René y Plinio


Ligero manojo de textos en los que la insondable soledad del escritor y la abúlica falta de ludismo, rasgos propios del oficio en los albores del tercer milenio, han quedado afortunadamente superados
José Mármol

En los años treinta, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares se conocieron en casa de Victoria Ocampo, la diva de la intelectualidad en aquel Buenos Aires donde reinaba su revista «Sur», faro de la modernidad artística y literaria de ese periodo. Borges ya superaba la treintena, pero Bioy apenas tenía diecisiete años. Estas distancias de edad no fueron, sin embargo, excusa para que ambos forjaran prontamente una empatía que luego los uniría en la publicación de la revista que ambos fundaran, «Destiempo» y, ya en la década de los cuarenta, la selección de dos grandes antologías, la de literatura fantástica y la de cuentos policiales.

Desde poco tiempo después que se conocieron, Borges y Bioy se plantearon escribir una obra colectiva, y hasta bosquejaron la historia de una primera novela, pero este deseo lo llevaron más lejos y no sería uno sino seis los libros que escribirían en común, los cuales se fueron publicando desde 1942, cuando sale el primero del conjunto «Seis problemas para Isidro Parodi», hasta el último, «Nuevos cuentos de Bustos Domecq», que viene a aparecer en 1977. Ambos utilizan un seudónimo, H. Bustos Domecq, que correspondía al nombre del bisabuelo de Borges (Bustos) y al del bisabuelo de Bioy (Domecq), y la H. significaba Honorio, que aludía a Honorio Pueyrredón, que era entonces el alcalde de Buenos Aires. Borges y Bioy utilizarían además otro seudónimo para los libros «Un modelo para la muerte» (1946) y «Los orilleros» (1955), B. Suárez Lynch. Con la B. designan los apellidos de los dos escritores, Borges y Bioy, Suárez es el nombre de otro de los bisabuelos de Borges, y Lynch, el de otro de Bioy. De esta manera surgió una de las más memorables obras colectivas que se conocen en la literatura, una tarea que ya antes había sido practicada, aunque por muy pocos y casi siempre con muy escasa atención de lectores y críticos.

En nuestra literatura, esta práctica literaria ha sido desarrollada por René Rodríguez Soriano, quien ha escrito textos cuentísticos a dos manos con Ramón Tejada Holguín, que incluso han ganado reconocimientos. Ahora, sale a la luz un breve libro donde René continúa el sendero trazado y esta vez se hace acompañar del poeta Plinio Chahín. Entre los dos se aúna y crece la complicidad verbal para construir tres relatos donde se cumplen tres objetivos fácilmente observables: la necesidad de plantearse el hecho fictivo desde una razón compartida, la posibilidad de crear uno o varios escenarios de instrumentación lingüística que procure discernir sobre la página en blanco con suprema delectación, y la ejercitación libre de la palabra como vehículo que proporciona la liberación del creador y de su drama ficcional haciendo la mofa de la historia consuetudinaria con el balanceo automatizado de la imaginación.

El producto de este tipo de ejercicio escritural se alienta sobre una comunicación polivalente que se dirige por distintos caminos hacia la celebración de la palabra como hecho creador, sin residuos, sin plasmas sangrantes, sin mediastintas, sin frenos, o sea, la palabra aplicada a la imaginación libérrima, al placer de la escritura que discurre en toda su frondosidad, en todo su deleite, en toda su alquimia de significados y significantes, en toda su concupiscente irrealidad, en su diafragma libidinoso, surcado de materias vivas.

No pueden entenderse estos textos sin comprender hasta dónde los conocimientos y la práctica del acto narrativo pueden encender la realidad y violentar sus taras, afrontando el rigor de la escritura solitaria, desnudando de matices individualistas el hecho creador, la función de la fantasía en el acopio escritural del narrador, en su doblez característica, en su cuerpo permeable, en su sensación de libertad y apremio.

Las «vigilias» de este texto inusual interpretan una realidad desde un modo común y el colectivismo de las imágenes seducen justamente por su plasticidad, por el imperio de una estética que deja traslucir momentos mágicos en su diapasón casi insondable, casi hermético, casi indescifrable. El buen lector valorará sin embargo el juego de las metáforas, el ludismo incesante de las cláusulas que rompen patrones al uso, el intenso crepitar de la palabra sobre un escenario fascinante de libidos fulgurantes, de efusiones sensuales, de gozos estéticos, de forjas filosóficas, de discurrires fugitivos, de sexualidades humeantes.

Desde luego, este tipo de escritura literaria forjada en común plantea siempre una incógnita: la atribución de los textos, los sellos propios, las diferencias metódicas. Siempre la crítica -sucedió con los textos de H. Bustos Domecq- ha querido otorgarle un carácter de obra menor a estas ejercitaciones escriturales colectivas. Parecen a veces, simplemente, un hecho circunstancial sin valor referencial trascendente. Si Bustos Domecq superó este prejuicio se debió a la gran obra posterior a esos textos de sus dos autores, que lograron así ver revalorizados los relatos y ensayos escritos en común. En el caso que nos ocupa, René y Plinio han forjado una escritura que tiene un propósito definido, que descubre con sabiduría crítica el prologuista: la de realizar un acto narrativo donde se transmite y ejerce el placer de escribir, a dos manos, «a cabeza henchida de imaginación y libertad estética».

(Referencial: René Rodríguez Soriano y Ramón Tejada Holguín han escrito textos cuentísticos a dos manos -«Probablemente es virgen, todavía» (1993) e «Invítame a almorzar lejos de estos barrotes» (1994)-, pero los libros que ambos han publicado no encuadran dentro de esta práctica escritural, como se ha informado indebidamente en la prensa. «Probablemente es virgen, todavía» (Editorial Mambrú: 1993) lleva el título del cuento escrito en común por ambos, pero el contenido del libro independiza los relatos escritos por cada uno de estos dos autores.

El otro libro de ambos autores, «Blasfemia angelical» (Taller: 1995), es un libro de ensayos y entrevistas, no de cuentos. Rodríguez Soriano y Tejada Holguín escribieron otro relato en común junto a Rafael García Romero, titulado «Y así llegaste tú, Aurora» (1991). Todos estos textos fueron premiados en los concursos de Casa de Teatro.)

JOSÉ RAFAEL LANTIGUA, Premio Nacional de Ensayo. (Biblioteca del Listín Diario. Abril 14, 2002. Santo Domingo, RD)