Queda La Música: Dos Momentos Frente A Un Sismo

Acto uno

CÓRDOBA, Argentina.- A los que tienen uso de razón exhorto a que tengan cuidado con perderla. Es peligroso contactar con libros de René Rodríguez Soriano. Y esto no es una caricia: sólo estoy pensando con los dedos. Algo extraño pasa desde sus escritos; han desvalijado mis palabras y mis sentidos, palidez del pacto ante la muerte que se ruboriza en el último latido de esta promesa de llevarlo conmigo.

Los aromas que me robó fueron míos cuando de cuclillas me senté abierta a la tierra para respirarla desde el orificio, para sostener esa energía madre, para invertir el peso de gravedad con la que me sostiene. Es hora de volar con él, de que abata las entrañas con el tiro de su hombría, de su ser impiadoso, sometida a la acupuntura danzante de sus letras.

¿Será él? ¿Soy yo? Da lo mismo. Un dislocar permanente en cada grito de lo que vive-vivo. Pero de algo estoy segura: se fue apropiando de mí en cada renglón donde dibuja su don de escritor, escriba -diría yo- o tal vez profeta. Es esa antigua memoria que me recupera en el desierto de mi ensoñación, holocausto donde me entrego dispuesta a lo que sea, ardo en la zarza de sus ojos, y entono el salmo del amor desnudándome de los lienzos de mi carne. Quiero descubrirme desde el pliegue interno de su piel, para que vea la autenticidad de esta hembra celosa, porque él escribe como la mujer que está ocupando todos sus lugares, los míos.

Y por más que se muestre andrógino, con esa sobreestimación que posee para revelarse yin-yang completo, se equivoca: estoy yo, pasajera de un destino imprudente. Él violó todos los sentidos; ahora lo denuncio, hago público mi repudio por sus letras, por la demencial manera en que me transforma. Camino por las paredes confeccionando el grito donde mi soledad se ha quebrado; en las páginas de su libro identifico mi sed descontrolada, y no sé si esto es un espejismo del desierto inagotable, o si la perinola hoy ha caído en toma- todo, lo innegable es que me completa desde la melodía usurpadora de sus timbres prosódicos.

Enhebro el dedo índice con mi cabello dorado, la mirada perdida en la hipnosis de un pensamiento que no quiere volver. Me bamboleo entre la cuerda realidad y la locura tenaz por alcanzarle y adiciono todos los pasos hacia él. Cuando René sienta que su sombra pesa el doble de su propia alma, sabrá que me he colgado en el traje gris de su espalda por el solo capricho de no perder su huella. De ahora en más, seré custodia suspicaz de cada palabra que guarden sus libros, en la perpetuidad de este sonido celestial que me traen alas para volar, mientras Queda la Música suya en mí, esgrimo el placer de tararearle.

Entrada la noche nos sorprende el intimismo. Me declaro (perdida) ante el escritor.

Acto dos

.
Descuartizo las letras que nos sobran. Son bocados para perros flacos. Famélica de vos, me detengo en los pliegues tenues de tu monumental figura, obligado camino para peregrinarte en la montaña rusa de las emociones.

¿Qué sabrán las minúsculas letras, que flemáticas perdieron su voz, porque no supieron adherirse a una cursiva para tomarse de tu mano? Yo te escribiré con tinta roja de esta sangre que duele, que bulle desde la base y por la altura sobre dos, en la tridimensional manera por alcanzarte todo. Y me hago capullo entre la seda de tu sombra.

¿Quién podrá decir que te ha sentido en estos niveles, donde el desperezar de un ala que recién viene naciendo, se entrega confiada al sol de tu caricia, luz que llevas en las entrañas? Y te reconozco en la sonrisa mandinga, trepo por tu pulpa jugosa y me persigno frente al abismo de tu boca donde voy a suicidarme una y mil veces para renacer por cada hebra de tus ojos –esa mirada que tienes ladrona bandido– que se apropia de la vida y en ella se lleva la mía.

Fibrilo en ese lugar donde nos respiramos el pulsar de la pluma, caída en vertical, (a noventa grados, dice), perpendicular desde tu aliento a mi deseo horizontal. Y es éste el instante donde los frunces de las sábanas nos envuelven sonidos del apremio para amarnos, enredados de piernas que nos anclan las raíces para no volarnos del todo: dos cuerpos agitados haciendo cabriolas en cama de hierro, fuerte sí, pero menos que las embestidas de tu anatomía viril que comulgan hasta perforarme el alma.

Y lo logras. En un tenue vuelo –pesado y sutil– el ser se eleva para acariciar rosas y azules. Observo desde allí la perspectiva de tu espalda seguida por tus brazos que, proyectados hacia las manos, garabatean sobre una hoja la perpetuidad del vuelo de mariposa. Toda ella intensa: en un día –de una vez- de todos los días… y así todos.

Te entrego mis alas para volar. Mientras usurpo todos los rincones de tus letras. Embriágame de ti, perdida en tus palabras me recupero y sé que, cuando todo se vaya, cuando no quede nada de nada, sólo permanecerá lo real, lo verdaderamente trascendente: la música de tu poesía donde palpita renovado mi corazón herido.

Al público en general, no habré de descubrir el descaro de mostrar anticipadamente una sola línea de su libro. Aquí condenso algo diferente a lo que todos acostumbran en la disciplinada manera de hablar sobre algo que impacta. En mi caso, propio de una novicia rebelde de las letras, implosiono la sed del alma con la que he bebido todo el cielo, desde donde René Rodríguez Soriano nos llueve el dominio de la escritura, en la apertura generosa de la entrega de este libro en su canto seductor.

Si se tiene agallas, entre y déjese penetrar por sus palabras, que no tienen reclamos a la hora de orgasmar la vida.

FANY GRACIELA JARRETÓN, ESCRITORA. Primavera 2003.