Notas Pasión Sobre El Pentagrama De La Sublime Creatividad

Nada huye, ni el entorno, ni el espíritu: todo está captado en el monólogo que es diálogo, el otro va a recibir los regalos de ese amor trasmutado en palabras inmensas, totales. Pero el punto donde se logra la maestría es en la dialogía, esa apelación hacia el otro, ese misterio de hombre o mujer amada que construye al que habla, y que habla de todo lo que lo erige en ser enamorado.

BUENOS AIRES, Argentina.- Lo leí dos veces, dos veces que quise fueran interminables, eternas. En la primera, ejercí la acción del lector: leí desgranando palabras rutilantes como gemas o como estrellas, fui uniendo acciones con actuantes y comprendiendo los mensajes que derivan del amor con un frenesí de catarata. Pero la segunda, esa fue la lectura mágica: el texto se volvió mi entorno y ya no estaba en una habitación sobre una cama, leyendo el libro de René Rodríguez Soriano…¡estaba dentro del libro de René! Injertada en esta aventura fantástica por obra y gracia de la capacidad de mi queridísimo escritor para generar mundos reales con el sólo artificio de la palabra bañada en sonido, color, gusto, olor y textura pude pernoctar dentro de Queda la música.

Y entonces, lo afirmo, queda la música: esa reina o abstracta actriz que genera los climas, que es cuna de estados de ensoñación; esa titiritera que favorece una relación diferente con el mundo, que convierte al ser en sujeto melódico. Las sustancias musicales de René suenan dentro de uno con el poder arrobador de una sonata, con el deleite dulzón de una bachata o de un merengue, con la sensualidad del saxo y la trompeta en una pieza de Miles Davis y, esparcidas omnipresentes, las caricias de Luis Eduardo Aute, Joni Mitchel, Diana Krall, Patxi Andión y muchos otros u otras voces evocadas que me introdujeron en paraísos sonoros.

Suspendida en el espacio-tiempo del texto me detuve a oler azucenas, café, hierbas, jabón, nísperos, jugos de sexo, aliento, humo, ropa limpia y tantos otros aromas. No quise perderme lo esencialmente sensitivo, nada, ni una molécula. Degusté las más jugosas y maduras peras y naranjas, y hasta el salobre líquido de las lágrimas de un amante. Cuánta exquisitez, qué canal esclarecido abre René para la transmisión de lo sensible.

Durante toda la experiencia pude zambullirme en la delicia juguetona del lenguaje, tan de René, tan él mismo, donde «duenden los duermes», «ochoacostadas nacimuertes», «revimuerta y perversa pulpa», eximias ejecuciones lingüísticas en las que la palabra obra el milagro de transfundir los latidos al galope de unos enamorados que hablan viviendo y hablando aman.

El punto de caramelo del libro, donde el autor logra la maestría de su literatura, es en la dialogía, esa exhortación hacia el otro, ese misterio de hombre y mujer deseados y deseantes que construye al que discurre y que cuenta al detalle todo lo que los erige en seres enamorados. Nada escapa, ni del entorno, ni del espíritu, ni del cuerpo de destinadores y destinatarios: cada pincelada erótica está captada en el monólogo que es diálogo; el otro va a recibir los regalos románticos de ese amor trasmutado en palabras inmensas, totales. Las voces intercaladas de sujetos pletóricos de vivencia-esencia en la piel abierta y receptiva, tendiéndose uno al otro los brazos para encontrarse en un abrazo de pura, excelsa comunicación.

No hay ni un sólo espacio textual hueco: cada concepto está lleno de significaciones cinceladas con la explicación universal, ancestral, de lo que es sentirse poseído por la maravilla amorosa. Recorriendo el Rojo, la Nebulosa, Brescia, las almas de Florentino y Fermina, la Antecama, la Dulce Ponzoña, el Plan de Fuga, el Apunte a Lápiz y en cualquier otra zona que atraviesen los trémulos personajes locamente enamorados, uno conoce –le son revelados– los efectos divinos de la enjundia pasionaria. Así, René nos propone una experiencia apuñaladora.

Queda la música es lectura que es vida respirable, suspirable; momentos junto al libro como si montara el lector un corcel alado y salvaje que avanza hacia un cenit hecho de la más nítida y celestial alma humana o la promesa del límite emotivo alcanzado en el mismísimo arco iris.

GABRIELA ALIA BOTBOL, ESCRITORA. (Perspectivaciudadana.com)