Lo Que Queda Después…

AZUA DE COMPOSTELA, RD.- Una pregunta que muchos suelen hacerse ¿Qué quedará después de todo? Después de la vorágine del mundo convulsionado en la galaxia. ¿Qué quedará? Es una pregunta con sentido al vacío, a la incógnita de la razón física; aunque puede encontrar explicaciones en la conciencia, en la supra conciencia. Yo pregunto ¿Quedará la poesía?¿Quedará la música? O ¿Quedará la música de la poesía? O, después de todo, quedará la borrasca del olvido o el polvo cósmico del ostracismo. ¿Qué quedará? ¿Qué quedará? Esa pregunta se repite al infinito abriendo las puertas del asombro por donde van nuestros ojos despabilados.

Todo artista va descubriendo como que va sondeando los misterios, aunque sin develarlos. Los va cantando, los va plasmando utilizando diferentes formas de expresiones. El artista es un sabueso, un asaltante de las auroras y un orador de

epitafios a los pies del crepúsculo. El artista es un tahúr que no sacia su sed aunque el universo quepa en uno de sus versos, en una imagen, en un trazo, en un golpe de maravilla. No, el artista no se conforma, si se conforma se muere el artista y se convierte en otra cosa. El artista es la trascendencia del hombre. ¿Pero, para quien? ¿Para los de afuera? No, es para sus mundos internos, para sus ánimos, sus motivos; para todos aquellos seres que subyacen en el orbe cósmico de sus regiones internas.

Igual que otros tantos me he preguntado qué quedará después… después de todo. ¿Qué quedará? En conversación con el escritor Español Miguel Yuma, hace unos años le pregunté ¿Miguel qué quedará después…? Y él, reflexivo, me contestó «La literatura es lo que queda después». La forma en que lo dijo me dejó casi perplejo. No me la esperaba. Quedé en silencio y en medio de la noche, de un parque en Azua, se escuchó en la lejanía las notas de una canción que corría los caminos de las sombras, desde un bar anodino y me asaltaron los motivos. En medio del silencio, bajo el influjo de la melodía de Serrat llegué a decir: » Es verdad, la literatura es lo que queda después…» Ahora, cuando yo escribo estos párrafos caigo en cuenta que de la melodía de Serrat me quedó la música. Y estoy casi convencido, tengo la certeza, de que el universo está definido, está cimentado en la música. Los pitagóricos definieron al mundo por medio de los números, los astrólogos por medio de los astros y, aunque no soy músico, pienso a veces que el mundo es música, desde un simple espanto de una hoja al viento hasta un sonido galáctico universal.

Todo vibra, ya lo han dicho grandes científicos y metafísicos, y de esa vibración sale el sonido. Lo átono no existe, si se define lo átono como la ausencia de sonidos.

He presentado estas ideas para aproximarme al libro Queda la música » del escritor dominicano René Rodríguez Soriano. Desde el título quedé suspendido en una reflexión de horas largas. Me pareció fenomenal. Confieso que no quería abrir el texto por temor a perder ese espacio amplio que se abrió en mi imaginación. Pensé que el escritor lo había dicho todo con el título. Son tres palabras sencillas Queda la música , pero ¿cuántas cosas caben en esa expresión, particularmente me pareció que vaciaron sobre mi memoria conciertos a pianos, a violines y arpas. Se sintió el florilegio, causando conmociones inusitadas.

Bueno… Entonces comencé a leer el libro. No tenía ninguna pista sobre el género literario al cual pertenecía. Ciertamente no decía si era poesía, cuento o novela. En principio se me ocurrió pensar que se trataba del género cuento. Revelo que lo hice por simple suposición ya que el autor se ha destacado en su país en importantes premiaciones de cuentos. Pero las formas en que estaban titulados los textos me parecieron que se trataban de cuentos, estos eran cuentos breves o mínimos.

Seguí leyendo y me dejé arrastrar por su contenido. A ratos sentí que me adentraba a mundos de poesía con salpicadura de la nostalgia del pasado. Los recuerdos hacían acto de presencia con magnifica majestad: «Amo las velloneras. Al lado de mi casa había un bar, cuando tenía 11 años. Ahí me desgasté enterito en el más amplio Rosario del amor y el desamor, adobado a trago limpio: Olimpo Cárdena, Javier Solís, La Tariácuri y sobre todo Antonio Prieto»

En el libro Queda la Música , ciertamente hay tanta pasión, tanta fuerza en párrafos compuestos de oraciones sencillas convertidas en imágenes que nos impregnan de la conmoción estética.

El autor ha destapado los baúles de los recuerdos y sólo música y nostalgia han volado, llevándose como aves la resaca de los años perdidos. Es una narrativa o prosa poética cargada de razones inefables.

René Rodríguez Soriano bajó a la sima de los arpegios y vino cargado con polvos de música en su metalenguaje, con sus palabras espléndidas, cándidas, destellantes. René vino de la sima y subió a la cima para dejar que se escuche un concierto de arpas a media voz.

Diría que en Queda la Música René Rodríguez Soriano lanzó la luz para reencontrarse, para dictarse, para ser de la poesía o la expresión artística un concepto andrógeno de su ser.

En Queda la Música no hay ese retorcimiento de imágenes, no hay ese afán de impresionar con géneros literarios terminalmente definido.

En Queda la Música , las cosas salen como producto del desborde del sentimiento artístico que se fue represando por años en estanques cuidadosamente, celosamente venerados por el escritor.

Reitero que desde hace más de 20 años conozco a René y a sus obras, y de todos, «me queda la música». Pero de este más reciente libro me queda más que la música, me quedan también los instrumentos para tocar mi propia música. Porque a pesar de todo, la música es lo queda después… Es la música de la poseía lo que queda después… Es la música del arte lo que queda, es la música de todo, todo lo que queda. ¡Qué no pare la música! Que la música se quede para siempre.

VIRGILIO LOPEZ AZUÁN, Escritor. Octubre 2003.