René Rodríguez Soriano, Cuando La Soledad Tiene Rostro Y Nombre De Mujer

(A propósito de La radio y otros boleros)

SANTIAGO DE LOS CABALLEROS, RD.- No sé si le pasó lo mismo a toda la edición de La radio y otros boleros, Premio Anual de Cuentos 1996, otorgado por la Secretaría de Educación Bellas Artes y Cultos. Lo cierto es que el ejemplar que me hizo llegar René Rodríguez Soriano, presentaba una agradable confusión, que me hizo saborear el primer cuento de la colección de un forma singular. Titulado erróneamente como Laura baila sólo para mí el texto se presentó ante mis ojos virgen, exquisitamente profuso. Sólo descubrí que el sujeto que narra en primera persona toda la historia, era nada más y nada menos que un simple e inanimado aparato, una radio, y que Laura brillaba por su ausencia. En verdad agradezco a esa errata de compaginación haberme liberado de esa limitación innecesaria que acaso ofrecía el título original; nada mitigó el acertado, y para mí sorprendente, remate.

El cuento La radio presenta un estilo narrativo ameno. El autor eficientemente logra asumir la racionalidad imposible de los objetos que pueblan el espacio cotidiano, adueñándose de las características humanas que los rodean. Desde su inamovible pedestal, un radio de pionera estampa, de atmósfera inicial que refiere la caída del régimen Trujillista, nos hace partícipes de décadas de historias de una familia dominicana común. Hasta leer este cuento, fácil resulta aceptar como axiomática verdad que los radios hablan; acá se estira esta generosa afirmación hasta considerar la posibilidad de atribuirle al parlanchín inviten capacidad de pensar y de sentir.

El radio en cuestión a partir de sus metamorfosis fonéticas, desde los efluvios de las propagandas de la tiranía, el rosario, las prohibidas y furtivas alocuciones de la revolución cubana, hasta las melifluas voces de boleros para cortarse las venas, nos narra las biografías recientes de nuestra sociedad.

El siguiente texto, Cuestión de estrategia, es relato aromatizado con letras de una melosa canción de Palito Ortega. En el mismo, autor se atreve a contar desde la sicología femenina, en interesante proyección del lado femenino que indudablemente cada ser humano posee. Aquí, la estrategia de la protagonista es de seducción. La joven mujer, estudiante universitaria, no se muestra ajena a la sensiblería de las novelas del corazón; se dispone a golpe de carne y carmín a conquistar a ese galán prototípico, con pecado y pinta de intelectual: “Ya lo he seguido por los recitales y conciertos, las exposiciones de pintura, los cines, los parques, los museos”. Este personaje “pagado de sí mismo”, acaso el escritor irresistible que queremos ser, responde al nombre de Javier. Dada su naturaleza omnipresente, como se deriva de encontrarlo en muchos de los cuentos restantes, Javier se convierte en personalidad masculina obligatoria al referir la narrativa de René Rodríguez Soriano; igual que lo son, ya en el plano femenino, las inevitables Laura y Julia. El ego del valentino criollo quedará satisfecho ante la osadía de la musa mulata de turno que se atreve, a ritmo de bolero, a luchar por él.

Con una titulación bullanguera que no distingue de idiomas al momento de tejer sus tramas simples, lineales, René Rodríguez Soriano, nos introduce en su noria de nostalgia, tomándose todos los riesgos que este tipo de escritura encierra, a través de personajes harto conocidos. En todo caso, los héroes y antihéroes románticos de René Rodríguez soriano llevan una carga demasiado pesada, la de su soledad, así como las peripecias del mundo de fantasía que como locos enamorados, o tontos simples, crean y creen. And I Love Her es una agridulce separata, que deviene en parodia del género de evasión sentimental, de las secuencias infinitas de célebres autoras rosas como Corín Tellado y Bárbara Cartland, (a nadie extrañe que la damisela utópica de turno tenga el nombre de Bianca, igual que la de la colección inglesa de entrega semanal); eso sin desestimar elementos de aventuras, como la ambientación campera característica de Marcial La Fuente Estefanía, que le permiten –y nos permiten– dejar aflorar las caracterizaciones heroicas que llevamos dentro. Para este cuento en particular no resulta descabellado imaginar una edición con ilustraciones, papel y tipología de best-seller romántico o western. La mayor diferencia con los géneros referidos, obviamente manejo del lenguaje aparte, acaso sea la economía de detalles descriptivos que obliga al uso de la imaginación para completar la trama, sobre todo cuando los tópicos están relacionados con las ausencias y posibles regresos de Bianca.

En este trabajo de largo aliento, pues supera las medidas regulares del género, la prosa es ágil, no comprometida, sin complicaciones; el tiempo aparece tratado con ligereza, los hechos suceden con prisa, el lector accede superficialmente a la experiencia de los viajes y a los grandes cambios personales. En este cuento, la tía joven que se presiente eje central del ermitaño protagonista, le marca la vida hasta la tragedia con un indefinido celo como de freudiano Edipo, así como Bianca lo refiere a prolongadas estaciones de alegría y tristeza, de soledad.

Una muchacha llamada Josefina es otro ejemplo de la narrativa personal, siempre con perfume de mujer, de René Rodríguez Soriano. Sus personajes, él y ella, siempre, aparecen caracterizados con desmesura, buscan la distinción hasta la sátira. Otra vez es él, obsesionado, perdidamente, absurdamente loco enamorado de una contemporánea ninfa de cuya existencia sólo tenemos la racionalidad de un nombre.

En Casi nada ha cambiado amor el autor retoma la referencia exótica superficial, el turismo de sabor modernista por entre gentes y culturas distintas como anzuelo para incentivar la fantasía; continúan las tramas cotidianas y domésticas, desgastadas a fuerza del paso inexorable del tiempo y la costumbre. Este cuento, o relato a compás de monólogo interior, no plantea situaciones desbordadas para llamar a la atención, sencillamente nos refiere a la crudeza de la simple existencia.

Killing me softly nos confirma el perfil de la mujer amada o presentida: siempre intelectual y bailarina. Otra vez más como musa merecedora de toda veneración. Esa mujer utópica en tanto aspiración, se desvela a través de un texto experimental donde el dilema del amante es enfrentarla con vehemencia, mediante una adecuación simbólica más allá de cualquier plano romántico, a través de una analogía poética, o mejor, de una tesis de la creación literaria. El objeto del deseo, la musa, la mujer, es la obra; el amante, es encarnado por el creador, con todo lo que implica. Una tercera voz marca el ritmo y apadrina al lector en su inocencia o ignorancia, a lo largo de una accidentada trayectoria retórica.

En Laura me espera al cruzar aquella puerta se aprecia la afición de René Rodríguez Soriano por hacer de su nostalgia, referencia de lugares comunes. El autor insisten asociar anímicamente su urgencia de compañía a objetos y situaciones; parecería que paisajes y sentimientos representan entes indisolubles.

Este libro es un bolero continuo que trata de aprehender la realidad a partir de su prisma meloso, agridulce, de su enlatada esencia de bohemias y vacíos sublimados. Este libro es bolero por ese diálogo en primera persona que compromete; tal como lo hace Cuando llegues, ponlo en “play” y adiós…, que al recuperar el gusto del autor por el espacio urbano, coloquial, cortazariano, y los elementos de su inmediatez, establece conexiones con nuestro universo generacional (autores, lugares, atmósferas, mitos y carencias de las últimas décadas), esencialmente con Martha Rivera y su novela de nombre que también recuerda, cuando olvida, un bolero.

En Cama y mesa René reafirma la condición omnipresente de Javier (nótese la rima asonante de los nombres). Su desahogada prosa poética muestra la constante actitud del hombre moderno de postergar en baladíes excusas las cosas verdaderas de la existencia, como confirmando el pensamiento de John Lennon, para quien la vida realmente es lo que pasa afuera mientras obcecadamente se pierde el tiempo planificando. Lo anterior casi nos hace concluir que en la narrativa de René ninguno de los personajes aspira a la existencia real, cuanto real pueda ser la realidad en una narración.

En Desesperadamente buscando a Claudia, el autor hace voto de devoción por sus divas. Sus mujeres son Greta Garbo, Liz Taylor o Marlene Dietriech, siempre mujeres imposibles de seducción desbordada hasta el mito. En sus coordenadas Claudia asemeja una mujer cierta, inmediata, pero a poco desemboca en imagen febril y alucinada, donde no es sino “la (Claudia) Cardinale”, otra de sus amadas tipo Vanidades.

Lucy in the Sky of Diamonds ratifica la naturaleza de soledad de esta producción. Son las confesiones de un Robinson Crusoe urbano que constantemente redefine su utopía, su razón para esperar por mujeres escurridizas e improbables; para buscar en la ficción, a la pareja, al complemento de su cotidianidad, hasta alcanzar una felicidad que la realidad aparentemente no ofrece. Lucía, la que él quiere, retomará los olores y sonidos de Remedios la Bella, personaje de la centenaria mitología garciamarqueana, con todo y su vocación cristiana de levitar o ascender hasta los confines del cielo.

Por último, Laura baila sólo para mí, el cuento de afortunado trastrueque inicial, es una criolla y paranoica versión de Cenicienta, que viene a reafirmar esa peculiar y densa atmósfera de René Rodríguez Soriano, de su perenne mitificación de la mujer. En esta ocasión, su Laura reincidirá para revalidar sobre su condición de onírico ángel, sus indiscutibles dotes de sirena.

FERNANDO CABRERA, ESCRITOR. (El Caribe, marzo de 1997)