La Radio y Otros Boleros: Cuento Por Cuento

Preámbulo al juego de René

René Rodríguez Soriano es un irreverente nato. Justificado por su propio malabarismo en el género: tejedor de urdimbres con exacerbada alevosía y premeditación.

Uno entra a su juego pensando que realmente es eso: un juego. Pero resulta que no es un juego nada, sino una trampa. Y una trampa muy bien orquestada. Ocurres que uno va identificándose con la trama, le va tomando confianza al personaje y anda con él por todo el texto, para luego caer en cuenta de que sólo fue un ardid del cuentero, que uno fue conducido de la mano impunemente a donde él quería.

En este juego de contar, de inventar o recrear historia, sin embargo, hay que jugársela; un truquero con las agallas suficientemente grandes para habitar donde disponen los grandes, y no ser desplazado. Para entrar en el mismo, debe uno documentarse, asimilar, imagina y aprender a diferenciar muy bien.

Para mí, René Rodríguez Soriano no es un cuentista cualquiera. Esto así, porque desde que el lector aguzado toma en sus manos un texto suyo, se da cuenta que no es un escritorzuelo, un carajo que la moda lo hace bailar o un sujeto que baila en todas las fiestas (no importa lo que se toquen quién la toque). Creo que esto se entiende bien.

Desde el diseño hasta las tramas de sus libros, René va ganando. Es original, indudablemente. Ni hablar de sus temas y formas de tratarlos: es para morirse de satisfacción, nostalgia o admiración, ya que nos encarrila por senderos nunca pensados. No es raro que nos alborote el recuerdo y nos sumerja, de pronto, en una parálisis, en un remirar el pasado o las cosas circundantes, esas que una vez vividas no se olvidan jamás.

La radio y otros boleros

Los textos están montados en su mayoría sobre viejos boleros en inglés y en español, grata sorpresa que nos asalta cuando los cambios mundiales de hoy no son precisamente sentimentales. También, no es extraño encontrarnos con pasajes en torno a filmes exitosos que, de algún modo, la historia del celuloide tocó su corazón. Sin embargo, esto no constituye un hallazgo en la obra de René, ya que es una constante en él el uso de estos recursos, cuestión típica de los autores de la Generación del 80.

René abre este texto con la malicia consumada. De un plumazo nos coloca justo donde él quiere: a la puerta de su trono. Allí nos aguarda, con sobrada nostalgia, La radio, símbolo y trama en uno mismo, anunciando súbitamente el designio del cuentero.

La historia que se narra en La radio, no es otra que la del narrador mismo. Él es la radio y el radio. Ese aparato reproductor de las ondas hertzianas está ubicado a l derecha de la puerta de su oficina, sustentando una historia imborrable: la historia político-musical latinoamericana; la vida de un pueblo que no podía disfrutarlo a todo volumen, dado el terror de las garras del tirano Trujillo y sus esbirros.

A través de una prosopopeya rítmica, La radio va esparciéndose con vida propia. Aparato y demiurgo son uno mismo, hogar y experiencia han transitado juntos: complementándose, protegiéndose, añorándose.

La radio es un cuento enternecedor, estimulante, desgarrante, mágico y subyugante, articulado bajo la estructura circular. Abre y cierra como todo buen cuento: impactando al principio, sostenido en el centro y rematado con un final mesurado, táctil y reflexivo.

En este cuento puede notarse el gran afinamiento de la técnica, el tratamiento del tema trabajado con mucho esmero, sin soslayar ningún detalle para hacer que el lector quedara atrapado y lo leyera de un tirón. La intensidad de la trama subyuga, los diferentes planos sitúan al lector enfrente del espejo que el cuentista quiere que se vea, por eso, tan pronto se empieza, no se puede detener la lectura hasta no acabarlo.

En ese sentido, nos indica Bosch:

No importa que el cuento sea subjetivo u objetivo; que el estilo del autor sea deliberadamente claro u oscuro, directo o indirecto: el cuento debe comenzar interesando al lector. Una vez cogido en ese interés, el lector está en manos del cuentista, y éste no debe soltarlo más. A partir del principio, el cuentista debe ser implacable con el sujeto de su obra; lo conducirá sin piedad hacia el destino que previamente le ha trazado; no le permitirá el menor desvío. Una sola frase, aún siendo de tres palabras, que no esté ilógica y entrañablemente justificada por ese destino, manchará el cuento y le quitará esplendor y fuerza. Kipling refiere que para él era más importante lo que tachaba que lo que dejaba; Quiroga afirma que un cuento es una flecha disparada hacia un blanco, y ya se sabe que la flecha que se desvía, no llega al blanco. (1)

Cuestión de estrategias nos arroja la verdad de los enamorados furtivos; alegría y dolor encerrados en canciones populacheras (de desamor, en el buen sentido del término). La mujer va a conquistar a su hombre bajo la atmósfera musical, porque una canción canta su realidad, la arrastra y, por lo tanto, la resume:

Pero ahora, sonando por quita vez esa canción, esa canción que es casi yo, casi mi angustia y mi impotencia, porque describe, casi sin proponérselo, toda esta agitación que me late dentro, todas estas ganas que tengo de que él me escuche, me tome en cuenta y comience a verme desde otra perspectiva, con otros ojos… (Páginas 25 y 26)

Sin pausa, el diamante danza con gracia sobre la “pasta” masajeando una historia hecha por y para los amantes que no escatiman esfuerzos para bombardearse sus encantos y, cataplum, el cuentista desliza certeramente la solución y nos sorprende al final.

And I Love Her está compuesto por seis partes. La I nos retorna al círculo de La radio; pero en forma más tenue, específica, humana, sencilla, pasional. René, con una prosa de fuste, “limpia y sin malos olores, sin estiramientos ni añadidos, de un aura poética enervante y fascinante”, como bien se describe en la contraportada, nos pone en contacto con una historia cotidiana, de añoranza. Esta primera parte es bastante parecida a su autor.

La II denota una descripción sagaz, refinada y eficientemente administrada. Ya los protagonistas se han encontrado frente a frente, entonces, el autor cierra este episodio con un final explosivo, dando muestra de su dominio narràtico.

En la III está dado el vuelo, la imaginación, el sueño de los amantes. Es un breve ciclo que culmina justamente con el recuento de las cosas familiares y el ineludible enlace y retorno al final de la parte II.

La parte siguiente, la IV, formula el padecimiento de los sujetos. La historia adquiere un matiz novelesco, sino que sirve para reiterar los infortunios y tristezas que abaten al ser, sin que con ello se distancie de las leyes del cuento. Ello muestra la idoneidad del narrador, al disponer con osadía de un recurso típico de la novelística, y no errar en el experimento.

Entramos ansiosamente al V estadio. El desenlace está cercano, se puede oler. El lector lo sabe. Se ha roto el amor. Momentáneamente se mitiga el dolor, en sí, se repliega. El toque de “falsa novela” se mantiene. Sin embargo, la intensidad aflora. Ya está anunciado el desmembramiento de lo transitorio. La trama cobra otra dimensión.

Arribamos a la parte VI, la última. El misterio se desvela así: el final enlaza sincrónicamente con el principio de la historia. El azar los une; pero luego los separa para darnos una anacronía impresionante.

En síntesis, con And I Love Her, René Rodríguez Soriano nos anticipa el novelista en ciernes que es. Las entradas y salidas de los seis estadios, asombran por su armonía en tan breve texto, indicando la sapiencia de este autor al manejar los criterios narrativos.

Esa muchacha llamada Josefina no es un cuento. Es un fragmento de nostalgia escapado a la página con exactitud escritural, sin premeditación dejado caer a manera de llovizna cuando el sol agoniza y se está horriblemente solo. Y es que, en el fondo, todos somos nostálgicos, dado que las cosas idas nos arrojan ese sedimento triste.

Pero René es como un mago: siempre le saca partido hasta al chiste de otro (cuestión de creador suficiente). Él “es un ciervo herido/ que busca en el monte amparo”, como describiera su pesar el excelso José Martí.

Escribir desde ese recodo negruzco que es la nostalgia tiene sus virtudes y sus peligros. Resulta interesante, porque el creador vuelca sobre el papel su sentir con mucha más holgura, comodidad, desinhibición y furia; pero ese volumen de tristeza puede provocar el descarrilamiento del tren de la objetividad y producir una obra mediocre afectada por un derrotismo desacerbado, hijo natural de la nostalgia. Estamos refiriéndonos a Casi nada ha cambiado, amor.

Sin embargo, Casi nada ha cambiado, amor nos parece un texto equilibrado, con buena prosa, sintético, contagiante, impactante, intensamente humano, extremadamente melancólico, desenfadado. Este cuento se parece bastante a mí, excusándome la inmodestia.

Killing Me Softly o el juego de la duda, el acoso, el enfado, la ruptura, la posesión, la conciencia, el salto a lo inesperado y definitivo.

Laura me espera al cruza aquella puerta es el re-cuento, la vuelta al libro Su nombre, Julia; es la imaginación vasta y exuberante del poeta que nunca se distancia del narratólogo. Es el recuento de la historia narrativa de René, línea tras Julia ahora es Laura. La transmutación  no sé cómo, cuándo ni por qué se dio; mas es una simbiosis que degustamos con frescura  y donaire.

En esta muerte del personaje, el cuentista se despoja, aparta de su horizonte la tradición de Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez de trasladar los personajes a textos sucesivos con vida y características diferentes.

Esto, necesariamente, no le resta importancia a la narrática ni a las historia estructuradas por este digno representante de la generación del 80, ya que las coordenadas trazadas conducen muy bien al lector al objetivo último del demiurgo.

Cuando llegues, ponlo en play, y adiós es el pasadizo secreto que se recorre cuando se sale de Laura me espera al cruzar aquella puerta, que no es más que otro conducto para aterrizar en el corazón de la narrática de René. Este cuento es referencial a los episodios a los cuales nos tiene acostumbrados este artista; pero con unos vericuetos distintos, con otra nostalgia bastante gráfica, plástica, idónea, “desamorada”, como dice el propio autor.

Honestamente, este cuento me encantó.

Al Those Born With Wings: ¡indescriptible!

¿Qué procede a lo sublime? Jamás otra sublimidad; aunque debiera ser. La fragilidad del ser no resiste una catarsis similar a la primera. Es por eso que a lo sublime le sigue el reflujo. Esto es Cama y mesa: un fragmento de la gran historia que ronda La radio y otros boleros. Desesperadamente buscando a Claudia es la añoranza, reminiscencia que, real y auténticamente, es el presente.

El reencuentro con las cosas idas siempre es interesante. Se rectifica, o se retoman columnas para una nueva estructura. Claudia no es el pasado; como no lo es Julia. Laura es, ahora, las dos, simultáneamente.

Desesperadamente buscando a Claudia posee la característica que todo cuento bien acabado entraña: es dinámico, de corporeidad aprensible, tiene gracia; es participativo, impactante y objetivo. En fin, dice lo que hay que decir, y bien dicho.

¿Qué es la belleza, sino la poesía en síntesis? Esto es Lucy in the Sky with Diamonds.

No tengo definición para este cuento. Aspiraría a que algún lector me la ofreciera. Sinceramente. Lo reitero nueva vez: René es un irreverente.

Sin miramiento alguno, con una cruel premeditación y alevosía, nos desmiembra el corazón. Dejó para el último, como jugador y truquero consumado que es, el cuento clave del libro. Este es un cuento maravilloso, sobrecogedor, mortificante, emotivo, sentimental, desgarrador, hechizante, arrebatador y fantástico. No merece ser descrito ni contado. Hay que leerlo para saborearlo palabra tras palabra con la avidez del sediento. Estoy refiriéndome a Laura baila sólo para mí.

¿Alguien de los que están aquí leyó el cuento? Si, usted, dígame: ¿cómo lo definiría? ¡Claro, ya lo sabía yo! ¡Usted no lo puede definir, porque le robó el aliento! No se moleste, a mí me pasó igual. ¡Qué deleite!

Epílogo al juego de la osadía.

Un gran acierto de René es que, reiterativamente, irreverencia la escritura; pero no comete el error de muchos que arman la red y caen en su propia trampa. No. Él, a través de la agudeza e incasable laborar ha logrado el afinamiento de la técnica, trata los temas con esmero y no soslaya ningún detalle para hacer que el lector quede atrapado.

La intensidad de sus tramas subyuga, los planos en que se desenvuelven sus personajes sitúan al lector frente al espejo en el cual el cuentista quiere que se vea, por eso, tan pronto se empieza a leer, no se puede detener la lectura hasta no acabar. Cuestión característica de su juego.

Entrar a La radio y otros boleros es atravesar el umbral de su oficina. (Aquí no es una sorpresa encontrar un homenaje permanente a la radio, a los amigos, a la escritura y la plástica. En fin, a la imaginación). En este entorno es donde el cuentero articula las impresionantes piezas que luego disfrutamos en sus libros.

Asimismo, en sus cuentos trabaremos amistad con sus relacionados de long time, con el deporte (sobre todo el baloncesto, su deporte favorito); los proyectos que alguien inició y no terminó, otro con miras al futuro, viejas y nuevas vivencias grupales, etcétera, etcétera.

Adentrarse en los cuentos de René, es habitar su universo, así tan sencillamente.

Notas.

1. Bosch, Juan. Apuntes sobre el arte de escribir cuentos, en Teoría cuentística del Siglo XX, de Catharina V. de Vallejo; Ediciones Universal, Miami, 1989. Páginas 79 y 89.

ROBERTO SÁNCHEZ, ESCRITOR. (Listín Diario, Ventana, 15 y 22 de Setiembre de 1996. Santo Domingo, RD)