La Deconstrucción Del Romanticismo Popular (O La Mujer También Cuenta)

El libro de cuentos La radio y otros boleros, de René Rodríguez Soriano es amor, amor, amor, nació de ti, nació de mí, nació del alma.

El bolero está de moda otra vez. Lo bailamos, algunos de nosotros, por allá, por los años cuarenta y cincuenta y, en ese momento, significaba quedarse balanceando en un mosaico, bien pegadito a la pareja, quizás «cheek to cheek», quizás con un movimiento sutil de caderas pretendiendo que el ritmo nos obligaba a un erotismo impertinente, oyendo una música y unas letras que debían servirnos par incitar, insinuar… y el amor venía… seguro que venía, porque era imposible rechazar el recurso de la magia que se dispersaba en el aire, intrigando cada poro de la piel, cada corpúsculo en la sangre, cada neurona del cerebro. El bolero de ayer era una experiencia vivida, completada al instante.

El bolero de hoy es nostalgia, mito. Lo canta el mexicano Luis Miguel con un «feeling» que sólo tuvo cuando comenzó a ser transformado por el «blues» y la balada. Está maniatado por la contemporaneidad. Por eso nos sorprende René Rodríguez Soriano. Mientras su «radio» nos lleva a lo que fue, a lo que hubo, sus «otros boleros» literarios tienen la viveza de entonces, el extraño acontecimiento que palpita en un mosaico, el decidido amar aunque me cueste la vida, con un frío en el alma que estremece la ausencia porque un beso como el que me diste nunca me habían dado.

La literatura puede apropiarse del momento de ayer en un hoy contextual, y Rodríguez Soriano lo sabe. No trata, sino impone una oferta cuentística que tomamos sin resabios, interesados, complacidos como cuando obtenemos lo que buscábamos a un precio irrisorio. En su manejo de la lengua no hay desperdicios. Cada palabra, cada frase se coloca como un ladrillo sobre otro, creando el efecto local idóneo o progresando hacia la acumulación final. Como buen fabulador cortazariano, nos sorprende cuando creíamos que lo entendíamos todo, o nos gratifica cuando al fin nos desenreda el misterio. Su estilo es claro, limpio, sin dobleces, quizás con desvíos en el contenido, pero nunca en la forma.

En «La radio…» nos abre un panorama rico en luces y sombras. Una familia, unas maneras contradictorias de pensar en las generaciones que se suceden, una crónica del paso de la mentalidad rural a la urbana, y, como prólogo y epílogo, un momento estelar en el recibir de la oficina de un arquitecto. Pero, a pesar de la belleza de este cuento, su contraste en el manejo narrativo es enorme con relación a los demás, que mantienen entre sí una identidad notoria. Esto nos inquieta, obligándonos a preguntar por qué el autor lo incluye junto con los otros. Sólo lo averiguamos cuando terminamos el recorrido y comprendemos su significado, porque también todos los cuentos en esta recopilación son un solo cuento. El cuento del amor y el desamor, de lo que fue y de lo que pudo ser, de un momento de atracción o de una situación de desesperación… El testigo fue la radio, que es, ahora, su símbolo. El romanticismo popular, el sustrato de aquel gran movimiento cultural decimonónico que permaneció, tardío, en la subcultura del subdesarrollo, es, para Rodríguez Soriano, un legado del pasado, de los tiempos del bolero, que, si sucede en esta actualidad postmoderna, es anacrónicamente. Ningún concepto más romántico que éste… estamos ante una contradicción que rescata lo que destruye, como la deconstrucción.

Los «otros boleros» de Rodríguez Soriano son una elegía a la mujer. Esta es admirada, adorada, escuchada, esperada, perseguida… Pero, atención, no se trata de la mujer idílica, desmayada, supeditada, que el machismo idealizó, para su propio consumo, en su versión autoritaria y apropiadora de una realidad dirigida. En «Cuestión de estrategias», el primer cuento de esta sucesión de cuadros sobre el temperamento femenino, la protagonista hace todo lo que tiene que hacer para conseguir el favor del amado. En el siguiente, «And I love her», Blanca, etérea y solitaria, aparece y desaparece en una voluntariedad consecuente con lo que ella es. En «Killing me softly», enmudece el diálogo ante la voz imperativa que acapara la palabra. En el último cuento, «Laura baila sólo para mí», nos adentramos en una fantasía donde La Cenicienta escapa para encontrarla, finalmente, en un espacio único donde estar es amar, no importa cómo, no importa qué. Josefina, Luisa, Lina, Claudia, Lucía son otros nombres, otras caras, otros efectos de mujer que se ritman al compás de una música donde el bolero, quizás, no es ni el recuerdo, pero está presente portentosamente, airosamente, porque el amor sigue, y la pasión crece, y el desamor hace sufrir igual, en el romanticismo como en el postmodernismo.

Rodríguez Soriano, en su deconstrucción, nos ofrece trece cuentos impecables, donde la mujer cuenta. Ya no se trata de esa mujer imaginaria, amada virginal, incapaz de cometer pecados pero sí de hacer sufrir. Estamos frente a corporeidades o fantasías femeninas que tienen su propia idiosincrasia, intenciones y rumbos. Aún así, los «boleros» de Rodríguez Soriano son, como los boleros de ayer, un canto a la feminidad ante la cual el hombre sucumbe, machista romántico o alter ego posmodernista.

MANUEL SALVADOR GAUTIER, Premio Nacional de Novela, RD. (Arquitexto No. 17. Santo Domingo, RD. Marzo 1997).