Bailando Boleros caribeños en Cámara Lenta

CAYEY, PR.- Sus voces dejan atrás las preocupaciones sociales que caracterizaron a los grupos literarios del treinta, del cuarentiocho y del sesenta; ellas van a la recreación de una vida normal cotidiana en la que el heroísmo no tiene cabida.

Ramón Tejada Holguín (San Francisco de Macorís, 1961) y René Rodríguez Soriano (Constanza, 1950) son dos de los más destacados cuentistas dominicanos del grupo que comenzó a publicar a principios de los ochenta. Ambos han ganado diversos premios literarios en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro y han publicado en colaboración la colección de cuentos tituladaProbablemente es virgen, todavía (1993) y una recopilación de ensayos: Blasfemia angelical (1995).

Ambos desarrollaron un taller creativo junto a otro significativo narrador de la década, Rafael García Romero, que plantea –de forma definitiva– la poética del Boom latinoamericano como una tradición en la cuentística dominicana actual. Con estos narradores, el cuento dominicano dialoga de manera definitiva con la escritura de Julio Cortázar y de Jorge Luis Borges. La narrativa dominicana, que en un principio fue modernista con Fabio Fiallo y realista con Juan Bosch, comienza a ser una escritura de lo citadino con Virgilio Díaz Grullón y el grupo del sesenta: René del Risco Bermúdez, Miguel Alfonseca, Armando Almánzar… y retoma el tema urbano el grupo del setenta: José Alcántara Almánzar, Pedro Peix y Arturo Rodríguez Fernández.

Sin embargo, es con los jóvenes creadores de los ochenta cuando el relato breve cultivado en Santo Domingo logra una síntesis entre la poética de Bosch y Quiroga y la de los autores del Boom. Tejada Holguín y Rodríguez Soriano poseen cualidades fundamentales que los presentan como exponentes de esa síntesis.

Ramón Tejada Holguín realiza una crónica de la generación de los ochenta, del vacío existencial en el que se desenvuelve una generación, que aún levantando los puños, recibió el desplome de las ideas que la fundan.

En el cuento “El recurso de la cámara lenta”, la cámara es un ojo que toma el espacio citadino del Santo Domingo colonial para mostrar mediante el fluir de conciencia el estado psicológico de un joven que escribe y se reescribe, un sujeto que debate su existencia en el texto y el contexto socio-político dominicano.

Como lo hace René Rodríguez Soriano, Ramón Tejada Holguín trabaja el sentido de la clase media, en su caso la afrancesada, que pretende salir del espacio dominicano para instalarse en otro escenario que bien podría ser Nueva York o París. Las clases de francés en la Alianza Francesa, el cineforo de la Casa de Francia sirven para tejer el sentido del afrancesamiento de la cultura dominicana y las angustias y las desesperanzas de la intelectualidad que busca escapar de la situación política imperante.

Igual que René, en los cuentos de Ramón aparece la referencia musical; el blues, el jazz, el merengue y el tango aparecen como fondo de sus cuentos; René nos habla de Lennon y MacCartney mientras que Ramón nos menciona a la Piaf y a Brel. La música es tan importante que señala el autor: “todo es momentáneo y efímero pero siempre habrá oídos para un montón de páginas inservibles, olvido para ideas erróneas” (p. 120)

En los cuentos “Jon, María y las horas felices” y “Encomio de feministo” se construye el personaje femenino desde la óptica de la vampiresa; la mujer es un ser que se quiere aprovechar del hombre; contrario a la visión de René que pone de manifiesto un sentido sublimado de la mujer.

El hombre, por su parte, es el deseante, el perseguidor que busca el cuerpo femenino; en este aspecto se unen ambas narrativas, lo que la puede sintonizar con una cierta crónica sentimental, narrada con agilidad. La técnica depurada, las descripciones breves se unen en estos relatos a un toque a veces fantástico y poético.

La narrativa de Ramón Tejada Holguín se caracteriza por su agilidad, la capacidad narrativa, los detalles mínimos que se refuerzan por voces auténticas que dejan ver sus propios sentimientos, sus angustias y desesperanzas.

Por su parte, la escritura de René Rodríguez Soriano discurre en el caudal de un sentimiento poético que coquetea con la realidad  y la fantasía aflorando un ludismo erótico que se recrea en la memoria, la voz, la oralidad. En sus cuentos la clase media adquiere una valoración inusitada en la literatura dominicana; grupo social pequeñoburgués que se legitima en el arte, la cultura y la escritura; clase que es, en fin, la menos dañada de la crisis social de los ochenta.

Sus voces dejan atrás las preocupaciones sociales que caracterizaron a los grupos literarios del treinta, del cuarentiocho y del sesenta; ellas van a la recreación de una vida normal cotidiana en la que el heroísmo no tiene cabida. Sólo la memoria hace girar la noria del tiempo, y vivir el presente es una manera de atrapar el tiempo perdido.

En el cuento “La radio” René logra adentrarse en el mundo social de los setenta, en la oralidad y la política de esa década poniéndose a sí mismo como uno de los personas que organiza el relato, la voces recrean el pasado mediato y de la memoria surge el goce de canciones, sones y boleros que sugieren la formación de la conciencia colectiva del ser caribeño.

El mundo letrado pequeñoburgués que ha podido sobrevivir en un tiempo de crisis tin tener que enfrentarla directamente, pero que la tiene en cuenta porque también puede caer en lo más bajo de la escalera social, se afianza a las letras, en la memoria y juega el partido de la sensualidad, de la búsqueda de un amor imposible, pero que se sospecha cada vez más alcanzable.

La cultura legitima las acciones de este grupo y en torno a sus manifestaciones las voces y personajes se viven y se desviven, recordando, reverenciando, asumiendo el placer del espacio deseado: Europa como sueño y aspiración de una clase que olvida la tierra para encontrarse en la grandeza de su cultura. La música clásica, la pintura, juegan con la música popular caribeña y contrapuntean con la música norteamericana: el jazz y el rock. Atrás ha quedado la resistencia cultural y los estereotipos que formalizaban otras épocas.

En el caso muy especial de esta escritura, Francia no es el destino sino la amada Italia, rodeada de antiquísimos monumentos y sobre todo poseedora de una inigualable cultura cinematográfica que los personajes y voces de René aprecian; la italiofilia de esta escritura refuerza ciertas tangencias argentinas.

El cine, sobre todo el italiano, sirve de remembranza y encuentro entre la escritura de René y la de Julio Cortázar. Las mujeres de René parecen salidas de las obras cinematográficas y cuando esto no es así, su parecido es tanto que los iconos del séptimo arte se transforman en enigmáticas beldades. Féminas deseadas, mitificadas, salidas de la pantalla o de las revistas de vanidades; mujeres perseguidas que pocas veces logran tener su propia voz.

El sentido de la mujer deseada recorre toda la escritura de este libro. Ellas pueden estar en Mérida, en Santo Domingo, en Roma; ellas pueden cautivar a un oficinistas, a un hacendado enloquecido por un caballo, al lector de una revista, a un enfermo en el hospital; pueden caminar por las calles de Santo Domingo, habitar la Zona Colonial, subirse a un auto con un desconocido, (como lo hace Julia), aspirar al tierno juego con las palomas, existir y no existir.

Salir a caminar al Mirador del este o simplemente desaparecer sin lugar ni tiempo de regreso, bailar ballet, escuchar bolero, jazz o rock and roll; pueden llamarse Claudia, Sara, Julia, cualquier cosa… y sobre todo volar, convertirse en sueño, aspiración, paloma o recuerdo, son también atributos de estas mujeres.

Las mujeres de René intervienen en cada texto de tal forma que sin ellas el texto dejaría de tener su magia y su propio hechizo: ellas se instalan en un espacio que sólo adquiere valor con su presencia. Cuando tiene voz, el sujeto femenino es el forjador del objeto deseado como en “Cuestión de estrategias”, en la discoteca, entre la música y el humo de cigarrillos, el hombre se pavonea y no le hace caso, la mujer piensa, la mujer medita, su conciencia fluye y la escritura se apodera de la libido y va creando en el lector el ludismo de la ausencia y la presencia de lo otro, el llenar el vacío, el instante suspendido e inconcluso.

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN, Premio Nacional de Ensayo, RD. ( Claridad, del 1 al 7 de noviembre de 1996. San Juan, Puerto Rico)