Para Vivir De Los Recuerdos, René

SANTO DOMINGO, DN.- En El diablo sabe por diablo, el más reciente libro de René, se evidencian las marcas de esa obsesionante búsqueda onettiana de una ciudad imposible.

En medio de la fisura que se abrió en la literatura producida en el país hasta finales de la década del 70, con la crisis tardía de la modernidad y a necesidad en cuestionamiento a la razón instrumental, emerge en el país una literatura del pesimismo y la búsqueda de otros espacios posibles. El desencanto y la reacción contra la manipulación (de derecha o de izquierda) produjo que los escritores jóvenes buscaran y encontraran en el lenguaje mismo el último reducto de la libertad y resistencia, inaugurando una nueva escritura que aún hoy espera la mirada especializada.

A contracorriente, en un país donde la intelectualidad estadística libra una lucha a muerte por un espacio que aún no es construido por la sociedad y que existe sólo en la imagen hipertrofiada que de si mismo se han construido en el espejo hendido de sus soledades, en ese territorio hostil llamado tradición literaria dominicana, tierra baldía celosamente vigilada por la mediocridad; un pequeño grupo, no tantos, fue gestando con sus textos una escritura reticular que hoy podemos estudiar como una propuesta estética. Las coordenadas sociales, las características históricas de los actores han sido obviadas quizás por la misma actitud crítica a los sociologismos que los géneros. Pero es fácil ubicar acontecimientos paradigmáticos que influyeron en la concepción del mundo de los ochentistas y que marcaron su visión de la literatura.

La rebelión se iniciaba en contra del instrumentalismo del texto poético y pronto pasó a reflejarse en la cuentística, cobrando aquí especial radicalidad al hacer estallar, quizás tomando como paradigma a Rayuela, los límites de los géneros. Aquí situamos la narrativa de René Rodríguez Soriano, quien hubo de esperar diez o más años para que los ojos de la seudocrítica no resistieran más la luz de su búsqueda en el interregno de la originalidad. Poeta y narrador que pronto se despojó del lastre dejado por la posguerra, el vació de los setenta y la antipoesía cuyo raquítico aporte sólo constituyó una ironía tullida que no avanzó más allá… y punto; aligerado el texto renesiano salta del realismo a la magia, al encantamiento de una narrativa atravesada por las voces del boom latinoamericano.

Sin embargo, no es el realismo mágico ni lo real maravilloso latinoamericanos lo que se gesta en los textos de René Rodríguez Soriano, sino una original desarticulación y desterritorialización de los seres y las cosas de una ciudad real pero discurriendo en el narrativo hacia lo mítico. Sí, René es el cuentista de la ciudad que desentraña el misterio en los lugares y personas comunes y cotidianas elevándolos a categorías narrativas: topografías y retratos sicológicos que sobrecogen al lector; sin embargo no hay sinestesia; los lugares son pretextos y los seres se mueven sólo en la memoria. En René Rodríguez Soriano encontramos una narrativa de referencias a una ciudad pasada por el tamiz de la historia personal del propio narrador.

En El diablo sabe por diablo, el más reciente libro de René, se evidencian las marcas de esa obsesionante búsqueda onettiana de una ciudad imposible, pero que en el caso de René no constituye un mito creado sino recuperado de los intersticios de lo real atravesado por la mirada muchas veces melancólica del narrador.

La mayoría de los cuentos escritos en segunda persona abren una relación dialógica donde el lector pasa a formar parte de la trama y la omnipresencia del narrador, también metido en el tejido, es vivida como referencia a otro marcado como huella anémica, sufriendo una pérdida, caminando por alguna callejuela colonial o simplemente mirando las palomas. Los personajes se representan en la realidad leve y a un tiempo mordaz, fugándose adentro de ellos mismos en fuga permanente. Realidad porosa que se evapora como el yo disoluto del narrador omnipresente llenando de sentido la pérdida donde la ironía sustituye la esperanza de recuperación. Estos personajes no son héroes ni antihéroes, son hablantes que narran el mundo que recuerdan o sueñan a través del narrador. La fusión narrador narrativo nos recuerda la oralidad y el cuento dentro del cuento, como en «Las mil y una noches».

La narración poética es atravesad por los perfiles de personajes como «Fuscia» que quieren borrar la memoria y la presencia de otro interpuesto entre su deseo y su objeto de deseo. La agenda perdida, la historia de los tres, es algo velado en el cuento «Y de repente tú, Isabel», texto que abre el libro, simbolizando el objeto irrecuperado, aquello que necesito poseer para perderlo, para olvidarlo definitivamente: trama inversa de «La carta robada». Lo que no se nombra se desea. Isabel, personaje neblinoso y oblicuo, es el receptáculo donde quedó atrapada Fuscia, su síntoma y su celo.

El relato que más he gozado como lector es «¿Has tocado realmente una mujer?». Allí, la metáfora y metonimia desplazan, refunden objetos y seres, espacio y música generando un contexto mágicoalucinatorio, un territorio de erotismo y seducción. El texto dialoga con un tercero velado, que puede ser el propio lector. El «tuismo» de Pierce es en este cuento una forma de inferir el «yo» disoluto, bordeado o transgredido en el propio sentido de lo dicho y en la marca simbólica de lo inferido.

En la cuentística de René Rodríguez Soriano, la música y el cine no son meros accidentes conceptuales, no son palabras disueltas en la trama, son referentes de la estructura sintáctica de la propia narración. Silvio, el jazz, los Beatles, el cine de Woody Allen… apuntalan acto y ritmo narrador así como la estructura de lo contado, sirviendo de eje sintagmático más allá de la estructura superficial de la trama.

Retratos íntimos.

El diablo sabe por diablo se inscribe dentro de una línea narrativa trabajada por René aun en sus textos poéticos, cuyos recursos axiales son entre otros: el retrato íntimo de personajes femeninos, la combinación del lenguaje poético, por un lado, con el lenguaje cotidiano traslapado, la ciudad de la lengua mitificada transformada en una topografía de la memoria. Los juegos de plano en la trama no son de tiempo, como en «Conversación en la catedral» o de espacio, como en «Cambio de piel»; en una aparente linealidad el lector va revelando el acto lúdico de la configuración de un personaje en los fragmentos del otro, la emergencia del personaje oculto en los rasgos del personaje manifiesto. Desplazamientos, superposiciones o condensaciones que no desembocan en una anécdota sino en el catastrófico desenlace de la perdida y de la soledad donde el personaje-narrador exclama «quizá prefiera callarme esta parte, es mi derecho, como echarme a vivir de los recuerdos».

Sutil, la ironía no reduce el texto al descriptivismo, no se deja atrapar por el tema o la anécdota. El diablo sabe por diablo es poesía contada en un espacio de imágenes y seres que vivieron quizá en la realidad y ahora viven esa otra forma de ser que es el recuerdo, dimensión mítica, cómplice de los olvidos y fantasías de un escritor que no los crea sino que los radiografía, que los usa como camuflaje para poner en la letra el «yo» estallado de todo sujeto sensible que, sabiéndolo o no, parece decir con Lyotard «dejadnos jugar en paz». En el más puro nihilismo, que es el único, el desgarramiento y la pérdida también son actos lúdicos.

CÉSAR AUGUSTO ZAPATA, ESCRITOR. (Ventana, Listín Diario, 20 de junio de 1998).