El Diablo Sabe Por Diablo Y Otros Demonios

JARABACOA, RD.- El diablo sabe por diablo le continúa a La radio y otros boleros, texto que para mí es definitorio, clave, en la obra cuentística de René Rodríguez Soriano, porque intensifica, renueva, pule y redefine un estilo de contar que cautiva, sobrecoge y sumerge al lector en una atmósfera lírica, diáfana y mágica.

Esta forma de narrar rompe con la sostenida por otros escritores en décadas anteriores, quienes manejaron planos narrativos exprimidos, lineales, simples. De igual modo, su propuesta temática carecía de renovación e innovación, en donde se pusiera en juego un universo más allá del habitado, desafío que debe proponerse el verdadero creador artístico.

Entonces, René, heredero natural de estos remanentes decadentes, polvorientos y estériles, asume una postura escritural distante de estos tentáculos carentes de la savia vital que vigoriza a todo hacer novedoso.

Es así como nos encontramos con uno de los componentes del grupo de escritores llamados a desplazar esa miope visión de escribir literatura. Y celebramos tal hallazgo con júbilo, con la certeza de que estamos ante uno de los artistas progenitores, fundamentales, del avance literario dominicano.

Desde el título, la cantidad (siempre trece tipicidad en sus libros de narrativa ) hasta la forma en que han sido escritos los cuentos que componen el volumen El diablo sabe por diablo, todo es atrevimiento, lo cual tiene que ver con el planteamiento más arriba expuesto. Y debe ser de esta manera, ya que la función del creador es subvertir la realidad, yuxtaponer planos situacionales y ofertar prismas y amalgamas de resultados vivenciales e invectivos. De no ocurrir así, sería mucho más cómodo y halagador adentrarse en la espesura de la naturaleza para disfrutar de sus sorpresas y maravillas.

Si La radio y otros boleros es un libro íntimo, entrañable y personal, El diablo sabe por diablo es un texto colectivo, completamente externo, en donde su autor catapulta las experiencias y vivencias del grupo, los amigos, la moda de la época, de historias de juventud ardiente y apasionada por cambios significativos en los órdenes político, económico y religioso.

Cuando abrimos las páginas de El diablo sabe por diablo, entramos a un mundo sabedor a boleros, a «soft music», a un universo de aventuras, vanguardia y libertad; pero libertad sin dogma, de la compartida, de la elaborada entre amigos de primera mano, entre amistades sencillas y amores inolvidables.

En «Las ondulaciones de un gato», René se nos confiesa de cuerpo entero, nos alerta sobre lo que es y lo que quiere ser. En síntesis, define su pasión escritural. Dice:

«Todo lo que invento es como un sueño que espero soñar un día en las páginas interminables de mis cuentos. Yo no soy lo que cuento. Cuentan mis duendes y me traen de la mano por los puertos y aeropuertos, buscando en viejos folios y tratados los finales sin cuentos de todas las vidas y suicidas que he sido en esta vida. Porque lo real no cuenta, no tiene pasaje para este simultáneo viaje a todas y ninguna parte.» Pág. 41
Este contador de historias suyas y ajenas llamado René Rodríguez Soriano es un irreverente, ya lo he dicho otras veces, porque con el más alto y grato desenfado nos estruja en la cara escenas que terminan siendo propias, de cualquier parte. O sea, nos implica, a la vez que es él mismo. El bombea su verdad, y resulta que es una gran verdad. Y, entonces, sucede que alcanza para ser la verdad de todos.

Esto no es todo, sin embargo. El, atrevido y a media sonrisa, nos arrima otros aciertos, otras latitudes que muchos no atinan a ver. Es por eso que expresa, en otras líneas del cuento que ya hemos citado:

«Podemos hablar nosotros con nuestros infinitos «yo» : enmarcados o enhebrados por un «el», transpuestos o yuxtapuestos. Cualquiera de ustedes con una visión estereoscópica, en cualquier punto de vista, viviendo la misma acción desde cualquier persona.» Págs.. 41/42

Otra cantera que explota este tejedor de historias es el humor, característica peculiar de este libro. Con el mismo desenfado que mencionamos anteriormente, hila y tuerce episodios en donde los amigos protagonizan cada escena. Allí los captamos con sus nombres retorcidos, con su relaciones sexuales y maritales develadas, con sus conductas y creencias puestas de manifiesto.

La osadía de René alcanza su mayor nivel en el cuento «Guille cuenta cada cosa». En esta historia, los personajes (con nombres reales, con fisonomías perceptibles) desempeñan sus roles en función de su propia realidad. Es decir, son conducidos a desarrollar un papel que es su vida en sí, problematizada más que feliz, sobre todo. Acción tras acción, la pieza culmina de la manera más aparatosa posible, dejando sentada la falsedad de su relación matrimonial, así como la incapacidad de los implicados en poner en práctica fases de entendimiento y sinceridad para salvar su vínculo amoroso.

Situación similar se produce con «Vivir de los recuerdos». Este cuento recoge las dulces y amargas peripecias de un inusitado ser que se desdobla para transformarse en tres, dos, uno y viceversa; a veces hembra, otras varón. Este personaje vive una vida nómada, poblada de engaños y apariencias, de denuncias, de insatisfacciones. El cuento se desarrolla bajo una atmósfera densa, agresiva y desafiante, para finalizar en esta desastrosa dubitación: «(Ahora no sé si sería válido terminar esta historia con tres puntos suspensivos (…) Quizá prefiera callarme esta parte, es mi derecho, como echarme a vivir de los recuerdos, aunque sea el espectáculo más ridículo y solitario).» Pág.96

Por otro lado, vemos que de forma significativa el autor que nos ocupa va sumando a su narrática valiosos aciertos que acrecientan su hacer cultural, dándole, cada vez más, características propias y definitivas. De este modo nos encontramos historias contadas por tres personajes interactuando de manera armoniosa y coherente, hasta trasladarnos a un final maravilloso.

Para beneficio de nuestra literatura, contar con esta frescura, novedad, atrevimiento y certeza, resulta medular, vital, ya que nuestros autores precedentes sólo embadurnaron el cielo literario dominicano de sandeces, pendejadas y artilugios. Y, para colmo, muy mal contadas.

En El diablo sabe por diablo el lector encontrará los aciertos que validan a toda buena literatura. Descubrirá, además, la gran capacidad imaginativa que el verdadero cuentista debe poner en práctica para poder arribar a un buen término.

Yo estoy contento porque René cuenta así.

ROBERTO SÁNCHEZ, ESCRITOR. Verano del 98.