Canciones Rosa Para Una Niña Gris Metal

SANTO DOMINGO, DN.- René Rodríguez Soriano se complace en ser o trata de ser original o novedoso en su forma de expresión o conducirse en el mundo de las letras. Al menos así lo visualiza mi obtusa capacidad en esta obra que he estado leyendo con marcado interés, alternándola con “Gandhi”, el libro que inspiró la película de Richard Attenborough, y la novela “El vuelo de los imperios” de Haffe Serrulle.

Yo no sé hasta dónde puede llevar a un escritor que pretende sobresalir apelando a los retrueques y las habilidades y destrezas que permite el lenguaje, el arte de la novedad, sobre todo si el protagonista no necesita tal rejuego para demostrar ni el talento ni las aptitudes, como en el presente caso.

La novedad en la literatura o en cualquier disciplina artística o del intelecto termina por frustrar a sus cultivadores al convencerse de que el truco no es más que el estallido del trueno después del relámpago. Hago la observación a sabiendas de que me expongo a ser víctima del enfado o de los cultores de ese tipo de literatura. Pero pecaría de falso si no lo dijera o simplemente lo silenciara para quedar bien con Dios y con el Diablo.

Paul Valery, quien manejó la forma de la expresión poética con sutiles simbolismos, acaso pocos en su tiempo, decía que la necesidad de las novedades para manifestarse era como el síntoma de la fatiga o la debilidad, argumentando que no hay nada que no se nuevo. Pero una cosa es lo que pensaba el insigne escritor francés y otra lo que pueda pensar o hacer cada uno con su libre albedrío.

Por lo demás el libro ofrece penetrantes observaciones de un poeta hábil en retratar no solamente escenas humanas cotidianamente mundanas, sino también aquellas mucho menos visibles pero de hondas raíces psicológicas. Y está lleno de juicios de vívidas asociaciones mentales, y al que le gusta la poesía de cualquier manera expuesta no sólo hallará un texto estimulante, dado su valor poético, sino que apreciará una desbordante inteligencia.

Algunos jóvenes de nuestra fértil jungla poética sufren el hecho irreversible de existir después de Vigil Díaz. Sin embargo, muchos, de ingenios superiores, están produciendo una obra excelente,, parte de la cual será sin duda considerada por los propios contemporáneos y de los que vendrán detrás, porque se le encuentra sabor, impacto, inspiración, ambiente y riqueza creativa. René Rodríguez Soriano es uno de ellos. Confío, empero, que finalmente, en l etapa de la necesaria madurez, sabrá eliminara, más que otras cosas, ese sexualismo de que está tan impregnada la presente obra y que nada positivo aporta a su indiscutible potencial poético, sino que, por el contrario, la vulgariza.

Los editores presentan el libro como “una respuesta a las llamadas canciones rosa que tanto anduvieron por América y el mundo en las décadas recién pasadas. Canciones en las que el amor aparecía mitificado, mixtificados y mistificado”. Señalan además que Rodríguez Soriano “se interna en ellas como en un túnel que va destruyendo con el matillo de sus textos para hacerlo polvo y sacar a luz el poema de amor moderno”.

Describe al joven autor de Raíces con dos comienzos y un final y Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción, como “lleno de vitalidad creadora, sin signos de puntuación, con un léxico y sintaxis escabrosos, creación de verbos, intromisión de vocablos extranjeros al idioma acompañados de antiguas fotografías y tipos con aire de aquellos años y otros modernos elementos formales que hacen de su lectura un ejercicio lógico, juguetón, mágico en busca de lo que hay tras cada verso”.

Para mí, René Rodríguez Soriano es un poeta con gran perspectiva y valentía, un talentoso poeta crítico, capaz de absorber la poesía en diferentes percepciones.

FRANCISCO COMARAZAMY, PERIODISTA. (Listín Diario 23 de setiembre 1983)