R&R Escritores Asociados

(O del placer, en solo a dos voces, de la creación literaria)

SANTO DOMINGO, RD.- Si se revisa con cierto detenimiento la historia de la literatura escrita, podría advertirse que no siempre el libro como objeto fue lo más importante. Su preeminencia resulta del sortilegio, del fetichismo de la concreción objetual de éste como mercancía, en la fabulosa, falanstérica y paradójica era del capital. En otros tiempos, más importante que el libro como cosa lo era la palabra como empresa. Tampoco ha sido por siempre, sino producto de las manías de la era moderna, el autor o su nombre lo que más interesen. El texto y nada más centró la atención de los lectores durante el largo reinado de los anónimos. Y todo parece indicar que desde el surgimiento mismo de la literatura escrita se tiene la certeza de que lo valioso, en definitiva, es la obra en sí misma. La cuestión estriba en qué ese criterio ha variado su formulación según las épocas históricas y según las culturas.

Desde que se inician, con Descartes la vanguardia, el pensamiento y la historia intelectual modernos, empieza la obra a verse como algo inseparable del autor, cobrando ambos, en consecuencia, el mismo nivel de relevancia o de ignorancia, según los casos. El sujeto, el individuo y el producto de su personal dedicación van ocupando progresivamente el centro de la problemática estética, así como de las demás disciplinas del pensar.

Los siglos 19 y 20 nos aportan magníficas muestras de lo que técnicamente se conoce como empresa intelectual “en colaboración”. Carlos Marx y Federico Engels (ya no huelga ponerles sus nombres, conforme han ido decayendo sus prestigios) son clarísimos ejemplos de investigación y escritura en colaboración. En nuestro tiempo, Gilles Deluze y Felix Guatari, con su famosa máquina deseante. Y en el ámbito de la literatura a secas, nada mejor que J.L. Borges y Bioy Casares, partiendo del texto para un folleto que promovía una marca de yogur, su primera experiencia asociada, hasta las fascinaciones de la literatura fantástica “en colaboración”.

El caso criollo de René Rodríguez Soriano y Ramón Tejada Holguín es, sin lugar a dudas, bastante singular. Y es que en el acto de fusión de la escritura queda explícita la estrategia de fundición, produciendo el discurso. De esta forma, R&R viene a ser un tercer sujeto, que bien podríamos llamar hoy, “interfásico”, el cual se enseñorea por sobre Ramón y René, exigiendo su espacio, o como Virginia Wolf, su “habitación propia”, en el marco de nuestra literatura, sin dejar de nutrirse y a la vez usurpar a cada uno de ellos. R&R escribe sus textos en simbiosis con René y Ramón, pero, sacando provecho a su fabuladora capacidad parasitaria.

Se concían cuentos y relatos de R&R. Sin embargo, con Blasfemia angelical (Editora Taller, Santo Domingo, RD., 1995), cuyo primer ejemplar de imprenta tuve el privilegio de recibir de manos de sus supuestos autores (tal vez impostores del autor real), vemos a R&R lanzado al terreno de las ideas sobre literatura y cultura, consiguiendo un modo de aproximación muy particular a los fenómenos de que trata.

Distinto a lo ocurrido con Probablemente es virgen, todavía (1993) y Así llegaste tú… (1994), donde R&R es un creador con una escritura definida estilísticamente, en este volumen, Blasfemia angelical, que va de la enjundia a la sabrosura, de la tesis al sarcasmo, del pensar a secas al pensar irónico, del concepto aséptico a la imagen grácil, en esta obra sui generis, René Rodríguez Soriano y Ramón Tejada Holguín son perceptibles, rastreables tanto temática como estilísticamente. Esto hace que en la obra converjan dos estilos, el de René y el de Ramón, creando simultáneamente un tercero que los unifica y diferencia: ese tercer estilo, dual, esquivo, paradójico es el de R&R.

Blasfemia angelical es una obra que sienta, desde su intención discursiva originaria, un principio básico en la escritura creativa: el de afirmar la literatura como expresión de absoluta libertad del pensamiento y del lengua, vale decir, del sujeto que percibe el mundo y articula su lengua.

Borges, no sin Chesterton ni Wordsworth y pasando por la magia de Emerson, se ufanó siempre de ser un creado que exploraba las posibilidades filosóficas de la literatura y, al mismo tiempo, las posibilidades literarias de la filosofía. Pero antes, Julio Verne experimentó el hallazgo de las posibilidades literarias de la ciencia y científicas de la literatura, hecho este que Isaac Asimov va a sublimar, creándose de esta forma el género novelesco de la ciencia ficción. Más recientemente, Paul Feyerabend, en sus atrevidísimas reflexiones filosóficas sobre la ciencia, va finalmente a proponer la fusión, la compacidad plena del arte y la ciencia. Esa es la gran utopía del pensamiento occidental.

En Blasfemia angelical vamos a descubrir cómo, haciendo una parte del autor que es R&R, Ramón Tejada Holguín explora en forma interesante los filones literarios de la sociología, y viceversa, y también encontraremos como René Rodríguez Soriano, parte complementaria de R&R, se va a desplazar, resbalándose imaginaria y eficazmente sobre los conceptos del luminoso sarcasmo a la zahiriente ironía; procedimiento este último que, aprobado por Sócrates y por Cortázar, impone ribetes de jugosísimo placer a la lectura.

Produce placer la lectura de este ligero volumen de artículos y ensayos del dúo escritural R&R Escritores Asociados. Ese placer del que nos habla Roland Barthes en el inseparable ensayo que no deja dudas acerca del “placer del texto”, como El placer del texto (1973), sin que se trate de un entretenimiento, sino más bien, de un deseo. Pero, Barthes está también evocado en la estrategia y configuración de Blasfemia angelical en cuanto que obra cercana a Mitologías (1957) del genial francés, en la que se establece con meridiana claridad, que el mito “es el lenguaje”.

En estas páginas se lleva a cabo un balance en torno a  la literatura joven que ha sellado la llamada “generación del 80”, en el cual la pregunta por quién habrá de redimirnos cierra la reflexión. Además, trata la obra, en su primera parte, acerca de la necesidad de reinventar el amor mediante un lingüístico proceso de resignificación.

En la segunda parte R&R profundiza su mirada crítica sobre la literatura dominicana contemporánea, no sin antes meditar sobre el orden social y el Estado modernos. En la tercera parte, y en procura de crear un parque para Cortázar, se retoman planteamientos de este último, como aquél que exige que seamos rescatados de la seriedad para llegar, en verdad, a ser serios. Y de darse lo anterior, entonces, se iría derrumbando el “muro de la vergüenza” que separa la literatura de la vida. Pero entran aquí, por si fuera poco, el bolero, el cine, la moda, el rock, el rap, entro otros temas de la “histeria” que nos “absorberá” por mor de la cultura y sus epifenómenos. La cuarta y última parte del libro se da el lujo de sustentar que la “literatura dominicana duerme en un catre sin forro” (Op. Cit., p.129). Al cierre de la ponderación se dice: “La literatura dominicana huele mal. Un sacudión de vitalidad no le sentaría mal. Un fuego graneadito, a discreción, avivaría las apagadas mechas y enrumbaría el debate hacia otros vuelos más propicios” (Ibíd., p. 130). Pero este apartado contiene, para fortuna de la estrategia creativa de la obra misma, una confesa y ensordecedora admiración por la Rubia de La Artillería, con lo que se desprecia, con razones de sobra, el ejercicio de la política y sus bufones en nuestro país.

Además, una entrevista al conocido crítico José Rafael Lantigua en torno a su obra La conjura del tiempo (Editora Amigo del Hogar, RD., 1994) y las implicaciones que encierra el problema de la dominicanidad, filosófica, sociológica y literariamente hablando, que como tantas veces hemos visto ya, sólo conduce, cuando no a un merenguérico laberinto, entonces a una mezcla de bachata, sancocho, ron añejo con preceptos de retórica, sociologismo trasnochado y un Hegel del trópico, que por El Conde se pasea hacia la infinidad.

Blasfemia angelical es, pues, un divertimento del pensar; producto, eso sí, del terriblemente triste oficio de escribir. Porque quien dice que escribe por placer, miente; pues, nada más lacerante, más desgarrador que el oficio de escritor, que al decir de Ezra Pound, nos hace exprimirnos el cerebro. Y todo ello por una causa sin utilidad: la de defender, apreciar y enriquecer la lengua, por lo que se recibe a cambio un miserable puñado de silencio. Ese es el sentido trágico de la creación escritural. Y yo celebro desaforadamente Blasfemia angelical, porque al leerlo, al reinventarlo con mi mirada metafórica y mi anzuelo de sentidos, me sentí el más libre de los lectores. Cuando un libro libera al lector del pesado fardo del mundo concreto, entonces, su misión se ha cumplido.

JOSÉ MÁRMOL, Premio Nacional del Poesía, RD. (Revista Rumbo, 1994)