Probablemente Son Vírgenes, Todavía… Blasfemia Angelical de Ramón y René

MIAMI, FL.- El mayor logro de Blasfemia angelical es su innominación. Texto aguerrido en tiempo de paz, de reflexión y cizaña aunque sin dejar de expresar desconcierto.

René Rodríguez Soriano y Ramón Tejada Holguín nos han entregado un texto singular a pesar de ser producto de una escritura plural, entre ellos dos (a dueto). En ésta debía aparecer algunas señas de identidad que nos dieran pista de cuál de los dos ha escrito tal línea, pero a favor del logro literario no ha ocurrido así. Blasfemia angelical es antes que cualquier otra cosa, la mirada crítica y lúcidamente orquestada por un solo rostro, igual quizá al rostro aquel que le ocurriera darle a alguna vez a Bustos Domecq, Borges (el abuelo) y su predilecto amigo de toda la vida, Adolfo Bioy Casares.

El título de este nuevo libro de los autores dominicanos nos recordará aquella novela de Manuel Puig. Pubis angelical, sin embargo esa blasfemia no tiene nada que ver con la obra del autor argentino salvo en la resonancia de sus nombres.

En estas páginas bien escritas, los temas que trata, género, teoría, crítica y demás, quedan relegadas a un discurso surgido a partir del entorno literario, sociológico y cultural en general de nuestro país. Su lenguaje palpita a su vez a grado escénico donde aparecen personajes de la vida real, o realidades de la vida personal, de lo que podría muy bien denominarse la cotidianidad del ejercicio literario dentro del contexto nacional.

¿A quién le tocará pues descifrar donde termina René y dónde comienza Ramón? Ese ejercicio ocioso del análisis de lo que ya se presenta como inanalizable por ser análisis en sí mismo de su época, de su gente, sociedad y oficio, habrá de importarnos a muy pocos. Ya lo han confesado los mismos autores al titular su libro Blasfemia angelical. Blasfemia es un término de origen griego y significa difamar, injuriar, insultar. Angelical, sin embargo, no es más que un mensaje de índole espiritual si se quiere (en este caso escritural).

De modo que habremos de conformarnos con la explicación que hacen los autores al confesarnos que todo comenzó una tarde cuando a ambos (voz unívoca) se les “dio la gana”, unas ganas de blasfemar angelicalmente:

“Sucedió que una tarde se nos dio la gana de salir por esas calles que ya no son de Dios mentando madres, dándole riendas suelta al tigueraje que nos vio crecer, y entonces la palabra, tupida de agresiones, se nos creció en las manos podridas de retorno” (Pág. 17)

De paso el pretende ser de ensayo, sin embargo, reitero lo que ya he afirmado al principio de este trabajo, su innominación es su mayor logro. En Blasfemia angelical hay textos extraordinarios de principio a fin, entre los cuales la crítica literaria se suma a una caracterización de manera casi tangible del oficio y la materia prima de éste: el lenguaje: en este caso bravucón y tierno a la vez, juguetón y demasiado serio también. Todo esto nos hace sentir respiros de humanos donde sólo hay abstracción y viceversa. Cito:

“Estigmadas y esquilmadas niñas muertas mías, mis queridísimas: es cojo este in abil momento (si tomamos en cuenta la efervescencia o baja marea que dicen hoy que hay, dado que el gladiador se retira de la arena, con honores, ciguapas y todo, para escribir en santa paz, fuera del bullicio capitalino reafirmado)…” (A las antologías. Pág. 56-57).

Continúo con otro texto de la misma parte:

“Querida Lit:

Entiendo bien que te sientas defraudada y triste con tanto teoricón de nuevo cuño, pero qué se puede hacer si estos chiquillos no saben nada de la vida (…)

Fíjate que han pasado por alto a Henríquez Ureña y Amado Alonso, a Joaquín Añorga y a Martín Vivaldi, más que a nadie (…)

Y mira, Lit, qué perdidos están. No usan profilácticos estos muchachos todavía, se desgastan las manos y el cerebro, van siempre tan mohínos, tan tristes y estrujados que sólo atina a retratarse delante de las estanterías ajenas y se van sudorosos por las calles con los libros debajo del brazo hasta llegar a aparecer en cada acto como floreros sociales, expeliendo citas y frases entrecortadas en francés” (A la literatura, Pág. 61).

Chesterton definía el ensayo “como la serpiente suave, graciosa y de movimiento fácil, y también ondulante y errabundo”. Decía suponer que “la palabra misma del ensayo significa originalmente “probar, tentar”. Y en efecto es lo que se puede colegir del libro de Ramón y René; Blasfemia angelical es su forma de tentar y probar, y lo han hecho con mucha gracia. El discurso que a principio se nos presenta algo apócrifo y hasta cierto punto veleidoso, luego se torna refrescante, capaz de despertar el goce y la satisfacción de una lectura repetible. Sus páginas, sin embargo, son una carga de látigos y reproches dirigidos más que a nombres propios, a una sociedad y cultura propias que han permanecido cercadas por las brasas de un gremio de literatos sin oficio literario, de fanfarrones las más de las veces.

“Perdónenme la mala letra y el papel, pero las ocupaciones no me han dejado libre ni un momento para escribirles. Aprovecho ésta para hacerles llegar este papelito y decirles que en la actualidad le doy los toques finales a un librito ahí, del cual espero que escriban algo. No importa que la gente no entienda algo de las cosas que ustedes digan que yo digo o no quiero decir y que en realidad ni dije ni intenté decir, lo importante es que ustedes digan algo sobre el libro (¡Y sobre mí, necesito sonar!), porque en definitiva lo importante es que a un lo tomen en cuenta y salga en el periódico”. (A los cítricos de arte. Pág. 58-59).

Pero no todo es blasfemia, por llamarlo de algún modo, esa serpiente que ha soltado nuestro dueto literario también se puso guantes de seda. Por qué no habríamos de esperar sentimientos de admiración en una obra que, como Blasfemia angelical el lenguaje ondula como una marea que se eleva y se estrella, como el dardo que a veces rebosa o se entierra.

Un ejemplo de ello es el epígrafe de entrada (“No queremos boches ni cocotazos…”) de Pochy Familia, un director de orquesta de Merengue, cuyo contenido recoge parte de la idiosincrasia del muchacho de barrio en calidad de advertencia por algo que ya se hizo o que se ha decidido hacer, contra lo ya establecido.

Las páginas dedicadas a Marcio Veloz Maggiolo, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Lockward, Janis Joplin y Carlos Goico, son a tientas parte de las pruebas que imperan en Blasfemia angelical.

Si la intención de esta obra ha sido exclusivamente el ensayo por definición, entonces es un intento fallido. En este libro se percibe un zumo historiográfico del discurso escritural donde está presente el propio ensayo (a lo Cortázar), pero también la poesía, la novela (a lo Milan Kundera), el cuento, la estampa, la fábula, el periodismo, la crítica (a lo Edmund Wilson), el reportaje (a lo Tom Wolfe), la entrevista (a lo Oriana Fallaci), la imitación, la charla, el humor, en fin. Todo converge allí como en una obra de ficción, como si en el fondo no fueran puntos de vista expresados por Ramón y René, sino voces de aquellos personajes de novela que merodean alrededor de sus propias circunstancias. En esa esfericidad descansa ahora mismo el indefinible oficio de la literatura y la cultura nacionales.

JOSÉ CARVAJAL, ESCRITOR. (Ventana, Listín Diario. 23 de julio de 1995. Pág. 4)