El Mundo Según Doble R. Cosiendo y Descosiendo Camisas De Once Varas

…y aquí estamos acribillando la jaula hechicera del tiempo, blasfemando a todo dar, diciendo lo que hay que decir por su nombre”.

SANTO DOMINGO, RD.- Cuando Ortega creó su famosa frase en que aseguraba que “cada uno es cada uno y sus cadaunadas”, seguramente no había pensado en las chungas mofletudamente audaces –uno debería buscar otras adjetivaciones para completar la chanza- de este dúo dinámico que moviliza la literariedad dominicana desde ángulos menos circunspectos y falsarios que los que, habitualmente, concitamos y reconocemos.

Sin detener la marcha de la antorcha; pasándola de mano en mano, como buenos gladiadores romanos reinscritos en la posmodernidad del juicio sazonado y lúdico, Ramón Tejada Holguín y René Rodríguez soriano formalizan un pas de deux crítico sobre el escenario de nuestras luces y sombras literarias, en un juego tan lúcido, tan tenazmente lúcido, que uno olvida, en la medida en que avanza sobre sus textos ordenadamente revueltos, frente a cuál de los dos se encuentra o sobre cuál de los dos se arrima.

Cada uno de ellos es un cadauno de asombros, con sus fondos y trasfondos, en una fértil cadaunada de combates y desplazamientos, de guasonerías y conclusiones sumarias, de incidentaciones castigadoras y de enrumbamientos estimulantes. Todo y más. En un texto de cualquiera de estos dos, o de ambos a dos, el lector pierde su virginidad literaria, se sacude de espanto o se solaza a discreción, se le escapa la inocencia o se le enreda la cabuya, pero no tiene licencia par quedarse indiferente o quieto.

La literatura que estos dos engarzan y revuelven, es la misma que conocemos, sólo que en la exposición ramoreneniana el bulto no se escurre ni la estepa florece. Desde el lengua de sus osadas certidumbres, a cualquier i se le quita el punto para ponerle, con guisa juguetona, unas comillas.

El conciliábulo

La blasfemia es multívoca. Es política, cuando hay que introducir situaciones; o lírica, como en el artículo “A favor de la resignificación del amor” (que tan poco se les parece, dicho sea de paso); o sociológica, en las pocas veces en que uno sabe que Ramón está al frente; o literaria, cuando “husmea y palpita” el hondo sentido literario de dos escritores ¿puede decirse ya? –veteranos; o seria y reposada cuando se leen juicios como éstos: “Las familias no son el refugio del sujeto. Los lazos de la solidaridad se han roto. Las contradicciones y la crisis ha penetrado en ellas. Una nueva moral hace de la infidelidad un gesto heroico” (p.30); o es biliosa, como en la rasquiñante “¡Suelte el sable, General” (p.126).

La blasfemia es cuestionadora, dejando sobre el “charco de los patos” de que una vez lejana habló Antonio Lockward, una comezón de mil demonios (“La literatura dominicana huele mal. Un sacudión de vitalidad no le sentaría mal. Un fuego graneadito, a discreción, avivaría las apagadas mechas, y enrumbaría el debate hacia otros vuelos más propicios” (pp. 129-130).

Ramón y René, en franco conciliábulo, enganchan al lector y lo introducen en su aventura. Presentando libros o cassettes, dando palmaditas literarias amables o soltando soberbios galletazos, ambos van cosiendo y descosiendo, como ellos mismos entienden, camisas de once varas. En su lengua hay claves y contraclaves, risas y susurros, claras amonestaciones y escondidos desplantes. Está Cortázar, el infaltable; está el examen de la literatura de los 80, que desde alguna esquina los representa y convida; está el cuento, al final, como defensa y contraataque; están las citas como formalización del juicio y sus sentencias; y está el humor y la apuesta por una nueva manera de enfocar, recomponer y consustanciar el hecho literario.

JOSÉ RAFAEL LANTIGUA, Premio Nacional de Ensayo, RD. (Biblioteca, Última Hora. 4 de Junio 1995)