Blasfemia Angelical, De Tejada Holguín y Rodríguez Soriano

SAN JUAN, PR.- El libro de Tejada Holguín y Rodríguez Soriano, Blasfemia angelical (Taller, 1995) nos da la impresión de ser una tormenta en un vaso de agua. Sin embargo, aunque esto pueda ser verdad, admitimos que hay tormentas de este tipo que valen la pena, y esto ocurre con Blasfemia angelical. Es un libro que es bueno que fuera escrito y que se publicara. Esto porque de acuerdo a cómo van las cosas en la literatura y la cultura dominicanas, cualquier aporte -no importa lo pequeño que pueda ser- es bienvenido en el esfuerzo que hay que hacer para que ese campo sea rescatado del olvido y aún más del descuido criminal en que se le tiene.

Decimos de Blasfemia angelical que es una tormenta en un vaso de agua por la simple razón que, al hojearlo, nos damos cuenta de que poco hay en él que respalde los juicios tajantes que contiene acerca de la literatura y de la cultura dominicanas. Para decir que no todo está bien en este campo, o sea, de que hay algo podrido en Dominicana, no es difícil. Todos lo sabemos. Todos, además, lo reconocemos en mayor o menor medida. Es verdad que expresar estas opiniones en forma escrita puede ser un tanto arriesgado; pero, gracias a Dios, parece que ya pasaron los tiempos de “la banda” y del ostracismo marxista.

Nuestra crítica está dirigida hacia otro aspecto del libro: faltan en él estudios profundos y serios que pongan al desnudo todos los pormenores de la crisis que la literatura y la cultura dominicanas atraviesan desde hace tiempo. Mucho de lo que en encontramos en el libro, por ejemplo, está hecho a nivel de reportaje periodístico. Entendemos las razones por esto. Antes que nada, en el país no se pueden publicar estudios del tipo que pedimos. La literatura y la cultura dominicanas, al faltar una actividad editorial verdadera, hacen lo que pueden en las páginas de los periódicos. Algunos de éstos, como Hoy y El Siglo, se distinguen por su amplitud de interés y por darle seguimiento a los asuntos que se ventilan en el campo. Sin embargo, lo que aparece en esas páginas no es lo que es o debería ser un debate de altura acerca de lo que aqueja dicha literatura y dicha cultura. La discusión tiene que darse a otro nivel. Y ahí está la falla de estos artículos de Tejada Holguín y de Rodríguez Soriano. No es su culta, sin duda, pero es sí una culpa -la de reproducir el debate que se está dando dentro de las limitaciones propias de la página periodística.

Dicho esto, repetimos que este tipo de tormenta vale la pena. En Blasfemia angelical se dicen cosas que hay que decirlas. ¿Lo sabemos todos? No importa. Hay que repetirlas tantas veces cuanto sea posible para que calen en la conciencia colectiva de la sociedad (si es que tiene conciencia). Por ejemplo, la descripción que se hace dentro del libro del ambiente literario y cultural de los años 80, en “El mundo según Alf: modernidad, desencanto y desconsuelo en los años 80”, es de inestimable valor para entender qué es lo que ocurrió en el campo en ese período crucial para la nación. Así lo es “Generación del silencio y el desconsuelo”, escrito que ampliaría el de marras. A veces hay bocetos muy amargos que sorprenden, como en el caso de “La hora gris de Moreno Jimenes sobrevino en lunes”, donde se denuncia el ambiente hipócrita de la oficialidad (“Olvidaron los años de miseria y abandono que vivió el poeta”; el “individualismo y la mezquindad campea en la sociedad dominicana de hoy”, etc.), presta a dar crédito a los grandes sólo después que están muertos y sepultados.

Hay piezas que no pasan de ser simples reseñas periodísticas de libros, como “Materia Prima: una novela caótica o la representación del caos?” y “El verdadero sentido del sinsentido”. Otras están dedicadas exclusivamente a la cultura popular y al ambiente farandulero, como “Janis Joplin: diosa púrpura de los infiernos celestiales”, “Con Swing llegaremos al dos mil” y “Juan Lockward: otra noción de patria”. Otras más están poco relacionadas con la literatura dominicanas, como “Carlos Fuentes: presencia que husmea y palpita en el imaginario latinoamericanos”. Y hay una entrevista un tanto presuntuosa (por parte de los autores) con José Rafael Lantigua acerca de La conjura del tiempo. Es verdad que estas cosas amplían el espectro del libro. Sin embargo, no gravitan hacia ese centro donde se pensaría que el libro, por haberlo anunciado públicamente como lo ha sido, debería gravitar -hacia una crítica a fondo de la literatura y de la cultura dominicanas.

Porque, en verdad, si queremos fijarnos en los elementos que en el libro estaría directamente relacionados con la manera en que ha sido anunciado, descubrimos que esto lo encontramos esencialmente sólo en enunciaciones aisladas, hechas casi como de pasada, que fungirían de enlace entre una sección y otra. Así podemos ver que en la introducción a la sección 1 los autores sueltan lo que sería su primera blasfemia, la cual consistiría en llamar las cosas “por su nombre”. En la introducción a la sección 2, nos encontramos con esta otra blasfemia: “Las rebatiñas de cantantes, combos, cronistas y pancracistas, tienen más calidad, sabor, altura y elegancia que los encuentros y actividades a que nos tienen acostumbrados nuestras estrellas de la farándula literaria”. La blasfemia de la introducción a la sección 3 defiende la literatura nacional de sus propios escritores: “Parecería que la literatura dominicana de hoy nació por generación espontánea. Sin referentes nacionales. O, a lo sumo, sus referentes son la literatura de otras latitudes, aunque nunca paguen sus deudas con quienes les prestaron las palabras. Algunos quieren ser descubridores de recursos literarios ya usados por otros. No se lee lo que escriben nuestros connacionales, por lo que muchas veces se cree ser el primero en el manejo de recursos que otros dominicanos ya han requeteutilizado: descubrimiento del agua tibia. Así, el uso del humor, de la ironía y la mezcla de un lenguaje ‘culto’ con el habla popular”.Y: “Hoy los literatos dominicanos envían sus ojos más allá del mar Caribe, ya no se es anacrónico, lo que no es negativo por sí mismo. Lo fatal es cuando se pretende negar ‘hecho’ desde Salomé Ureña hasta hoy. O copiarlo. O no reconocer las fuentes de las cuales se ha bebido.” Y, para finalizar, la que encontramos en la introducción a la sección 4, sin duda alguna la que más da en el blanco. Citémosla por entero:

La literatura dominicana duerme en un catre sin forro. Sus pesadillas ya no asustan a nadie. El fantasma de la noche de intriguillas oscuras que nos engulle no tiene garras.

La literatura dominicana es un pajuil. Su hermoso plumaje no es suficiente para opacar su horrendo canto.

Los escritores dominicanos, emborrachados en la baba mutua de nuestras fatuidades, no somos capaces de subvertir la página en blanco. No salimos del círculo, hinchados los vientres de tanta teoría y poca praxis.

Los escritores dominicanos nos dejamos ir por ahí, muriendo a golpe de páginas mustias y la obra de nunca acabar, la tertulia, el café, el caldito, un trago, la mezquina alabanza y la indiscreta pregunta.

A veces, llega uno a convencerse de que los únicos excelentes escritores dominicanos somos los dos que hablamos en la esquina, y si acaso un tercero, nuestro mejor amigo.

La literatura dominicana huele mal. Un sacudión de vitalidad no le sentaría mal. Un fuego graneadito, a discreción, avivaría las apagadas mechas y enrumbaría el debates hacia otros vuelos más precisos.

Esta clase de procedimiento frente a la crítica de la literatura y de la cultura dominicanas no es nuevo. Es un procedimiento que aparece (y ha aparecido) muy a menudo en el ambiente. A nosotros nos viene a la mente un ejemplo bastante reciente hecho dentro del ámbito de la novelística -la crítica que encontramos de la literatura y de la cultura dominicanas en Aquiles Vargas, fantasma (1989), de Manuel García Cartagena. En esa novela ocurre lo mismo que en Blasfemia angelical: la crítica que se hace en ella de la literatura y de la cultura dominicanas, aunque acertada y justificada, simplemente se queda en el aire. Aquí, en Blasfemia angelical, se queda en el aire por la falta de estudios serios y a fondo que respaldarían cuanto se ha dicho; ahí, en Aquiles Vargas, fantasma, por la superficialidad con la cual la maneja el novelista, cosa que hace de ella una colección de opiniones personales, harto conocidas, y nada más.

Una tormenta en un vaso de agua, pues, a nuestro modo de ver las cosas, este libro be Tejada Holguín y Rodríguez Soriano, pero -reiteramos- necesaria y saludable. Después de todo, se hizo un intento de poner el dedo sobre la llaga en el campo de la literatura y de la cultura dominicanas, y esto vale más que cualquier tomo adulatorio y pedante que algún descarrillado crítico o intelectual pudiera escribir y publicar.

GIOVANNI DI PIETRO, ESCRITOR. 11 de diciembre de 1995.