La Salud De Los Enfermos

La salud de los enfermos

Bisturí de cuatro filos

De niño, odiaba las vacunas. Como el diablo a la cruz, temblaba ante el advenimiento de los sábados con gajos Imagede naranja, zumos de sen, apasote o aceite de ricino; odiaba las purgas, los purgantes y las curas de mis tías, en ayunas; odiaba, cuando se acercaba lentamente desde el valle, el caballito carreta de Francés. Le temía, ay cuánto le temía, a todo lo que, organizadamente, guardaba en sus alforjas ese viejito con cara de ángel bueno, que se tornaba demonio tan pronto comenzaba a preparar sus jeringas y sus jarabes, para esculcarnos en el patio o en la cocina. Y luego de inyectarnos, de curarnos contra el pasmo, el catarro y las diarreas, otra vez, al tranquilo trote de su mansa bestia, se marchaba. Él era, en cierto modo, una avanzada de las ciencias médicas. Los otros males (la viruela, la culebrilla, paperas, el mal de ojo y los dolores de muela), los curaban tía Negra, Lubo, Lolo y Margara con ensalmos, unturas y oraciones.

De grande, ya sé que Blacamán el bueno es tan malo como el malo y, mantengo oído sordo contra el odio. Sobre todo, el odio contra el odio, en defensa de la paz (que en mayúscula alude a algún lugar, una ciudad que, ardiendo por los cuatro costados, contradice hasta su propio nombre, dentro y fuera de Bolivia). Prefiero estar en guerra contra la peor de las vacunas que es la misma guerra. Y cuestionar, tal vez con las más torpes argumentaciones, las ciencias de la hipocresía, tan viejas como el hambre y la miseria que las mantiene vivas.

En nombre de la paz mundial y, gracias a los bombardeos humanitarios de los aliados, unos trece millones de infieles –más de la mitad de la población de Irak- además de carecer de las mínimas condiciones elementales para subsistir, no cuentan con agua potable; y 10 millones necesitan alimento. Unos 300 mil niños, a merced de epidemias infecciosas, la desnutrición y el desarraigo, lejos de los climatizados despachos de los más conspicuos defensores de la humanidad, se abrasan, calcinados en los infiernos de la sed.

Atrás, muy atrás quedaron los 120 millones de dólares estimados por el secretario de Asuntos Humanitarios de la ONU, quien, tratando de trazar una media imaginaria entre el mal previsible que dejaría un saldo de más de un millón 500 mil refugiados, y 2 millones de desplazados internos, calculó que serían necesarias unas 460 mil toneladas de alimentos, por mes, para durante y después de la acción “humanitaria” de los aliados en la cada día más inútil guerra de Irak.

El hombre cada día engendra mil excusas para justificar su despiadada actitud contra su propia especie; se ha convertido en el más fiero y mortífero animal sobre la tierra: incendia, depreda, arrasa y asesina flora, fauna y vecindades en nombre de la paz y del progreso. Peor aún, enarbolando estrechos dogmas y consignas, dispone a su antojo de la vida y la miseria de las grandes mayorías. Más que ciencia y sacerdocio, el ejercicio de la ciencia médica se ha convertido en vil mercado de oportunidades; la industria farmacéutica, con su desmedido afán de lucro, lo tuerce todo; lo corrompe.

Es más, sin una buena tarjeta de seguro médico o de crédito, nadie tiene necesidad de sentarse en un salón azul frenético a leer las revistas a las que –como tumores, antes de la cena de Acción de Gracias-, cientos de pacientes bulímicos y anoréxicos, les extirparon los cupones con dietas y planes para rebajar. Ser insolvente es una visa para respirar tranquilo, estar sano y no tener que conocer toda la fauna que acude tras sus cuatro minutos de bienestar y goce frente al insensible “bata blanca” que ya casi ni lo mira; ni toma en cuenta la paciencia con la que diariamente, cientos como éste, acuden a consultarse entre sí, cómo les aumentan la dosis; cómo se les reducen las horas de sueño; el apetito y las fuerzas. Si no se aferran a su piedra, si no se dopan, si no cooperan; pierden su ración de nota. Tienen los días contados.

Entre la invención y la infección

Hace tiempo, con tan poco tiempo, los médicos –que no han dejado de ser gente de bien aunque defiendan al demonio- tienen contado el tiempo para leer los panfletos que les hacen llegar, religiosa y puntualmente, los fabricantes de medicamentos. Aparenta ser más edificante la lectura de los vademécum, que las grises y poco patrocinadas revistas científicas, donde habría que enfrentarse a planteamientos tan ácidos como los de un Kary Mullis –Premio Nóbel de Química 1993–, o de los doctores Roberto A. Giraldo –presidente del Rethinking Aids y autor de “Sida y agentes estresantes”-; Peter Duerfuerg –autor de “Inventing virus”-; y Ryke Geerd Hamer, desnudando la poca fiabilidad de los procedimientos utilizados para determinar la existencia de un virus que produce el Sida.

Virus que, según sostiene este grupo de médicos –mejor conocidos como “los disidentes”- no ha podido ser aislado, cultivado y estudiado como el de la poliomielitis, el sarampión o la tuberculosis. De paso, es bueno recordar que el famoso doctor Robert Gallo, pomposamente condecorado como héroe de la humanidad, el 23 de abril de 1984, al anunciarle a todo el mundo su trascendental descubrimiento, luego convirtió en villano. El Departamento de Salud de Estados Unidos, en 1993, lo desposeyó de ese honor, y se lo traspasó al francés Luc Montagnier; quien, hasta el momento, y de acuerdo con las declaraciones el doctor Andrés Gracia, neuroinmunólogo holístico y autor del libro “Ciencia, deporte y aeróbicos”, tampoco tiene pruebas de que el famoso VIH haya matado a nadie.

Por su parte, los medios masivos de comunicación, usufructuarios de significativas tajadas del jugoso presupuesto publicitario de los grandes laboratorios internacionales, la mayoría de las veces preocupados en el más reciente escándalo de la niña mimada de los Hilton o en las excentricidades de cualquier mono fuera del zoológico, vieron poca o ninguna trascendencia a que –en Ginebra, Suiza-, en la sede de la OMS, en una de las tantas fallidas sesiones, la mayoría de las grandes naciones no logran doblarle el pulso a la poderosa industria farmacéutica –representada, por supuesto, por los Estados Unidos-, para facilitar la producción de medicinas genéricas a beneficio de los países subdesarrollados…

Corren otros tiempos, distintos a los de Mamá Vira, cuando a los perros los amarraban con longaniza, y no se la comían… La abundancia no era sólo de viandas y leña, sino de principios y buenos sentimientos. Por ello sé que, por más que lo recuerde y lo visione, trotando en su caballito decrépito, jamás retornará con sus potingues el bueno de Francés. No sé si tome el líquido o la mística del líquido, que preparaba la tía Negra en las mañanas sabatinas, para purgar con apasote o aceite de ricino este parásito que ha corrompido nuestros días. Sigo en la creencia de que los grandes fabricantes, a través de su brazo armado, atentan contra la belleza, la paz y la justicia que, a puro pulso, blanden en sus versos preñados de sonrisas los poetas enfermos de la pena que está asolando al mundo.