Insólito Animal
mayo 14, 2015Insólito animal
A nadie más le importa qué forma tiene el mundo que, en un pupitre inmundo, prefiguramos en prekinder.
Venturoso animal, de tan extraño, es la felicidad. Obstinado animal que opera como nave o tren que te introduce por los raíles del amanecer o las tardes tranquilas; helado que se sorbe a la orilla de la fuente, para encontrarse en el otro que no es uno mismo, pero se complementa. Será por ello que alguien dijo alguna vez que a los amigos no se les pide explicación, y sólo se les acepta como son o intentan ser. Sólo a ellos se les falla reiteradas veces. A nadie más le importa qué forma tiene el mundo que, en un pupitre inmundo, prefiguramos en prekinder.
Acaso la felicidad no solamente sea desempolvar amarillentas portadas, lustrar anacrónicos larga duración, rebuscar en los baúles, o leer. Tiene nombre de mujer e instinto de animal, es una cabra loca que no tiene reglas ni principios y hay que buscarla por las plazas y las celdas, y conjugarla y conjurarla pluscuamperfectamente, loca y sosa como es. Así sencillamente, no hay lógica ni ciencia en ello. Ni tiene que ver con los países que administran, fabrican, coordinan -y con espartana impunidad– exportan y distribuyen la guerra y sus miserias. Mucho menos con los que, con tan bárbara impotencia, la reciben.
Un estudio realizado por la World Values Survey en más de 65 países revela que Nigeria -seguida muy de cerca por México, Venezuela, El Salvador y Puerto Rico-, tiene el más alto porcentaje de gente feliz en el mundo.
El estudio, una encuesta realizada cada cuatro años por un equipo de cientistas y estudiosos de la problemática mundial, pone de manifiesto una verdad que contrasta significativamente con la cruda realidad en que viven muchos de los pueblos -la mayoría de ellos con altísimos porcentajes de pobreza y desempleo-, donde se encuentra la gente más feliz del mundo.
Eso me confirma más de un viejo dicho: la verdadera paz no es la virulenta capital de Bolivia; ni la felicidad, empalagarse con dulces en la escuela.
Hace tiempo dejé atrás mis veinte años y, en vez de las reales deseadas aletas no tengo más que manos, que me fallan al nadar contracorriente.
Talvez, quién sabe, como diría Freddy Ginebra: «Hay que vacunarse contra la tristeza, contra el desánimo y seguir viviendo mientras se ensaya constantemente el gozo de existir».
Sabado 19 de junio del 2004 El Caribe
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