Génesis Si Acaso

Génesis si acaso

¿Para qué sirve una novela en la hora actual en que los indignatarios y suplentes, en su afán de perpetuarse en sus acartonadas glorias, siguen oreando al sol los sucios trapos de la guerra?
Quizá para «descubrir lo que sólo una novela puede descubrir», como apunta Milan Kundera.
O para «recordarnos y recordarles a nuestros contemporáneos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles», diría Carlos Fuentes.
Mientras los filósofos de la antigüedad y la modernidad se han preocupado por entender y transformar el mundo, Cervantes, sin acopio alguno de solemnidad, nos enseñó a sentirlo y a disfrutarlo en su más congruente ambigüedad.
El novelista no inventa nada, la novela está ahí y sólo hay que desatarla y dejarla que se desnude y se insinúe ante los ojos de un lector sediento y sedicioso, que va leyendo y reinventando cada palabra, cada frase.
El buen novelista jamás posa entre las pausas, se sirve de los implementos y artificios que el lenguaje y la pericia le dejan en las manos. Cada novela contiene todo el barro de las novelas anteriores.
«La novela es el paraíso imaginario de los individuos», sin peineta, desnuda, y a prueba de misiles y manzanas, desmelena toda la urdimbre que en sus salones peinan a diario sabios, ministros y truhanes.
Ángel Garrido, precisamente aprovechó el momento en que, según Kundera, Dios reía, para filtrarnos con alevosía y acechanza en las oscuras y luminosas peripecias de Fósforo, Bienvenido, Inmaculada y la señorita Elupina Cordero, a la vez que nos relata la historia de un pueblo que puede llamarse Sabana de la Mar o el fin del mundo.
«Génesis si acaso» es un caudaloso río preñado de afluencias y confluencias.
Una historia que se cuenta y retroalimenta a la vez, que va urdiendo mil cauces a orillas de la misma historia que, el novelista, con destreza, va tejiendo sobre un lienzo en punto de cruz.
Pariente lejano de Cervantes, hijo dilecto y directo de Juan Bosch, fino narrador y humanista, Ángel Garrido ha sabido elegir y colocar las frases y las digresiones en el momento y el lugar exactos.
Como Sterne, él ha comprendido que en la interrupción de la acción mora el poema; y que «una cosa siempre hace pensar en otra cosa».

Sabado 24 de abril del 2004 El Caribe