El Mal Del Tiempo

El mal del tiempo

¿Acaso Hitler no pasó a millones por las armas en su cruzada contra el mal por el bien de la humanidad?

De pequeño, en la escuela, me atiborraron de tantas fechas, fórmulas y sonoros nombres que, en cierto modo arruinaron mi capacidad de memoria. Hoy, en realidad, no sé si es ayer o pasado mañana, y hablo de las cosas viejas como si acontecieran ahora mismo. ¿Cuánto ha cambiado el mundo desde cuando Atilas y sus hordas arrasaban con la humanidad, imponiendo su verdad o su mentira a horca y cuchillo? Luego vendrían cientos y cientos de guerras santas, e intervenciones, para salvar con más barbarie a los unos y los otros. Eterno filme que se enmadeja y desenmadeja como los hilos de Penélope en busca de un imperdible vellocino, más perdido cada vez.
En el catecismo del sábado, las señoritas de familia tuvieron a buen recaudo enseñarnos, o al menos prevenirnos de la existencia del mal que, como daga perniciosa pendía sobre nuestras cabezas. El mal, ese animal perverso y sangriento que siempre está del otro lado, contra el que todos – hasta los más retorcidos  – siempre debemos luchar. Bandera que ha servido para arropar tanto lodo y tanta bilis. ¿Acaso Hitler no pasó a millones por las armas en su cruzada contra el mal por el bien de la humanidad?.
Las cruzadas, las purgas sectarias, las bombas nucleares y cientos de miles de catástrofes y campañas patrocinadas y perpetradas por el hombre, desde el principio de los días, han sostenido una lucha a muerte contra los valores mundiales. En su informe anual, del 26 de mayo pasado, Amnistía Internacional afirma que «la violencia de los grupos armados y el número cada vez mayor de violaciones que cometen los gobiernos se han unido para producir el ataque contra los derechos humanos y el derecho internacional humanitario más sostenido de los últimos 50 años…»
Mientras los ministros, los enviados especiales y los siempre sonrientes indignatarios del planeta se retratan en la prensa, obsesionados con la amenaza de las armas de destrucción masiva de Irak, continúan su abierta tropelía «las auténticas armas de destrucción masiva: la injusticia y la impunidad, la pobreza, la discriminación y el racismo, el comercio incontrolado de armas pequeñas, la violencia contra las mujeres y los abusos de menores», poblando un mundo segmentado, aprensivo, hosco y, sobre todo, hambriento. El mal del tiempo es este olvido que, entre estampidas y estallidos, me hace olvidar cómo se olvida.