El Hombre Del Piano

El hombre del piano

Un mimo polaco, en Roma, acaba de identificarlo y dice que tocó con él en las calles francesas

Unos dicen que vino del fondo del mar. Otros le cuelgan nombre y apellido. Él sólo dibuja y toca el piano. Apareció el 7 de abril pasado deambulando en una playa de Kent, al sureste de Inglaterra, con traje de buen corte sin pasaporte ni carné de identidad. Empapado, huidizo y aterido por el frío, dio pie a más de una teoría sobre su misteriosa aparición. Sin embargo, sus labios no articulan palabra alguna desde entonces.

¿Calado por la lluvia, vino del mar? Nadie lo sabe a ciencia cierta, ignoran lo que ignora o sabe este individuo, que ya ha sido considerado un fraude, un alienígena o alguien que sufriera un fuerte trauma. Algunos lo comparan con el australiano David Helfgott, quien inspiró Claroscuro (Shine) de Scott Hicks, en 1996. Helfgott sufrió un fuerte colapso nervioso y no volvió a tocar en público por más de diez años.

Sin embargo, el hombre que vino del mar tiene su música por dentro. Con absoluto dominio de los diez dedos de sus manos, es capaz de atizarle más leña al fuego de la duda y de la intriga sobre su extraña procedencia. No porque dibujara la bandera sueca al recibir papel y lápiz de mano de uno de los funcionarios del hospital donde fue recluido. Ni siquiera por el impecable piano con sus 88 teclas, que también dibujó. Lo que lo coloca en otra dimensión es el intenso diálogo que logró establecer por más de cuatro horas con el piano real que habita en la capilla del centro hospitalario. A la fecha, las autoridades inglesas asumen y descartan cientos de posibilidades.

La gente llama, inventa, crea, conforma y multiplica parentescos y nacionalidades. Él hace caso omiso a todos y a todo, demuestra – claro está- que no es mudo. Habla con meridiana claridad sobre las cimas y los abismos del mundo. Con sorprendente maestría toca piano. Escribe música, original y auténtica. Incluso interpretó completo El lago de los cisnes de Tchaicovsky.

¿Caería de la gracia del mar o de una nube? Un mimo polaco, en Roma, acaba de identificarlo y dice que tocó con él en las calles francesas. Nadie lo sabe, lo único cierto es su transformación en ángel o demonio en el instante en que establece un tú a tú con el teclado, dejando atrás su actitud reservada y ansiosa lejos del instrumento. No moja, pero empapa, el silencio aparente de este anónimo ser que, sin lugar a dudas, tiene algo trascendente que decir en este tiempo de discursos tan fofos y vacíos.

Sabado 12 de marzo del 2005 actualizado el viernes 11 de marzo del 2 El Caribe