Días De Radio

Días de radio

Soy de los que creen que el Papa era un buen hombre, que descansará en paz

Guardo borrosa en el recuerdo aquella tarde del 61, papá se quedó como un sello junto al radiorreceptor. Mi hermana, casi me borra el campo corto, con el tapaboca que calló mi ingenuidad. La radio hablaba de manos peregrinas. Yo apenas balbuceaba mis primeras lecturas de la «Colección Sembrador», y manoseaba tembloroso y tierno aún un catecismo que no diferenciaba entre la fe y la felonía. Después de la escuela, cruzando el arroyito, se acababa mi mundo, comenzaba el descampado.
La radio era un misterio como aquél del niño que intentó verter toda el agua del mar en el huequito que cavó en la arena. El café bañaba con su aroma la mañana que se asoleaba desde el canto de los gallos. Dios era sabio y bueno, los naranjos y perales prodigaban su encanto a toda luz. Yo vadeaba los sembrados y trotaba y trotaba hasta más no poder en mi caballito ruin de palo santo. Mis hermanas eran hijas de María. En apenas días, yo también, con garbo, luciría mi capa carmesí de cruzadito del Niño Jesús. Aunque ni tío Bienvenido ni mi primo Manelo regresarán jamás.  De un solo tajo, como Manuelico partía en dos los pinos secos y la cuaba, se cuarteó la tarde con llovizna. Las manos peregrinas, de un tirón, viraron todo de revés. Cirios, cornetas, trapos negros, y a media asta las banderas. Hasta en el aire se podían cortar los espinosos trozos de la incertidumbre, el miedo y la desolación. Yo no tenía diccionario todavía, era felizmente ignorante y de los Tigres del Licey. En mi casa, Trujillo era «El Jefe» y en la escuela, Dios y Trujillo, indivisiblemente uno.
Tal vez venía de llevar a pastar mi caballito manco por los reverberantes pastos de mi fantasía. Oí la voz quebrada abandonar la radio para lapidarnos con la información de que unas manos peregrinas habían perpetrado la nefasta acción de trocar el mundo en un infierno. Tiempo después, otras voces, desde la misma radio descorrerían las cortinas de los días para decirnos que Trujillo era un tirano que una tarde se enfermó de un tiro en la cabeza, y descansó.
Ha pasado mucho tiempo, añoro aquella radio en technicolor. La misma en la que vi por esos años, además del ascenso del primer hombre a la Luna, la caída de tantos dioses de cartón piedra y naftalina. De vez en cuando veo la tele. No siento admiración alguna por dictadores ni lerdos comediantes. Mi hermana sabe que aprendí a diferenciar entre un peregrino y otro.
Soy de los que creen que el Papa era un buen hombre, que descansará en paz con el convencimiento de que todo el boato y oraciones que derraman por su alma les sentarían mejor a los millones de peregrinos que aun padecen en este mundo travestido, incierto.