Belén, Con Los Pastores

Belén, con los pastores

Como un apestoso paquidermo dormido, la giba apagadísima del faro aplasta un trecho inmenso del paisaje

Aunque el tufillo fatuo de la navidad con desteñidas bombillitas apagadas se interponga a tu paso; o desde la radio, soez, malediciente y decadente, te insulte el desgobierno de la mañana, estás en Santo Domingo. El mar y las palmeras, la gente apresurada y el merengue interviniendo entre el entorno y la paciencia de transeúntes y conductores, embutiéndose en unas calles que se niegan a tragar más autos, más ruido y más vendimia cada vez.
Estás en tu tierra. No importa que, por enésima centésima vez, los médicos se movilicen ¿por la salud de sus enfermos?, o que a la luz, más cara cada día, no haya cómo verle la cara. Aquí, la gente se la busca para fumar y sonreír dentro del agua. La pelótica en los conchos, en los colmadones y en los tarantines, le da sazón y brillantina a la mañana.
A esta hora, El Malecón se despereza de los vahos y ruidos de la noche anterior. Gente que va y que viene apresurada o distraída, saluda y no saluda. Habla de regalía, del terrorismo en el Senado. Los aires navideños llegan con retrasos por los aeropuertos nacionales, y las estimaciones de los cientos de buscones, «que sudan la gota gorda» en las filas de Aduanas, se avizoran más distantes cada vez. Quizá llueva, tal vez no llueva, quién sabe.
La ciudad colonial es un pastel inédito de Ramírez Conde que se niega a lucirse en una de las luminosas estampas de José Cestero. En el Palacio de la Esquizofrenia no hay bufones que inviertan la realidad desnuda. Lo kisch  y lo naif se dan la mano, se tutean, mientras Goico pinta en el borde, la oscura claridad del apagón en el que se alumbran la institucionalidad y la justicia. No hay rockola, ni azúcar artificial para ahogar el café, pero Abreu -en no se sabe cuál más blanca, si la cabeza o la camisa-, tiene notas de sobra para empalagarnos con finas teorías del sirop de maíz.
Del otro lado del puente, como un apestoso paquidermo dormido, la giba apagadísima del faro aplasta un trecho inmenso del paisaje y del verdor. Otra gente camina. Otros, bajan la radio para escuchar lo que no dicen los comediantes que «interpretan» las noticias. La mañana clama yaniqueques, tamarindo y mucho hielo. Hay que empujarla deprisa, el sol se encima con todo su rigor sobre los debe y haber. Hay que trabajar, dirán algunos. Otros, se sabe, es todo un arte programar un día entero para ver quién pica en el anzuelo de los que viven «jalando aire». La jornada, casi siempre concluye frente a una fría, bien ceniza.

Sábado 18 de diciembre del 2004 El Caribe