Sábado Viejo

Sábado viejo

Quizá desearía oír otra canción, otras melodías y mandar al diablo el mando a distancia y no mirar

Cada vez que pulso la guitarra se me encabritan las canciones en los dedos, y un corno, sabor de ausentes voces, puebla el aire de inciertas melodías. No es la misma ciudad, ya lo dijo el poeta. Ni es la misma muchacha de hace cuatro años, que se montaba en la ventana de la tarde a soñar, los autos y las excavadoras en las avenidas pintan una panorámica de manidos y amolados tonos.

Tampoco se pueden ya ver ni oír con el mismo brillo ni el afiche ni el estribillo electorero de la otrora joven promesa. Son más crueles los apagones cada vez. Es cierto que en las noches sin luna sin transeúntes ni empleados con devaluados cheques de quincena, o en los días brujos, se puede cruzar la ciudad a todo viento. Aunque en las resacas del domingo nadie pueda montar su mecedora debajo de un almendro con la avenida al frente. Algún día, los conservacionistas, los ecologistas y los por siempre renegados, levantarán su monumento en la memoria.

El duro trajinar, los bocinazos y las calladas maldiciones le apagan la sonrisa a cualquiera, le atrofian el oído a cualquiera. Y no importa que, desde el afiche se nos quiera pasar, en transparente y seguro flash back, una verdad que muy pocos se empeñan en negar: es otra la ciudad. Los escaparates han sido suplantados por otros más vacíos y apagados y hay menos calor en las miradas y en el abrazo. La muchacha en la ventana, lo advierte, pero no tiene ganas de volar.

Quizá desearía oír otra canción, otras melodías y mandar al diablo el mando a distancia y no mirar hacia el palacio, y no saber nada ni escuchar la radio ni ver la tele ni leer en los periódicos nada. Nada sobre el alza de los combustibles, de los candidatos y las eternas promesas. No quiere dejarse seducir otra vez por la sonrisa, por la mirada que, ahora, desde otra perspectiva, le ha dejado saber que no era dirigida a ella, ni siquiera al infinito.

Hace rato que ha dejado de soñar y viaja, pero no en las apuradas comitivas que trenzan mil enlaces en conciliábulos y aeropuertos. Viaja en sus adentros y se mira vacía, al través de la mirada vacía del afiche lleno de promesas vacías que se repiten cada cuatro años. Tal vez piensa la muchacha, ausente. O viaja sin salir de sus contornos y se mira perdida bajo un parasol de afiches, banderolas y el sainete de nunca acabar. Lo mismo de siempre, los mismos de siempre apostando por el más truquero, pensando en los amarres y en los beneficios.

Indiferente, tal vez o falta de visión, la acusarán los que hace rato perdieron la noción de fronteras, lastrados los oídos por el odio.

El Caribe sábado 18 de junio de 2005