Pulsar Los Rieles

Pulsar los rieles

La vida siguió su curso historia adentro, maquillada, troquelada, al antojo de los señores y sus amanuenses

No he querido regresar jamás. Salí una tarde de llovizna por la ventana más angosta, había clausurado las puertas, las esclusas y el carné con toda la fisura de mi ideología de estudiante inverosímil. Dejé en algún cajón abandonados mis excusas, manifiestos y descaros (las declaraciones amorosas tardías las tiré cuidadosamente sobre el techo de alguna casa demolida ya); las rigolas advenedizas de las mañanas de junio han regado mil geranios descoloridos y las mariposas amarillas vuelan aires de otros sueños, puede ser que las canciones ronden sordas por los rincones de las madrugadas turbias.

Queda alguna basurita absurda en el iris izquierdo, algún recuerdo remolón del verde y sus secuaces o de la muchacha triste que intentó descifrar conmigo los presagios de la tarde y sus misterios, el enigma de las peras y las pomarrosas; alguna esquina de sábado intocado, pero las lilas del parque nunca han vuelto a florecer sobre la complicidad de las ranas.

Es tan cuadrado el círculo de este tapiz sin fondo que describí al bajar, clausurando estampidas, amores y manías. el caballito loco me tumbó en un portón, llevándose al galope sembrados y aguaceros. Nadie vino conmigo, ni siquiera las fresas que robé en el camino, ni el perro que aullaba frente a la vellonera, coartada del recuerdo. Es cierto que hay estancos varados en parajes tan míos que no podrán hojearme pacatos o fisgones: Jato y Olegario conocen más que todos los urbanistas las corrientes subterráneas del parque y sus alrededores; Chuple Pendanga, Moncito y Levanta María tenían peñones y callaos escondidos en lugares que nadie podrá encontrar hoy día; el primer cigarrillo a escondidas en lo más encumbrado de El Gajo dejó de ser una osadía y las hazañas de los legionarios pasaron a ser caduca historia oral de los más quedados sobrevivientes; las antenas parabólicas y los automóviles de alta cilindrada violentaron los secretos y leyendas mejor guardados del valle.

Traje conmigo, eso sí, algunos sonidos que no vendo ni permuto: Las mañanitas mejicanas, el sonido de Broadway, algunos acordes de Aldo Rizardi y su acordeón y la programación completa de El gran show de las dos, con todo y eco. Si algún día regreso, quiero hacerlo con los ojos audaces de una muchacha despeinada; andar sin tino, a riendas sueltas, sobre la yaragua florecida; beber jengibre de aguinaldos; robar rosas y carolinas en las lluvias de mayo; llorar y rabiar por los pinchazos de las vacunas del viejo Francés; viajar con desmesura por los vericuetos de las historias de sobremesa de Manuelico o chapotear en la Piscina y el Salto o el Charco de los patos.

Realmente, no sé si quiera regresar, las trampas del olvido han puesto tanto trecho que ya los atabales y las patronales no me pertenecen, tampoco sé quién, finalmente, se quedó con mi ejemplar amado de Caminos que suben. En fin, no se regresa nunca con la misma llovizna ni están los mismos cántaros en las mismas cañerías.

Sabado 20 de marzo del 2004 El Caribe