La Cuentística De René Rodríguez Soriano

Quizás ninguna manifestación literaria en el país haya tenido tanta fuerza y novedad como la actual, en la que sobresale un gran numero de novelistas, poetas y ensayistas que trabajan estos géneros desde una concepción dialéctica enteramente conceptual, basada, en parte, en circunstancias históricas y en la diversidad de aspectos humanos. De esos valores se destaca René Rodríguez Soriano (Constanza, 1950), el cual basa su observación en la individualidad mitológica, en donde afloran paraísos mágicos y las peripecias de la memoria.

Su proceso narrativo continuo y minucioso impone sus móviles fluctuantes, y las desviaciones íntimas de un personaje como Julia, en la que no hay frontera entre el relato y el poema, impone su propio símbolo, su naturaleza subjetiva –con mayor o menor intensidad, cuando interioriza conceptos y experiencias. El lector se interna como un cazador de sueños en este libro de Rodríguez Soriano, compuesto de trece cuentos (editado por Alfa y Omega, 1991) en los que Julia es el nervio de la unidad temática. Diríase que es una transfiguración sintomática de la propia Julia. Ella se instala en la memoria y el mito de la cotidianidad, entonces se precipita por el camino poético y sacrifica por momentos la individualidad por una visión de espacio y tiempo.

Lo que por la inmediatez parece a punto de olvidarse y ser sustituido por la ficción, Julia lo convierte en intuición pura, en vivencias personales. A partir de esta simbiosis, la percepción aleatoria de la invención entra en conflictos, porque Julia se abandona al mito, a la memoria, a los recuerdos y estos hechos fijan su visión interior y exterior del mundo, sobre todo de Italia y la Republica Dominicana, porque así lo ha querido el autor (en todo el desarrollo de la obra) en la que mantiene la propuesta… si es que vale el término- de planos temporales como los utilizó el gran maestro de la narrativa argentina y universal Julio Cortazar, en Rayuela. Y esta estrategia sosiega al lector y lo sitúa entre dos razones, dos mundos de contrastes y realizaciones: “estamos ella y yo entre todos los que vociferan, se abrazan, beben, sonríen. Ella y yo, tratando de comunicarnos en esta especie de babel, haciendo concesiones a nuestras limitaciones idiomáticas, buscando, cada uno en nuestras lenguas maternas, raíces y desinencias de palabras para decirnos cosas entre el mar de gentes que nos rodea”. (op. Cit. Pp. 14)

En este afán entre los sujetos que habitan entre Julia, que habla por ella y el que le escucha, no sólo esta de por medio el asunto idiomático que, de hecho, dificulta la comunicación y la propia ilusión del amor; sin embargo, esta hibridad cultural ilumina los puntos de vista equidistantes entre Julia y su monólogo y del sujeto o la imaginación del que esta detrás de este monólogo, posibilitan una supuesta idealización de lo imaginado. Tanto es así que, el sujeto monologado se expresará: “-Io sono Julia –lo dijo así tranquilamente con sus dos negrísimos ojos, fijos como clavos en la pared”. (Ibíd. Pp. 13)

En ese mismo sustrato idiomático se inserta la determinabilidad abstracta de la cábala, así de verdadero y en oposición a lo fisiognómico como la entendió el patriarca precisamente del azar, Jorge Luis Borges. Veamos como René Rodríguez Soriano nos la describe en su forma de lo interior mirar lo interior, es decir, la contemplación de lo homónimo, que en su movimiento de circunstancia, de percepción y conocimiento, se sitúa en un telón de sujetos completamente extraños y maravillosos por la curiosidad que entrañan: “creo entender cuando me explica que la rubia de la mesa contigua, la que tiene los dedos llenos de anillos, es una especie de mujer fatal”; y de inmediato el autor nos conduce por los túneles psicológicos, por realidades que no por imaginadas o recreadas, infieren las dificultades emocionales del sujeto como símbolo de situaciones: “el gordo que la abraza es un carnudo impotente”. (Op. Cit. Pp. 14).

Su nombre, Julia es un libro de avatares imaginarios, apoyado en refrescantes imágenes poéticas, en formas artísticas, en alusiones y referencias culturales, históricas, porque el sujeto que habla por Julia o por Isa, que en este caso es la misma Julia, nos transmite oral e imaginariamente la convergencia memorial como el hecho “de haber soñado que iba del brazo de Armanda por la Vìa S. Orsola y que, al cruzar Piazza Borromeo, se encuentra frente al Circolo Culturale “La Lepre di Marzo” y entra” (op. Cit. Pp. 15), o cuando en sus largos paseos por las ruinas del hospital San Nicolás de Bari, Villa Duarte, el malecón, la Charles de Gaulle y la San Vicente de Paul evoca con nostalgia volverse a encontrar con ella, precisamente con Julia.

Esta ensoñación se inicia en San José del Puerto, en la época en que el eterno enamorado de Julia realizaba los estudios de bachillerato, la visualizó imaginariamente, le escribía “cientos de cartas. Ninguna llegó, nunca las envié, se las tiraba a la llovizna”, según él, la embriagaba con la música de Three Dog Nigth y Lulu, To Sir With Love, fue con ella al cine a ver la actuación de PoItier; da cuenta además de la situación amorosa entre la profesora y Pablito, y el intento de ésta por suicidarse. Eso se lo contó Adelita, días después de regresar a San José del Puerto con una pierna enyesada. El texto, a ese respecto, ofrece una galería de sujetos parlantes como Luisa, Armanda, Barbara, Julio, Tony, el artista del pincel José Cestero (con su fantasía colonial), Guido Marchéis, Quico, Che Canquiña, Paula, Cristina, Alfredo, Pilar, Alicia y otros, testigos de esta aventura fascinante y poética de la situación de Julia, de Isa, que es la misma cosa, y del sujeto que la sueña, la evoca y la define en su universo de subjetividad e inventiva.

CÁNDIDO GERÓN, Premio Nacional de Poesía. (Hoy, 4 de setiembre de 1993. Santo Domingo, RD)