Simplemente René, Para Abreviar

«Se lo dije, me gustan las palabras (…) me enloquecen, me llenan, me placen, me enternecen, me arrullan, me sacan de la cama, me tiran sobre el piso, me lavan, me sacuden, me sumergen, me atrapan (…) Mmmm, me llevan y me traen, me matan las palabras…»
—René Rodríguez Soriano, Elogio de la cordura

• La importancia de la práctica

Voy a intentar aproximarme a la obra de un escritor, al que ya puede dársele, y empleo la palabra con cuidado, el muy difícil título de maestro: persona muy principal, de obra casi perfecta, y que por eso puede enseñar los principios del arte o servir de guía.

Le ha llegado la hora del reconocimiento público, porque ha persistido en el camino, con ímpetu y decisión. Hablo de René Rodríguez Soriano, a quien en lo adelante llamaré simplemente René, para abreviar, esperando se me disculpe el atrevimiento y la confianza.

Pues René muestra una obra que ha ido madurando con el tiempo, hasta hacerse a ratos perfecta, como consecuencia del estudio y la práctica sistemática. Y que ha obtenido merecidos premios.

Porque es evidente que el jurado que seleccionó «Losing my religion» o el que escogió «La radio y otros boleros», sabía lo que hacía. Y conste que no sé por quiénes estaba integrado ni me interesa averiguarlo. Para confirmarlo, deléitese no más amigo lector, con esta brillante introducción sinfónica del primer cuento citado, digna de un Stravinsky.

Claro, primero, siéntese, póngase cómodo y deje que las armonías musicales de los mundos lo dominen. Ahí voy.

«Veo constelaciones de unicornios que galopan sin fondo sobre la maraña florecida del recuerdo, persigo la manada fosforescente, austral y tibia de Centauro, y desgarro las memorias disolutas de Cellini, las enfango y hago añicos mil mitologías y leyendas.»

Es una introducción que anuncia la presencia de un escritor de imaginación desbordada, que no puede ser contenida ni hay dónde contenerla debidamente. Es un cuento, pero sobrepasa los criterios para tocar las dilatadas y sutiles fronteras de la poesía.

Quien hace que el protagonista de esta historia hable y se comporte de tal manera hasta incluso, romper «el catecismo y los resguardos», es Clea, pues cuando se interna en ella sabe que jamás retornará a su yo, y será «minotauro implorante ante las babas de Teseo.»

Porque en apariencia no se trata de lo que ocurre afuera, sino dentro del personaje… al menos en una de varias impresiones: porque la literatura de René no siempre es concluyente; frecuentemente es abierta, esto es, depende de la participación del lector. Sin llegar al extremo de Cortázar, quien en un cuento que lee tranquilamente un lector, una mujer y su amante traman matar al marido, que resulta ser el lector precisamente.

• Algunas influencias 

René, como todo buen escritor, ha recorrido un largo camino hasta llegar al punto tan apetecido de ser original, pero naturalmente ha recibido influencias, y Cortázar es una de ellas, determinante diría.

En general los escritores del cono sur son importantes en su literatura, y al través de ellos –aparte de sus lecturas particulares, pues René es hombre de cultura amplia- vienen las filosofías y movimientos literarios europeos: surrealismo, dadaísmo a veces, existencialismo, y otras vanguardias. Todo mezclado, dosificado, en forma personal.

En «La radio,» el objeto inanimado, por obra de la imaginación del escritor, cobra conciencia de sí y se convierte en narrador de la historia de un país en un determinado momento y circunstancia. Refiere cómo la política divide una familia, y cómo acudían a oír transmisiones de acuerdo con sus posiciones: «Rara vez, los que participaban del Santo Rosario o de Macario y Felipa, formaban parte de los seguidores de las emisiones internacionales secretas, y viceversa.»

En este cuento René hace que su contenido sea imprescindible para cualquiera que desee enterarse o asimilar el espíritu de una época, historiadores incluidos. Además de lucirse con una técnica impecable y una idea original.

En «La radio» usted se siente vivir en las postrimerías de la «era de Trujillo.» Asimila el impacto que tuvo entre las gentes comunes la aventura de los «muchachos del 59» contra la dictadura, la sorpresiva muerte del Benefactor, y luego toda la década de los sesenta, con sus debates y revoluciones y su nueva música: desde los Beatles hasta Rafael y Sandro, Lucecita con su «Rebelde» y los demás del Club del Clan, todos «con el pelo alborotado y calcetines de color.» Y claro, los primeros tiempos de aquellos doce años terribles, del que según algunos, fue el heredero de Trujillo: el doctor Joaquín Balaguer.

En una entrevista René dice que su cuento favorito es «Su nombre, Julia.» El tendrá sus razones muy personales. Y hay que reconocer que es bello, de artesanía sutil, y final alucinante, fantasmagórico casi. Y le sirve de excusa al escritor para rememorar los lugares donde vivió o pasó momentos únicos: la zona colonial de Santo Domingo y sus palomas, las ruinas del hospital San Nicolás de Bari. Otra narración, casi una descripción, que complementa ésta es «El domingo deja una nostalgia de paloma en la garganta» aparecida en el libro «El diablo sabe por diablo.»

Pero hay un cuento que a mí me parece extraordinario, es más, me atrevo a calificarlo de perfecto: por su ritmo, su desenlace sorpresivo, la complejidad de su estructura construida en paralelo, a dos voces. Me refiero a «No sé de qué me habla, señor,» que prefiero no esbozar sino que el lector lo juzgue por sí mismo.

• El juego como filosofía vs. trabajo 

A estas alturas el lector se preguntará en qué libros puede encontrar esos cuentos. Pues, los que acabo de citar están todos en el último libro de René: «Sólo de vez en cuando,» editado por Imagomundi, de Puerto Rico, con prólogo del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo de 1999, Eduardo González Viaña, de la Western Oregon University.

Allí dice González Viaña que leer estos cuentos es como «abrir una puerta, entrar a través de ella y encontrarse de súbito en otro lugar del mundo.» Y pasa a considerar la estructura lúdica de estos cuentos, la combinación de juego con poesía, que es una de las características más destacadas de la narrativa de René.

Ahora bien; no debemos entender la palabra juego como sinónimo de mero entretenimiento, ilusión o capricho. El juego requiere de esfuerzo, paciencia y concentración. Además está regido intrínsecamente por reglas, pese a ser, paradójicamente, la expresión más diáfana de libertad. Y es opuesto al trabajo en tanto éste es labor cotidiana que se produce por una presión externa, con fin utilitario, mientras que el juego es fruto de una decisión interna.

En consecuencia, el juego es cosa más seria que el trabajo, por cuanto es una expresión interior, es decir, más auténtica por parte de la persona. Tanto es así que el juego termina convertido en trabajo.

Más aún; es cosa tan seria que la estudia la ciencia económica. John Nash recibió el Nóbel en 1994 por su «Teoría de juegos.» Ese Nash fue caracterizado en una película interesantísima, tanto para este asunto, como por sus implicaciones psiquiátricas: «Beautiful Mind». La combinación de factores sociales es juego, en tanto éstos van más allá de la satisfacción de necesidades particulares.

Toda obra de arte participa del juego: combinaciones de colores, deformaciones adrede de figuras y realidades, sonidos y luces, movimientos, palabras e ideas y hasta de sentimientos mediante símbolos que recogen la experiencia humana. El juego es, pues, cosa muy seria, categoría filosófica incluso.

En tanto no premeditados, juego y azar son elementos esenciales dentro de una escuela que todavía ve sus ramas crecer: el surrealismo. Quizás sea por eso que en su página Web, (rodriguesoriano.net), dice que «Escribo o nado en los terrenos de la transgresión, más allá de normas y prejuicios, hasta los límites del cuerpo tal vez. Tal vez quiera decir o transmitirlo todo o nada o tocar ciertas fibras o ciertas melodías.»

Y que declare enfáticamente que «Me gustan las palabras melódicas como mandarinas. Me gustan los vocablos fuertes, contundentes (…) Pero lo que de verdad, verdad me gusta es jugar con trabalenguas, perderme en el rejuego silabárico de esas palabras extrañas y, quedarme al final, sin saber qué dije cuando dije, más o menos: que un moñito es un animañito que come mañí moñido o que no es lo mismo el río Mississippi que me hice pipi en el río, como tampoco es lo mismo el trasero de Tapachula que tápate, chula, el trasero… todas estas cosas me gustan. Me gustan tanto que, a veces, no sé si me divierto o sufro tratando de construir frases profundas, con alto sentido filosófico, científico» (De la crónica Elogio de la cordura).

A veces, dentro de ese juego, René pasa «horas sentado frente a una libreta de notas tratando de hacer una oración que definiera el universo. Me gasté alrededor de catorce hojas. Vano intento. Por más que me esforzaba en mi parafernalia, no llegaba más que a meterme en intrincados laberintos que podrían sacar de quicio al más ecuánime de los mortales (Idem).

• Queda la música, libro inquietante 

El penúltimo libro de René Rodríguez Soriano se llama sugestivamente «Queda la música.» Y he aquí un libro fronterizo: poesía, narración-diálogo interior, ensayo experimental….porque nuestro escritor, aparte de creador de historias, es un creador de técnicas, un innovador del lenguaje.

Es un libro que recuerda al poeta Domingo Moreno Jimenes cuando decía; «Quiero escribir un canto/sin rima ni metro;/sin harmonía, sin ilación, sin nada/de lo que pide a gritos la retórica.» Queda la música juega con las innovaciones y las reglas: viola concordancias adrede, usa metáforas y aliteraciones singularísimas.

Además, es un libro inquietante. Escrito por un hombre, desde el punto de vista de una mujer, parece que logró el propósito, pues no conozco de una sola crítica femenina negativa. Por el contrario, todo ha sido entusiasmo, como que ellas se sienten de algún modo expresadas allí, comprendidas, en lo que cabe, porque «Queda la música» no es precisamente un libro ‘cerebral.’

Pero es que el libro es un grito. Hay que tomar en cuenta que René es el poeta de los anhelos ocultos, que ha hecho de la sensualidad una especialidad, concebida no como mero placer, sino casi como un camino espiritual: religión en suma, en tanto es la búsqueda del otro(a).

“Queda la música” es el desespero de la soledad: soy «una mujer sola sola que sólo sabe que está sola y sólo puede rumiar su soledad con la sola existencia de escribirse sola….» Inquietante, porque la que habla entronca su sexualidad como una célula madre, que puede trocarse en cualquier tejido: «porque ya nosotros dos no sabemos, a ciencia cierta, quién de los dos es el hembra o la varón de las dos.» Leyó bien amigo, no hay error: el hembra, la varón.

Es profundo: «Soy más yo desde que me siento algo tú (…) Ya no le cabe un tomo más a mi egoteca con las cosas que me dices.» Divertido: «Una vieja se cayó de la voz dominicana y un viejo que estaba abajo la esperó con la macana. Imagínate, cómo me gustaría…»

• Las crónicas de René 

Pero volvamos a las «crónicas crónicas» de René Rodríguez Soriano. Aquí si es verdad que nos encontramos con un variado surtido. Sopas de pollo para el espíritu alicaído, de verduras para servirse como entrada. Filetes, pescados y mariscos. Natillas y toda clase de dulces: majarete, de higo o lechosa, cremas de leche o surtidos de chocolates. Frutas dulces como almíbar y también chiles y limones agrios.

Es decir, que como hombre preocupado por el devenir del mundo, por el porvenir del arte; concretamente como hombre al que nada humano le es ajeno, en esos maravillosos breves artículos de periódicos escritos con sumo primor, encontrará usted, amigo lector, desde el lanzamiento de un libro, las quejas por el cierre de la biblioteca dominicana de Miami, cómo pasó un bebé caimán el «Memorial Day», hasta la crítica a la guerra de Irak, a los políticos, a la radio de Miami, o la descripción de parte de la vida americana.

Así, por ejemplo, de los políticos dice que «venidos desde las entrañas de la bestialidad o el misticismo….maúllan y babean en los balcones mediáticos, avergonzando a las bestias con su falta de vergüenza y pudor.» O «la radio de Miami no es un circo, pero la mayoría de las fieras cuentan con su domador que las anestesia…»

René, que dice escribir para librarse del tedio, quisiera escribir novelas, pero alega no tener «la paciencia, el tiempo ni la organización.» El tema le inquieta, y sospecho que está en el asunto. Tiene los conocimientos y el talento. La misma organización del libro «Sólo de vez en cuando» lo evidencia.

Ahora bien. Para ser un buen escritor, y hasta un gran escritor, no hay que escribir necesariamente novelas. Cada cual a lo suyo. Me gusta por eso el ejemplo, en música, de Schumann. Su esposa Clara creía que solamente sería «respetable» cuando pudiera competir con Mozart y Beethoven en el terreno de las sinfonías, los grandes conciertos, óperas….Pero eso no era lo suyo. Lo de Schumann eran las pequeñas obras, que eran como trabajo de orfebre perfecto. Pequeñas obras que recibían el nombre de Intermezzi, Arabesque, Kreisleriana.

JOSE TOBIAS BEATO. Narrador y ensayista nacido en 1950 en República Dominicana. Autor del libro «La mariposa azul y otros cuentos». Librusa.com, 28 de noviembre de 2005.