Rodriguesoriano: Poeta En Busca De Su Autodeterminación

René Rodriguesoriano es un poeta que ejerce la autodeterminación. Maneja el lenguaje como se maneja un automóvil, para producir una poesía que no se parece a la de nadie. Como al de nadie se parece su apellido. Porque René Rodriguesoriano quiso diferenciarse tanto que escogió su propio apellido. Y en ello no coincide ni con su padre ni con sus hermanos.

Cuando vino de Constanza, al final de los años 60, ya pensaba en la posibilidad de convertirse en escritor. Ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo en procura de una licenciatura en Comunicación Social.

“Escribir es fácil, lo difícil es pensar, organice su pensamiento, construya bien las frases y construirá bien el párrafo, practique el método de la imitación de buenos textos y asimilará los buenos estilos…” Son las enseñanzas de Alberto Malagón que recuerda el muchacho, quien ahora lleva publicados dos libros, guarda otros en sus cajones y piensa escribir toda la vida.

En estos días Rodriguesoriano puso en circulación la segunda edición de su primer libro Raíces con dos comienzos y un final, cuya primera edición salió a la calle en 1977. Dos años atrás dio a conocer su obra Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción.

Nacido en el campo, hijo de un agricultor, rondante de los 30 años, el periodismo que aprendió en la UASD quedó atrás en la vida de Rodriguesoriano. Prefirió la publicidad –actualmente es Director Creativo de Unitrós-Extensa– y el oficio de poeta.

¿Para qué quiere ser poeta?, le pregunto. Calla. Apaga la radio. Con rostro severo se apresta a responder.

“¿Acaso quiero llegar, rechoncho y obcecado, algún mañana a que el gobierno de turno gratifique mis cuitas (servicios a la patria, como siempre dicen) con una casita, una pensión y dos medallas para que mis hijos las realicen en el más cercano de los montipiedad?”

“No, caray, -prosigue–, no soy un inútil. Hace tiempo, en el 1929, para ser preciso, Prezzolini, con una irreverencia que raya en la hermosura, me lo anticipó: “Dentro de unos años no se permitirá ya estar enfermo de literatura o ser un inútil”.

René Rodriguesoriano no cree en los poetas “convictos y confesos que viven por y para la poesía”. Agrega que “creo en los sin nombre, en los hijos de puta”.

Al escribir, el joven autor incurre en formas simbólicas y hace del lenguaje algo muy suyo. En ocasiones el mensaje poético no es captado por los receptores lo cual preocupa a algunos creadores y otros se ríen de ello.

Sobre el particular, cuestiono a Rodriguesoriano. “¿De qué vale entonces tanto empeño en encender la mecha si luego la detonación no tumba mil paredes de cerumen?” Es una pregunta, pero también una respuesta.

Y vuelvo a la carga. ¿No piensa usted, entonces, al igual que algunos autores contemporáneos que, por ser oscuro se es mejor poeta?

“Depende de cual es el posicionamiento que se persigue. Si es hacerle ojos bonitos a las santas capillas de los entendidos, los profesionales del asunto, sólo hay que armar la caja, el armazón y ya se tiene asegurado un punto a favor para el próximo sorteo de lisonjas y medallas. Si, en cambio, el posicionamiento es el de malnacido, hay que tirarse al medio de la calle, tener la bocadura como la tienen los que no tienen poetas, y que, definitivamente, a la hora del none, siempre están claros”.

Insisto sobre la claridad de la expresión poética. El autor de Raíces…se detiene a pensar. Mientras tanto interviene Jairo, el hijo del poeta, con un lenguaje claro, balbuceante, como si intentara una respuesta o anunciara la entrada de la madre o el aroma del café que la acompaña. En fin, se impone la pausa, el café invita.

Tras el café, la respuesta: “lo que más importa es el coraje con que se asuma el pedazo de tiempo que a uno le toca labrar. La claridad o la oscuridad estará dada en toda la proporcionalidad del coraje con que tomemos nuestro toro por los cuernos o por donde sea”.

La forma muy peculiar de la poesía de Rodriguesoriano motiva a que se vean sus textos como algo extraño, de género indefinido. El poeta no lo niega. Y su declaración sobre la materia es muy peculiar:

“Es que, precisamente, si ser poeta es ser decente, formal, respetuoso de las normas preestablecidas, de lo azucarado, cuidadoso de esos moldes caducos y gastados de las modas facturadas por viejos barrigones y ridículos; fumar puros o en pipa; escribirles vainitas al Ché o a la Cuba de Castro y los guerrilleros sandinistas o de El Salvador, entonces… yo no soy poeta.”

Prosigue diciendo que “no tengo que aceptar lo establecido porque sí, no debo aceptarle unas cobardes normas a los que una vez y cien veces dieron sus plumas a torcer, por eso soy zumbón y hablador y juergoso y callejero y malcriado y malnacido…”

RAFAEL PERALTA ROMERO, ESCRITOR. (El Sol, 16 de junio de 1981)