Queda Música Para Los Duendes

SANTIAGO DE LOS CABALLEROS, RD.- René Rodríguez soriano es la imagen de la poesía urbana, debajo de un farol o tomando un café a las seis de la tarde, sin preocupaciones y con media sonrisa que va dejando una estela de confianza y cercanías.

Ni siquiera recuerdo cómo lo conocí, lo cierto es que, mucho tiempo después, y previo a las elecciones del 96, se hicieron habituales los faxes de la cotidianidad nocturna, los cuales conservo cuidadosamente, al final o en el receso del quehacer de cada noche, los faxes del Duende matizaban la atmósfera de proximidades y de ausentes lejanías. René era el duende que, aun cuando el cansancio sumía en el letargo a La Maga, la hacía levantarse y plantearle respuesta a las preguntas que en el fax venían o que más bien exponía él, El Duende, más bien mago, porque anotaba con asombrosa precisión las situaciones del entorno de cada momento. Así René hacía alusiones tan certeras que muchas veces pensé que estaba asomándose por algún huequito. Desde entonces, mi casa se convirtió en Villa Maga.

Ese es René, el mismo viejo amigo que no deja de ser niño, espontáneo y especial. Quienes le conocen bien saben que, aun en las distancias y las ausencias, sus afectos siguen intactos, tan inolvidables como las azules mañanas o doradas tardes de Constanza.

Múltiples libros han llenado su camino de flores y luces, matizados por la urgencia de la publicidad o la complicidad con Ramón Tejada Holguín, presentándonos libros a cuatro manos. Pero mi libro de consulta y compañero en asiduas tardes, nostalgias y envidias es La radio y otros boleros.


Tragar en silencio, una soledad compartida, una canción que se repite con los años, una historia a medio contar, una desesperación que escapa por una ventana, un bolero que se exprime hasta que ya no duele más y “cuando llegues ponlo en play, y adiós…”

René ahora nos dice que Queda la música, nos narra poesía o poetiza con la narrativa. Nos demuestra que siempre es posible escribir un libro, que no hay que pensarlo tanto, sino que hay que ponerse en eso, simplemente. Porque René hace un libro de cualquier cosa y le queda de lo más bien, y llega uno a encariñarse con sus libros y a hacerlos nuestros.

René dedica a los que no tienen uso de razón este volumen y nos plantea una locura tan vieja como el mundo, tan ridícula como podría verlo aquel que no está enamorado, pero tan divina para quienes sucumben en el encantador espiral de estar perdida, rabiosa y estúpidamente enamorado.

La ausencia, la soledad, una bailarina que mira la luna, una quimera, el enamorado más irracional, lo esencial del sentimiento rescatado por él, la nostalgia de cometas, el asir lo cotidiano y el tedio poético, el abismo. Abrimos luego un baúl y los recuerdos están ahí, el nombre raro de mujer que él inventa (el nombre y la mujer también), nos regala el placer de morirse de amor y amargarse, por supuesto, por aquello de que no se goza bien de lo gozado, si no después de haberlo padecido.

René nos trae en Queda la música trozos de textos escritos en una guagua, apuntes de los bordes de libretas perdidas, rastros de tardes soleadas y mudas, notas para un después. Ahora habla el yo femenino de René, inventa palabras, escribe partes sueltas que él agrupa sin rubor, sin temor a si hilan o no; sin temor a lo absurdo. Nos trae recuerdos que se agigantan entre las manos, dulce locura de amor, sentimiento que va más allá del estatus, del país de origen, de la condición social, económica o intelectual, más allá del tiempo o de ser hombre o mujer.

Pero no olvida la nostalgia del campo o nos sorprende con un título más grande que el texto en sí; una nostalgia y soledad de domingo por la tarde, esa que nos queda en la boca y eterniza figuras perdidas de la farándula, como Avelino Plumón o la Rubita de La artillería.

Allá, más adelante, la filosofía cibaeña, el hallazgo y perpetuación de confesar estar loco o loca por alguien en nuestros tiempos, pasado y gracia que nos provoca sonreír, un ridículo romántico en tiempos de tecnología y “vamo a lo que vinimo”. A pesar de todo, en cada libro, René es René, tiene su identidad y su sello personal, elementos que requiere un escritor para sentar bases y que no es fácil conseguir, porque es cuando dejamos de parecernos a los demás para ser nosotros mismos. René hace tiempo que ya es René y nos deja esa nostalgia terrible.

¿Queda la música, es su historia? ¿O es la historia que le contó un amigo, como diría el que va a una farmacia y hace historias para dejar muy claro, que lo pedido no es suyo?

LUISA REBECCA, PERIODISTA. Octubre 2003.