El Discurso Femenino En Queda La Música De René Rodríguez Soriano

NEW JERSEY, NJ.- Pocos son los escritores que han sabido reproducir con verosimilitud el discurso femenino. José Martí con su Nené traviesa y René Rodríguez Soriano en Queda la música lo han logrado. En la prosa poética de este autor no solamente queda la música sino que además quedan las instancias femeninas a través del compás armonioso de una multiplicidad de voces que recorren los intersticios de la memoria humedecida por el recuerdo de la pasión (…).

«…Me pasa lo mismo. Ando por las calles como si fuera sobre tualfombravoladora, levito. Me siento llena, el corazón se me quiere salir. Sigo oyendo tu voz que me sale desde todos los altoparlantes, de los escaparates, de los ventiladores en esta estúpida ciudad que no hace más que acentuarme el deseo de tenerte en mis brazos.» (pp. 14)

En esta obra quedan plasmadas las huellas del amor a través de las imágenes sensoriales que hurgan en el misterio de la búsqueda y de la espera; queda el estremecimiento de un poema que el amor calcina en cada página; queda la música arrastrando el eco, o quizá el quejido hacia el acantilado ontogénico; y queda esta sensación casi sagrada de leer febrilmente el pentagrama de los recuerdos de un artista de la palabra. ¡ Yo no sé!, pero a mí esta música se me hace un mar impetuoso de vientos huracanados que construyen y desconstruyen sueños al alcance de unos dedos que descifran el poder de la palabra femenina:

«Son ellos los que escriben, es bueno que lo sepas. Ya quisiera hacerlo como ellos y, no te miento, me angustio y, finalmente, no tengo otro recurso que seguirlos, mirarlos y agradecer infinitamente, con el alma de ellos, de mis dedos, tus palabras que -no te quepa la menor duda-, desde hace rato se han convertido en uno de los más lustrosos tomos de mi egoteca particular y privada.» (pp.23)

La autenticidad de la voz femenina al igual que la masculina se ponen de relieve en Queda la música. El escritor formula sus discursos desde una perspectiva de género como propuso Luce Irigaray. Ni la mujer ni el hombre son silenciados por la pluma de René Rodríguez Soriano como ocurre en Querido Diego, te abraza Quiela de Elena Poniatowska que condena al patriarcado al mutismo en su epistolario. Quiela, el personaje de Poniatowska, es una mujer que se babea por Diego Rivera que no le contesta ni una sola de las doce cartas que ella le escribe. A través de la hipérbole, la escritora hace que los lectores ya sean hembras o varones, vayan censurando y rechazando, a medida que avanzan en la lectura, esa forma de querer masoquista, baja en autoestima, patrocinada e institucionalizada por el sistema patriarcal. El amor enfermizo que sintió Quiela y que corresponde a la realidad sentimental del pintor, la lleva hasta la auto humillación.

Por otra parte, la indiferencia de Diego muestra el lado cruel e inhumano del hombre que vive un romance y que luego abandona a la mujer sin tener en cuenta ni importarle el estado emocional en que la deja. Estas cartas revelan algo que es interesante y fundamental: los hombres, a diferencia de las mujeres, no hacen crisis emocionales porque por lo general, cuando una relación no les funciona hacen una transferencia emocional y asunto arreglado. Quiela es el producto de un sistema que exige que la mujer sea la madre, la sirvienta, y la amante del hombre. Un sistema que incluso espera que la mujer perdone la infidelidad. Un sistema que quiere que las mujeres sean Magdalenas llorosas y mártires para los hombres como vemos a continuación en la actitud de Quiela:

«Entonces yo rezaba, llena de amor sin objeto porque no tenía a quien querer. ¿Tiene objeto mi amor, ahora Diego? Me haces falta, mi chatito, levanto en el aire mi boceto y te lo muestro, me pregunto si comerás bien, quién te atiende, si sigues haciendo esas exhaustivas jornadas de trabajo, si tus explosiones de cólera han disminuido, una cólera genial, productiva, creadora en que te arrastrabas a ti mismo como un río, te revolvías desbordante, te despeñabas y nosotros te seguíamos en la catarata, me pregunto si sólo vives para la pintura como lo hiciste aquí en París, si amas a una nueva mujer, qué rumbo has tomado. Si así fuera Diego, dímelo, yo sabría comprenderlo, ¿acaso no he sabido comprender todo?» (Querido Diego te abraza Quiela, México: Era, 1995. pp. 32)

Poniatowska le niega la palabra al renombrado pintor mexicano para que los hombres experimenten lo que sienten las mujeres cuando se les niega el derecho a la expresión. René Rodríguez Soriano, en cambio, nos pone frente a unas mujeres, sus amantes posiblemente, que confiesan sus emociones, sus necesidades sexuales, sus pasiones, y sus nostalgias, sin tapujos:

«Antecama.
Noche a noche me doy cuenta de que estoy loca. Loca por ti. Y pienso (¿es por eso que las mujeres se ponen tan lindas cuando se enamoran?), voy a verlo pronto, mejor cuido esta piel que se eriza ahora hasta en el obsceno recuento de las veces que me digo por dentro su nombre. Lavo mi pelo, mientras pienso que se acerca la hora del encuentro, mejor cuido estos rizos en los que hundirá su nariz buscando todos los aromas perdidos de años de esperarnos y buscarnos. Y sigo pensando, me pregunto: ¿Cómo tocarme a mí misma como si fueras tú? Siento que soy mar y tu lengua es un río que se desagua en él.» (pp. 27)

El erotismo del discurso feminista es obvio. Esta mujer a diferencia de Quiela, sabe, está segura de que volverá a encontrarse y sobre todo, a acostarse con su amante. Ella tiene la certeza de que él la espera. Este es un amor que va más allá de lo carnal ya que él «…hundirá su nariz buscando todos los aromas perdidos de años de esperarnos y buscarnos….»

El autor de Queda la música hace la suma de géneros para llegar a la plenitud de la especie humana como podemos ver en:

«La fusión es, debe ser.
Tu cuerpo y mi cuerpo, tu alma y mi alma, tus fuerzas y mis fuerzas, tu nombre y mi nombre. O al revés, de una forma simple y sencilla, como tú y yo, dos seres que han decidido unirse, fundirse en uno sólo para ser único, indivisible, monstruosamente grande, loco y feliz. Tal vez, quien sabe, ahí esté la clave anhelada para que esta puerta abierta nos una y podamos encontrarnos cada vez que nos dé la gana en este incierto espacio donde, un loco día, tú o yo dimos con el par que desde hace tiempo nos hacía falta. Ala sin la cual habíamos subsistido el vuelo hasta el instante ni se sabe cómo.» (pp. 25 – 26)

Pienso en Fermina. La pinto como ella me pinta, como ella me piensa, como ella me escribe. A lápiz o a pincel, a puro pulso, trazo a trazo, latido a latido, voy tallándola en mi piel, tatuándome su ser a todo color, a viva voz. (pp. 24)

En la prosa desenfrenada, temblorosa de deseo de este escritor la mujer es una ofrenda libre que irradia el universo y rompe las compuertas eróticas de los amantes:

«¿Qué has hecho para emperrarme de esta forma? Daría la mitad de mi aliento por sentir tus dedos enredándose en mi pelo (la otra mitad no la doy, he de entregártela sólo a ti cuando nos encontremos y volvamos a nacer abrazados, fundidos, aniquilados de sed y ardor).» (pp. 15)

Las instancias amorosas contenidas en los relatos de Queda la música tienen un toque intimista y un embrujo que nos llevan a los preceptos III, V, y X del decálogo del gran maestro Horacio Quiroga que dicen:

«III. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

V. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabras adónde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que ala tres últimas.

X. No pienses en los caminos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.» (Horacio Quiroga, carta a César Tiempo, 17 de Julio de 1934)

Efectivamente, René Rodríguez Soriano sabe adónde va desde las primeras líneas en este libro y mantiene el interés del lector hasta el final por medio del torrente misterioso de las emociones más profundas del ser y de la conciencia poética. No quiero añadir nada más porque los elogios pueden llegar a ensombrecer la intención humilde que me mueve a comentar este libro. Concluyo diciendo que Queda la música es un hechizo que huele a albahaca, a hierbabuena, a heno, a azucenas; este libro es un bebedizo de energía que no olvida.

TEONILDA MADERA, ESCRITORA. (Latinoamericaenvilo.com Diciembre 2004)