La Radio De René: Boleros De Todos…

Abrir las páginas de La radio y otros boleros es como entrar a las oficinas de Módulo Publicidad o adentrarse en un buzón de nostalgias de un alma llamada René.

Porque cuando uno entra a Módulo no puede evitar reparar en ese viejo radio, testigo parlante y musical de la vida cotidiana de una casa, al que consideraron siempre únicamente como un emisor, hasta que un día, la imaginación de este constancero creador lo convierte en receptor.

El testigo mudo a quien nadie le reconocía capacidad de ver y hablar; ese aparato, por René y a través de él, dice lo que el autor vio y antes no había contado, con las imágenes sonoras del bolero de siempre, como instrumentos hoja-lápiz-intención-acción del todo de su musa inspiradora.

No quiero detenerme en La radio el cuento que da acceso a la magia de las palabras de René porque no pretendo, como Roberto Sánchez, hacer una descripción y análisis cuento por cuento.

Tampoco puedo obviarlo porque la radio, con su carga de sucesos, de recuerdos y presente es la más provocadora manera de sumergirse en el mundo de René.

Un mundo lleno de murciélagos y cuevas, de mariposas y sol y aire y rosas, al que magistralmente nos lleva, nos convoca y toca su ritmo, en ocasiones lleno de desgarradoras ganas de tomarlo todo y partir hacia el pasado del nunca jamás y en otras, las más, a extasiarse en su forma de ternura que nos invita a desear quedar, posar, y no despertar ni un minuto antes ni uno después de la concepción.

No puedo tampoco hacer lo que hizo Plinio Chahín, cuando lo ponderó ni lo que Martha Rivera, Premio Internacional de Novela de Casa de Teatro ese año (porque no tengo las herramientas del primero y porque no lo conozco desde siempre, como la segunda).

Me gustaría haber dicho o escrito lo que José Rafael Lantigua, de quien me suscribo admiradora, pero tengo que conformarme con secundarlo, porque si de mí hubiese salido, no pasaría de ser una osadía que muy pocos respetarían.

Así que prefiero se la lectora de René porque lo leo por placer y con placer. Y, puedo decir así, un poco medalaganariamente, lo que pienso y buscarle la quinta para al gato y, sobre todo, para protegerme de que me caiga en pleno toda la parafernalia literaria del país.

Porque no soy más crítica que lo que puede serlo cualquiera que se tome la molestia de ir a una librería y gastar su dinero en lo que otro publicó.
Y en este caso, puede serlo menos porque René me lo regaló, “a dos o tres cervezas del recuerdo”. Pero lo leí, a pesar de que la gente no lee los libros que le regalan. Y me gustó. Y lo considero bueno.

Admiro en René esa manera suya de narrar, de decir las cosas, de hacer que los hechos pasen de ser meros sucesos para transformarse en puntos clave de nuestras emociones.

Recordar con René es vivir. Es pasar a través de su memoria interior por la de cada quien.

Otra de las cosas que me gustan de René es su capacidad de desdoblarse. Se quita la corbata, la camisa, la correa, el pantalón, y los zapatos y, descalzo y desnudo, se queda sin sexo y es el género: hombre en sentimiento y mujer en sensibilidad.

René llora en sintaxis correcta, ríe con la palabra adecuada. Él y sus personajes se confunden y se separan. Son uno y otro, indivisiblemente diferentes a la mediocridad que le gusta a la mayoría. Porque René está consciente de su capacidad y de sus posibilidades y, ante la crítica del egoísmo, siempre suele callar…

MARIVELL CONTRERAS, ESCRITORA. (Hoy, 5 de mayo del 2002. Santo Domingo, RD)