Querido René

Te vi a la carrera, inclinado sobre las zapatillas de la bailarina que prepara el debut en la portada de tu libro. No fue de indiscreta lo juro, pero no pude evitar imaginarme tu carboncillo delineando palabras a paso de vals y de ganas por la vida.

No pude impedir mirar por la cerradura imaginaria, pintada con esos mismos trazos sedosos de una poesía que vuelve al pasado, como si en el presente no encontrara forma de ser, ni de estar. Aburrida del estress de los viajes y columpiada de puntillas como tu bailarina, sobre el retrato de tu padre.

Vi tu casa vieja como un galeón encallado en el tiempo, en el que flotan por dentro todas las palabras, todas las historias, todas las personas: Pasó frente a mí una vaca que pastaba en tu patio trasero, y un potrillo detrás de una mariposa. Pasaron tus rosales, tus naranjos, tus nueces y tus guamas. Pasó Macorís, ladrando de memoria su vejez, con la novedad de que todo está bien en los potreros y en los establos. Pasó una muda que me contó lo de Chago, allá junto al río y conocí a tus sucios primos blancos más abajo.

En fin, me viví tu infancia y tu inocencia, me revolqué en la grama de tu pueblo como si hubiera sido mío. Me di gusto al regresar donde nunca he estado y recordar a los que no conocí. Todo por obra y gracia de tu Apunte a lápiz, y a esa forma tuya de repasar a mano alzada la vida que se te escapó mientras la vivías.

Hoy te tenemos en esta sala, donde en segundos comenzarán a florecer tus jardines y el verde en los ojos de tu mamita Juana. Hemos venido a ello con lo único que te hacía falta… una pizarra grande en el corazón de cada uno de los que te escuchemos, para que nos dibujes tu magia.

¿Quién dijo que no hay nada completo?

Martha Sepúlveda Góngora. Miami, FL, 13 de setiembre 2007.