Leila tiene Stress

Leila tiene stress

Espero con espartana ansiedad la interminable noche del 2 de noviembre para salir de la encerrona

Para no asfixiarme con el tufo ácido de los noticieros matutinos prefiero nadar en la asustada calma de los ojos de Leila. Uno es gris, el otro casi gris ensimismado y tristemente grande. Mientras mondo mandarinas o sandías, ella sabanea pelusitas por el piso. Los niños juegan a la guerra en la pantalla. El Chief blande su guitarra vacunada contra el odio. El Terminator amenaza con pensar. George y John, afilan sus mejores dagas, se lanzan anatemas y lisuras.  Leila espanta torpes nubarrones que ensombrecen el sueño americano. Tararea una canción desafinada, mientras la banda del club de corazones solitarios del sargento Pimienta cruza la Zona Cero. «Born in the USA», grita con desenfado el Chief, y George acusa a John de alta traición y cobardía. Sin prisa, para no perderme entre estornudos de cadenas de comida chatarra y acicalados postulantes, dejo que dancen mis dedos sobre la piel de Leila.
A coro, ángeles y demonios, salmodian su ración de «God Bless America». John enfila sus misiles contra George, le recrimina el no saber ganar la guerra por la paz. Safo y Narciso, embriagados del deseo de llegar y perpetuarse, se confunden con las barras, las estrellas y los inalienables valores del ser desnudo del mezquino trapo del género y las convenciones establecidas. Leila pinta pajaritas de papel. Para no morirme de la sed en el desierto inmenso de promesas vacías de George y John, me dejo seducir por la guitarra alucinada del gran Chief. No estoy seguro de haber nacido para correr, pero soy de los que anhelan perderse en esa interminable noche del sábado que él anunciaba. Sobre todo, para no tener que salir con un fusil a matar hombrecitos amarillos ni de otro color ni credo. Tengo la impresión de que Leila aguza los sentidos para oír como acaricia Maysa las paredes, y se pregunta: «Can We Change the World?».
Aunque no estoy muy claro entre el azul y el buenas noches de George y John, antes que soportar a Arnold Schwarzenegger acariciando infantes, prefiero a Bruce Springsteen aporreando una guitarra; y espero con espartana ansiedad la interminable noche del 2 de noviembre para salir de la encerrona. La paz del mundo está en juego en el Black Jack. Leila sabe perfectamente que no me refiero a dos de aquellos cuatro, que desde Liverpool llenaron de luz y música los días. Debo salir afuera, a caminar con ella, un estudio reciente demuestra que, ante la encarnizada rivalidad, a los gatos se les arruina la vejiga y los mata el stress.

Sabado 30 de octubre del 2004 El Caribe