Entornos Del Retorno

Entornos del retorno

El poema es la luz que estalla en música y colores dentro y fuera del retrato y leer es invocar duendes y entornos

Todo viaje entraña siempre cierta huida. Viajar es otra forma de quedarse en el entorno para dibujar con tenues trazos un lienzo que desnuda todo lo que la cosmética con su elusiva máscara no logra transformar.

Todo trazo transforma alguna cosa, la subvierte y nos libera de los miedos absolutos. La verdad es a Einstein como el tren a los paisajes que se difuminan a su paso de un lado a otro lado de la efímera y muda realidad de un retrato. El poema es la luz que estalla en música y colores dentro y fuera del retrato, y leer es invocar duendes y entornos de un tiempo jubilosamente íntimo, presente.

No se construye con ideas el poema -ha dicho Mallarmé-, las palabras son la luz infinita de su articulación. Sobre ellas se apuntalan zigzagueantes y elusivas las imágenes que infieren lo inagotable, lo evocado: «espacio donde se mezclan los vacíos» y nace un pájaro fugaz que por su ausencia libera los demonios del poema.

No sé dónde lo leyó o lo advirtió José Rafael Lantigua, pero nos convoca a celebrarlo con «Los júbilos íntimos»  (Amigo del Hogar, 2003).

Libro en el que, planeando y desplazándose, sin prisas, sin fisuras, del más claro al casi gris, pasando por todas las escalas cromáticas, perfilando -como veteado pez que se deshila en la acuarela del poema-, jrl, dibuja, canta, danza y traza melodías en los vastos telares del aire. Ningún hombre es una isla. Un archipiélago le vibra en cada palmo de la piel, y su canto enciende las paredes y las cosas que le circundan y le dan razón de ser y estar.

Tampoco es el nombre, que reduce y aniquila. El hombre es todo lo que evoca y provoca con sus gestos y sus actos; la ciudad crece y se aniquila a su alrededor, y el poeta lo advierte y lo sugiere. Igual el barrio, lugar donde extraviamos  «un lirio de mayo» o la escafandra para bucear en las profundidades de la memoria repetida, de la que hablara Benedetti.

La casa, en cambio, «Coloquio mudo de noches transparentes», es el espacio donde el poeta asume el texto como ariete para salir al día despojado de excesivos huecos absolutos. Asumir el mundo, como aspiró Cervantes, con «la sabiduría de lo incierto» en su más lúcida ambigüedad.

Con cierto acicalado desparpajo, aludiendo el fuego, interrumpiendo la acción -Sterne- y eludiendo la llama, José Rafael Lantigua nos convoca en fuga hacia «Los júbilos íntimos», a uno de esos diálogos que sólo pueden tener lugar en el barrio de uno, a la sombra de un «limoncillo macho que sólo alumbró sombras.»

Sabado 18 de septiembre del 2004 El Caribe