El Negro Aclara

El negro aclara

Después de haber visto caer las sólidas paredes del muro de Berlín o ciertas áreas del Pentágono, pocas farsas me sorprenden. Hace tiempo perdí el interés por la comedia bufa y tonta, mi risa es de otro mundo. «Oriundo de la noche, vengo de un país colocado en el mismo trayecto del sol», dónde un presidente ciego, a la luz de una lámpara apagada, leía discursos, sonaba la flauta del desaire, sin desafinar el atildado concierto de las naciones libres del mundo, al tiempo que se llevaba bajo el ala del sombrero casi el 25 por ciento de la juventud de mi generación, que creía en la utopía de que al mal había que darle maldad y viceversa.

Ahora, ya no tiene caso entablarle una demanda a mis sentidos, indecisos ante el sueño de que alguien, sin casarse con la patria, tuviera la gloria, la norma y la manía de pasar por sus armas – y preñarlas – a cuanta minúscula y oficiosa mucama se le cruzara por delante. Los mejores abogados del mundo, que no necesariamente siempre han defendido las mejores causas, no permitirían que cayera en el ridículo. El doctor Balaguer, hasta prueba en contrario, nunca fue visto, pistola en mano, disparando contra nadie, o guardándose en sus bolsillos una sola papeleta con la efigie monga del patricio. Sus más preclaros adversarios tampoco nos dejarían mentir. Unos se fueron a la tumba sin tener el valor de decirle, en el momento en que debieron decirlo, frente a frente, todo lo que tenían que decirle. Otros, ya sabemos qué han hecho y qué hacen. El lodo, hasta en el diccionario es una palabra babosa.

Realmente no he tenido la suerte de conocer muchos hombres serios, de los que no tienen que predicar nada más que con su ejemplo. Sin desmeritar a los que se gastan horas y horas exhibiendo su seriedad por radio, televisión o en congresos y grandes cumbres. Tampoco quiero decir que Balaguer fuera uno de ellos, ¡lios me dibre!. Mucho menos un montón de elegibles que, no sabemos por designios de quién, se convierten en elegibles y presiden, se postulan, y pretenden reelegirse donde quiera que la manada salvaje que nos acorrala los sitúe. Eso sí, en mangas largas y a toda voz, puedo dar fe de la seriedad de Ruddy.

Nada ni nadie tiene pruebas de que un tipo como él sea capaz de hacer lo malhecho o de alzarse con el santo y la limosna, querer quedarse sentado en un banco del parque para que nadie más pueda usarlo, de perseguir muchachitas y robarles la inocencia y picardía, a cambio de cualquier dulcito engaño. Mucho menos, azuzar a sus panitas para que apedreen a los del mismo bando o barrio (que en otro tiempo fueron sus aliados, y que, por lemas y desacuerdos, podridas monedas o quién sabe qué, ya no lo son). Ruddy no aspira a reelegirse como amo y señor de la playa y ciertos oscuros rincones de la noche. Como buen Sanky Panky, sabe que hay demasiada sed en este mundo que un solo moreno, por guapo que sea, no podrá saciar.

Sabado 6 de marzo del 2004 El Caribe