Sucede Cada Año

Sucede cada año

Nos volvemos gelatina, nos deshacemos en promesas y dejamos que el tiempo se nos venga encima en esta fecha

A mis 20 años, me propuse un día llevar un diario, cada noche anotaba todo lo que me ocurría durante el día. Eran los años de la universidad, nos creíamos con el derecho de deshojar margaritas en el Capitolio. John Lennon plantaba minas en los polos de la esfera, y en Vietnam las azucenas supuraban sorbitos de napalm. Más que en la multiplicación de los panes y los peces, nos aferrábamos a la linterna de unos ojos claros para cortar en dos las noches más oscuras. Algo así como la estampita milagrosa que se guarda como recuerdo de la primera comunión, o la contraseña del concierto al que al fin asistimos para encontrarnos con alguien y no prestar atención ni a quien canta ni a lo que canta…
No se puede torcer el horizonte a pulso. Una paloma sola no pinta nada aunque el plumaje de sus alas intente lavarse en la cromática del arco iris. El mar siempre es el mar, y uno viene y va de un punto a otro, con la incertidumbre de lo que dijo el Gabo que dijo su abuelo: «del otro lado no hay orilla». El pasto, en cambio, nace y crece con el objetivo manifiesto de crear contradicciones entre el cartel y quienes lo desobedecen. Al final, siempre lo pisan, sino se lo engulle o lo empuerca el ganado que, en manadas, va sin rumbo fijo.
Desde el principio de los tiempos, los seres y las cosas tienen su dignidad. Bombas y sandías, aunque se suicidan con idéntica resolución y brillo, tienen distintos pareceres. Un pétalo seco en la página 15 dice más que mil palabras. Los delfines son libres. Las piscinas son para lucir flores en el bañador, no para soltar delfines. Los estacionamientos, en cambio, sólo sirven para organizar los carros uno al lado del otro. Y las tortugas sólo pueden disfrutar su libertad en el lago o en la inmensidad del mar lleno de olas y de peces. Soy un lector de delfines que van de un seno a otro, de un ojo a otro ojo, consciente de que muy pocos cruzan más allá de la segunda quincena de enero con la agenda organizada día por día.
Sucede cada año, nos volvemos gelatina, nos deshacemos en promesas y dejamos que el tiempo se nos venga encima en esta fecha. Eso sí, antes de que el gallo cante, siquiera la primera vez; antes de que se apague el postrer vaho de los fuegos de artificio, ya andaremos ajustando nuestras caras de circunstancias para, sin mucho apuro, desmontar el arbolito, doblar y desdoblar bolsas y lazos, cajas y empaques y, sobre todo, estar a tiempo para desbarrancarnos de nuevo por las pendientes resbalosas del olvido.

Sabado 8 de enero del 2005 actualizado el viernes 7 de enero del 2005 El Caribe