Sombrero De Alas Muy Anchas

Sombrero de alas muy anchas

Ni pensar que pensaran -si es que lo hacían- alzarse con el mando. Gobernar era de sabios, dicen que dijo alguien.

«El hombre es el único animal que sufre tan intensamente, que ha tenido que inventar la risa.»
F. Nietzsche

Hubo un tiempo que en las cortes, monarcas y mandatarios, contrataron al bufón del pueblo. Eunucos, papanatas y toda cáfila de saltimbanquis del reino, desfilaron por los salones y pasillos para beneplácito de familiares y allegados de encumbrados dignatarios. Jamás persiguieron otro norte que el simple divertimento o la guasonería estos variopintos individuos que, la mar de las veces, anduvieron bailando sobre el delgadísimo filo de la navaja del poder. Ni pensar que pensaran -si es que lo hacían- alzarse con el mando. Gobernar era de sabios, dicen que dijo alguien.

Pero el poder que, según Pedro Guerra, «no descansa y se detiene a beber junto a las puertas del sabor y del deseo», pudo más que la cordura. Habría de aparecer en escena un tal Calígula que, quizá, harto de sobatintas y charlatanes, hizo reír a daga y fuego a toda su corte y a sus consortes. Cuenta la historia que, habiéndose disfrazado de mujer, se complacía provocando la hilaridad de sus invitados, hasta que Macrón, su amigo y confidente, tuvo a bien recordarle que él era el Emperador, no un bufón.

Ni corto ni perezoso, el Emperador ordenó que se alzara una cruz en el comedor, e hizo supliciar a Macrón para el placer de sus contertulios. Pero no quedan allí las excentricidades del bueno de Calígula que, ansioso de sobresalir en todo, se proclamó el poeta más grande del Imperio y ordenó quemar las obras de Homero, Virgilio y Tito Livio. Incluso, luego de mandarle a construir una cuadra de mármol blanco; un pesebre de rico marfil; un ronzal de piedras preciosas y mantas de púrpura cuajadas de perlas; y poner a su servicio un gran número de criados, incluidos un secretario y un mayordomo; llegó a agregar a su fiel y brioso Incitator al colegio de sacerdotes. Antes lo había nombrado cónsul, y se divertía de lo lindo haciendo asistir al animal a sus festines.

Afortunadamente, el 21 de enero del año 41, Calígula dejaba de existir en la santa paz de su lecho. Un grupo de malhumorados pretorianos lo sorprendieron cuando se hacia amar por unos mancebos, y lo atravesaron con treinta castas puñaladas. Luego vendría un Cómodo, un Heliogábalo, un Al-Hakim y todo un arsenal de divertidos tíos que, en su afán desmedido de concentrar todo el poder en sus botellitas de burbujas, fueron capaces de enrarecer el aire de un plumazo: usurparon el papel de los bufones y algo más. Hace algún tiempo, mucho tiempo quizás, que, venidos desde las entrañas de la bestialidad o el misticismo y -arropados bajo el manto del poder de la ignorancia, por la paz y el progreso de la humanidad-, orondos indignatarios, blanden pendencieras y vulgares, sus risas, sus botas, sus dislexias, sus hebillas y queridas. Vedettizan, maúllan y babean en los balcones mediáticos, avergonzando a las bestias con su falta de vergüenza y pudor.

Por René Rodríguez Soriano, a 23 Julio, 2005