Loa Y Defensa De Caín

Loa y defensa de Caín

Ciudad Aos Cura, mayo de 2248 – El auriga se ha reelegido por quincuagésima nona vez, y embelesados frente a un gigantesco videófono, los niños repiten hasta la saciedad las 48 palabras a las que ha sido reducido el vocabulario del hombre nuevo, liberado de todo prejuicio utópico y tonto. Cantan «rap», bailan «rap», escuchan «rap» y se adormecen «rapiando» de lo lindo, cuando no se divierten cambiando de un canal a otro para ver en cada uno la misma programación que se mantiene en los 48 canales, donde la fantasía y la magia han sido sustituidas por los graciosos transformers, que se transforman siempre en el glorioso caballo del auriga ensuciando la entrada del palacio -constantemente barrida y aseada por la hacendosa enana y sus 48 enanitos.
Los padres y las madres duermen y descansan de lunes a sábado, el domingo hacen la dura jornada de cambiar, recambiar y pulir innúmeras bombillas fundidas en la apagada fuente de la plaza donde la efigie del auriga con su grifo celeste lanza, cada domingo, 48 pírricos chorritos de agua sucia y mustia.  Los intelectuales, los jueces, los sacerdotes y los generales en antiguos y amplísimos salones plagados de carcomidos anaqueles, lustran las fotos descoloridas de los prohombres, doctores y constructores de la nueva patria (aserradores, depredadores, usureros, políticos y faranduleros), la excelsa clase artística creadora y amenazadora de la nueva era donde los sonidos y el tiempo, en paradigmáticos «raps», han hecho de la música un estadio de éxtasis menos balsámico y bobalicón.
Los bulevares, zoológicos y avenidas relucen y brillan con su flora y fauna de aves, árboles y bestias de los más brillantes y pulidos metales. Locas, locos y mendigos, seres desterrados de todos los ambientes progresistas y elegantes se refugian en antiguas cuevas y caserones para regodearse en la melancólica complacencia de ver, oír o degustar desabridas canciones, filmes o descascarados libros; cuando no aparece un descamisado, un tipo errante de otra galaxia o de una cultura más atrasada, que intenta revivir o «remorir» un pasado que ya no dice nada ni ofrece nada.
Afuera, el videófono anuncia los nuevos transformers, los niños bailan y cantan el nuevo «rap» con las mismas 48 palabras, y el auriga, renovado y ufano, acepta reelegirse una vez más.

Sabado 15 de mayo del 2004 El Caribe