Gupi Con Pez Limón

Tal vez me excedí en el color del paraíso…
Juan José Arreola

Contenido

Permiso para subir a la cornisa del olvido
Jugar a ser lo que somos
Ola en celos
La historia toda en uno de tus altares
Ausencia vuelve a sus andadas
Soledad del instante de estar solos
Transe�nte de amor con aleteos
Para vivir en domingo todos los domingos
Humo en tus ojos de espuma y marafuera
Ella vuela una escoba de ternura
Dualidad de los duendes
Nowhere man
Perd� mi nube

Permiso para subir a la cornisa del olvido

Toqué las puertas de la risa y me burlaron. Pisé los adoquines, las esquirlas y las alfombras de un tequiero almidonado. Trepé los aposentos de la espuma, del miedo y del espanto. Me adentré. Anduve. Troté. Esquivé salté y me empujaron. Los verbos, los sujetos, los objetos (y el otoño, con su crujiente cortina de hojas idas), cedieron, me abrieron paso hasta allá, al mismo fondo del olvido.

Olvido, creo que dije. Llamé. Grité. No respondieron mi llamado. Pienso que me senté (no lo recuerdo ahora, pero no importa), sobre una tarima de palabras, de versos, de jirones, de aliento. Un alfabeto adusto y ocre me desató de un tajo los zapatos. Me penetró hasta el metacarpo de las penas. Me hirió y sangró conmigo a la bartola, hasta el alba. Soñamos y, hechos carne y uña, dedo y llaga, despertamos ante el umbral impresionista de un sueño a campo abierto, luz del viento, una muchacha.

Una muchacha loca y amplia, una muchacha ebria es el olvido. Una muchacha en mangas de camisa, desmadejando al aire negrísimos cabellos, trotando manisuelta por las sórdidas melenas de la tarde. Una muchacha triste, con ojos de aguaclara y despoblada, con música, con góndolas, con labios y amapolas, dramática, sinfónica, mordaz. Una muchacha lúdica, pálida como una lámpara en el baldío. Una muchacha púb(l)ica, coral, sola y difusa, y el olvido.

Permiso, dije para entrar, y entré al olvido. Abracé a la muchacha. Mondé el poema por su esquina más dúctil y lo engullí. Era un poema fibroso, carnal, de jugos transeúntes y embriagantes, tan limpio como el fuego. Metálico, frutal. Un poema lavado de recuerdos, óptimo para el olvido. Había perdido la memoria en un recodo del camino. Era un poema erecto, viril, con su guitarra blasonada de silencios, con la alegría rota en un falsete y la tristeza muerta y desolada. Un poema desnudo, como la muchacha en mangas de camisa. Un poema sin nombre, como todos los hombres.

Estoy adentro –dije- y no me salgo. Enciendo de mis pipas la más bella, la de espumas de mar, y te invito a que entres y te sientes. Toca. Palpa. Desnuda a la muchacha. Restriégate el poema por el iris, por las carnes. Te invito: entra al olvido, no hacen falta artimañas. Aquí, plácido el poema, con toda la piel poblada de amarguras, latiendo en carne viva, te invita a sentar reales.

Ven, no te acobardes. Oye al olvido, diciendo el nombre de las cosas por su nombre. Contándonos su historia sin historia. Y Heráclito, su fuego, los puentes y los gatos y los pasadizos. El hombre olvida. El poeta olvida. El amigo. Toda una geografía que palpita a borbotones, mentando madres, diciendo amor como bazooka, ardiendo en llamas de ternura, óyelo.

No es un paisaje acompasado y mustio. No es un cassette para colección. Es más…

…olvida, ya no podrás salir. Eché las siete llaves del olvido.

Para Miguel Ángel

Transeúnte de amor con aleteos

No puedo precisar si fue en abril o julio. Recuerdo que era una tarde arcaica. Llena de autos y peatones. Una tarde fuerteazul sin muchas luces. Iba por la avenida sin ver que iba, mirando a las muchachas con uniforme de viernes ajado en la oficina. De pronto, nos miramos, percibiéndonos al punto de que estábamos solos. Solos en soledad, buscando un ala. Volvimos a mirarnos y no hizo falta palabra ni acuerdo alguno. Nos seguimos sin rumbo. Sin excusas. La abordé sin premura, hablando de lloviznas y aludes. Me sonrió con un guiño de casta alevosía. Tomándonos del ala, entramos a un zaguán de una calle sin nombre. Después, ya no hay después. La primavera se excedió en colores, en fragancia. Ella iza una bandera hecha jirones de ternura. Yo, a toda hora, soplo una corneta zurda. Me tira de los sueños como si tal cosa. La arrastro, desnudos sobre la espuma de la tarde. No quepo en mí con este loco amor de mariposa.

Para Isabel

Humo en tus ojos de espuma y marafuera

Si una muchacha viene de tarde y mandarina y te sopla la flauta de su risa, la lluvia y las cigarras vendrán a contramano a cantarte muy quedo otros asuntos. Uno dice las cosas por su nombre y los puentes se pueblan de amapolas, geranios y sandías. (Después, que se callen los poetas del carajo). Entra una manada de colespadas por El Conde. De Las Damas, desemboca la muchacha en cuestión y es un poema ver los ojos salidos de los sacristanes en conserva, las viejas santurronas y al jocundo Monseñor de los altares, toda una sinfonía de aspavientos. ¡Qué monería! Un bolero hierve en la tisana del ambiente, otras muchachas rielan por los empedrados, miran los papalotes y es La Habana. Morena, la muchacha, en aluvión de caramelo. Te sientes el jenízaro que se le bebe a sorbos largos el aroma, los pespuntes y el mohín (Que se vayan al diablo los poetas con sus gaitas) Está sonando ahí, muy cerca tuyo, la canción noventinueve y el locutor, sediento de beber lo que nos dice que se bebe y poner la última canción, decir adiós, y tú la miras y ella te mira y todos la miran y te das cuenta que su rostro es todo mar o nube y algodón y, como dices, amaneció dulce y variopinta, te sirves sopa rosa. Das las gracias a Abreu y le prometes, por enésima vez, la propina que no cumples y el café ya está frío de esperar a la muchacha (diles que se callen, calle abajo, que no jodan con los premios y los versos Llénales de abalorios las recetas Cámbiales los cassettes, verás que ya no más, que nos dejan tranquilos Mándalos con sus partes y compartes). Mírala que se acerca y hay tumultos: maniquíes, escaparates y mirones que se ensartan a codazos y empellones. Mírala que ya viene, asolando las praderas de las horas. Fresca y franca como el agua de la fuente. Engúlletela ya, poeta tonto. Embístela sin pausas, antes que se te vaya de mañana y amarillo. ¡Vuela!

Para Adrián