René Rodríguez Soriano Es Un Tipo Tranquilo Que No Pierde Sus Raíces

Valoración de uno de los poetas y cuentistas más logrados de los años 80 y que todavía sabe cómo sacarle filo al lápiz.

BERLIN, Alemania.- Uno lo ve y de inmediato tiene la tentación de pensar en alguna canción de Manzanero o en la ternura de Salvatore Adamo. No viendo aquella tarde llover o que el mechón de su cabello al final se haya quedado como el trofeo más preciado. No, de ninguna manera.

Aunque Rodríguez Soriano sea bien año setenta en su manera de caminar, con ese tumbaíto pre-Pedro Navaja pero pos – el baile del Pingüino de Johnny Ventura, aunque uno piense que le harán algún homenaje por su dedicación al basquet -su gran pasión luego de la poesía, los amigos, y los jugos de fresa de Constanza-, el René ha sabido colarse en la literatura nacional.

Su lucha no ha sido fácil. Comenzó poeta y acabó narrador. Igual le pasó al otro René, Del Risco, a Miguel Alfonseca, a Andrés L. Mateo y vaya usted a saber. ¿Se cumpliría aquella aseveración de Roque Dalton de que ahora los poetas escriben novelas porque ya nadie se traga sus versos? Quién sabe.

Rodríguez Soriano comenzó como un poeta en traje de zafarrancho. No más el título de Raíces con dos comienzos y un final (1977) y Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción (1979) daban una pista como de que eso pintaba a polvareda, a déjame ponerme la camisa antes de que la piña se ponga más agria.

Sin embargo, y como teniendo una carta debajo de la manga, ahí estaba un libro formidable, Canciones rosa para una niña gris metal (1983), uno de los poemarios fundamentales de los 80. Ahí estaban los aires fríos de los aires acondicionados, la ciudad en su efervescencia, el sujeto trascendental a las 7:35 de la mañana con cara de poco amigo pero pendiente de afeitarse y ver luego qué pasa.

Y nuestro poeta no se detuvo ahí, porque la vida, como diría el nunca bien ponderado Rodriguito, seguiría su viejo curso. Vendrían los poemas -no tan buenos para mi gusto y en su tiempo criticados- de Muestra Gratis (1986). El poeta estaba agotándose, lamentablemente. Había que tirar anclas por otros lados. El poeta trató de tirar el último salvavidas con un poemario de esos que uno nunca extrañará, Nosotros mismos. ¡Uff!

Pero por suerte que René no se dio por vencido. La publicidad no lo venció, aunque sospecho que con tantos publicitarios poetas poco chance tenía de librarse de los claros clarines y René tú si escribes lindo y cuídate el pelo que yo me tuve que hacer desrizado.

Rodríguez Soriano probó la narrativa. Ahí estaban los cuentos rememorando el Constanza natal, el de aquellos días de guerrilleros y junios heroicos, de colmados donde todavía se fiaba y donde siempre había un tipo con pinta de Compadre Mon.

Todos los juegos del juego (1986) fue una especie de homenaje a Julio Cortázar, a dos años de su muerte. ¿Cuento o prosa poética? No lo sé ni me interesa. Importante es la manera en que el texto se ha disciplinado en cuanto al ritmo, la apelación a la lectura intertextual de lo insular y los aprestos modernizantes.

En No les guardo rencor, papá (1989) el tono se hace más intimista, más confesional. Dos años después publica sin lugar a duda su obra mayor, Su nombre, Julia (1991). El sujeto se vive en el descarnamiento de las relaciones, el fuera de foco parece ser no sólo el síndrome sino el deber ser de esta época donde cada día siguiente puede ser no más que un pie para un nuevo espanto.

Finalmente R.R.S. ha publicado Probablemente es virgen todavía (1993) y La radio y otros boleros (1996), como tratando de cogerle el paso a esa tendencia que con Manuel Puig y Luis Rafael Sánchez se ha venido estableciendo. El tono intimista ha sido volcado en una búsqueda de claves múltiples en los espacios abiertos. René se ha lanzado a la pista. Los tiempos requieren dejar la casa, el escritorio, la llave donde siempre se puso y la computadora que siempre se olvidaba de apagar.

Búsqueda, tensión por meter la bola en el canasto, por deshacerse de tantas cosas inservibles, por aligerar el paso, René estaba en búsqueda. Desde hace ya unos tres o cuatro años el poeta-cuentista reside en Miami, desde donde ahora ¡teoriza! ¡Ay Dios mío!

René Rodríguez Soriano es un tipo tranquilo. Si tomamos en cuenta que uno de sus temas preferidos es «La chica de Ipanema» y que en su tono de hablar es más delicado que el pétalo de una rosa, tendríamos que convenir en que puede ser el primo de campo que todos alguna vez quisimos tener.

Aunque tiene la extrañísima costumbre de alquilar oficinas sólo para disponer de más espacio para cambiarse de ropa -eso lo asegura el publicista dominican-york Juan Acosta-, René Rodríguez Soriano es una de las figuras imprescindibles y pop de la cultura alternativamente oficial y underground criolla. No me imagino oír un Camboy Estévez y su calle triste, un Adamo y la chica del mechón, un Solano y «oigo tu voz en cada amanecer» sin pensar en esa voz canción 98 de «Cien canciones y un millón de recuerdos» de René Rodríguez Soriano. Sí señores.

POEMA Ñ

Ahora ando por el poema «Ñ» de Canciones Rosa…. veo esa ñata tarde de Santo Domingo, saliendo del Peso de Oro o del Taj Majal si la dicha es grande. Pienso en René Rodríguez Soriano, un tipo bien tranquilo de verdad.

MIGUEL D. MENA, ESCRITOR. (El Siglo, S�bado 27 de octubre 2001. Santo Domingo, RD)